Primero se perdieron las camisas de cuadros y dar un paso era tan trabajoso. Con esa pendiente, aumentando a cada rato su inclinación, la fiebre en picado, como si esos abrigos de paño tan distinguidos probasen mi cuerpo y se esfumaran, con el miedo metido en los huesos, a envolver otros despojos de razón. Luego ya se extravió la laca, o creció el flequillo, parecían descoloridas las canciones sin el chirriar de una aguja a las afueras de algún pequeño rock and roll.
Fue así como empezaron a parecerme algo duros los otoños.