Albada 263

MUCHAS FELICIDADES

(23 de Octrubre de 2011)

Pienso yo que el mejor reconocimiento que los otros pueden hacerte, el mejor regalo, es manifestarte el reflejo de tu bondad en ellos; cuando ocurre así, cuando sin esperarlo una confidencia en voz baja te descubre todo el bien que le has hecho, cuando te azoras sorprendido por el agradecimiento que nunca buscaste porque simplemente has sido como siempre eres, se te disipa de pronto cualquier duda, y esa emoción cálida en tu corazón te dice que, después de todo, la vida (y tu vida) debe tener algún motivo. Sentirte así, aunque sea sólo un breve instante en la grisura de lo cotidiano, supera con creces cualquier medalla o el más valioso de los premios.

En los tiempos que corren no es tarea fácil, desde luego, la de ser bueno, o mejor dicho que la gente, las circunstancias, te permitan serlo; hay que tener mucho valor, mucho coraje y sobre todo ser tan generoso que ni siquiera te importe que cualquier suspicaz (siempre los hay) te llegue a tildar, como poco, de ingenuo o candoroso. Convendrán conmigo que estamos muy faltos de seres así. Yo les llamo personas- faro por aquello de que son seres de luz a los que de vez en cuando te tienes que volver para no ver las cosas (o más bien a las personas) tan oscuras y correr el riesgo de tropezarte de nuevo.

Este domingo toca una albada de felicitaciones, felicitaciones a todos por contar entre nosotros, turolenses, con ALGUIEN así (permítanme las merecidísimas mayúsculas); y felicidades a él por acabar de cumplir 96 años. Noventa y seis años lúcidos, hermosísimos, llenos de claridad y constancia, llenos de esfuerzo, de grandeza en su humildad y sencillez, plenos de amor y conocimiento, porque él es ante todo eso: un hombre sabio y bueno.

A todas las personas que hemos tenido la fortuna de cruzarnos alguna vez en la vida con él nos ha regalado parte de esa bondad y de esa sabiduría. Hablaba al principio de “reconocimientos”, de regalos, de confidencias. Pues bien me lanzo y cuento: yo conocí de niña al Pastor de Andorra, fue durante una larguísima espera en la calle. Actuaban varios grupos y era invierno. Mis compañeras y yo nos aburríamos, se nos helaban los dedos. Y él estaba allí también, esperando para cantar. Podía haber pasado de aquel grupo de crías cansadas y protestonas; no tenía porque preocuparse por nosotras, pero lo hizo, y cuando comenzó a hablarnos se nos pasaron todos los males de repente: nos hizo reír, nos enseñó a tener paciencia, a pensar que merece la pena esforzarse, nos hizo sentirnos importantes. No conocíamos su nombre, pero cuando después nos emocionamos al oírlo cantar, supimos que habíamos estado con ALGUIEN fuera de lo común. Sé que para él es lo habitual, que él es siempre así, y puede que parezca una anécdota trivial, porque él ha protagonizado historias y triunfos importantes, pero lo que se siembra en el alma de un niño siempre termina por nacer, y a mi nunca se me olvidó que en aquella conversación fue la primera vez que sentí que alguien me hablaba de persona a persona, no de adulto a crío. Esa consideración a los demás, el respeto a todos (sin importar edad, posición social, cargo político... todo el mundo para él ha sido igual de importante), esa valoración del esfuerzo y la constancia fue una lección que mis amigas y yo aprendimos aquel día de él, y como decía al empezar ningún regalo mejor que decirle a una persona el bien que te ha hecho. Por eso, por su arte y por el ejemplo de vida que nos da cada día a todos, desde la admiración y el respeto, desde el agradecimiento y el cariño: ¡muchas felicidades Don José!