LITERATURA PROPIA

Familias como la mía. Francisco Ferrer Lerín. Tusquets Editores. 2011. 332 páginas

Sobre Francisco Ferrer Lerín he escrito ya en varias ocasiones en este diario. La última, en la reseña de Fámulo, libro que ganó el pasado año el premio de la Crítica de poesía; la primera, hace ya más tiempo, a principios de 2008, con motivo de la publicación en Mira Editores de su novela Níquel, cuando el barcelonés afincado en Jaca era todavía muy poco conocido como escritor en nuestra provincia y no eran muchos quienes aquí sabían de su etapa literaria anterior. En los últimos tiempos, y para fortuna de sus seguidores, Ferrer Lerín ha intensificado su actividad creadora y ha alcanzado un cierto protagonismo en el panorama literario de nuestro país.

Familias como la mía no puede, sin embargo, considerarse del todo como un libro nuevo del autor. En realidad consta de la ya citada novela Níquel, con algunas pequeñas variaciones y añadidos que mejoran levemente el texto original, y de Nora Peb, novela o conjunto de textos hasta ahora inéditos que en algunos momentos se refieren a personajes, situaciones o aspectos de Níquel. Para mi gusto, esta segunda parte rompe tal vez demasiado con el contenido de la primera y resta sentido de unidad al libro. Níquel me pareció una magnífica novela en mi anterior lectura y aún me lo ha parecido más en esta segunda. Sin embargo, y para ser sincero, Nora Peb, segunda parte de Familias como la mía, aun con momentos espléndidos en algunas de sus hiperbólicas fantasías, se me ha hecho algo más pesada en su conjunto.

Quien haya leído algo suyo ya sabe que Ferrer Lerín es un escritor diferente, atípico y nada convencional. En Familias como la mía se cuenta la historia de Pablo Amatller Moragas, alter ego, no sabemos hasta qué punto, del propio escritor y ornitólogo. Sobre el fondo de la Barcelona y la España de los años sesenta y primeros setenta, conocemos una historia de partidas de póquer clandestinas, salidas campestres para la observación y protección de las aves rapaces necrófagas, inquietantes peripecias de espías que incluyen una extraña aventura tras el asesinato de Carrero Blanco, algunos excitantes lances erótico-sexuales o la relación de algunas de las lecturas que conforman la formación literaria y bibliófila del protagonista del libro. No faltan algunas críticas al creciente nacionalismo catalán de una ciudad, Barcelona, que ya en los primeros años setenta empezaba a mostrarse menos preocupada “por conseguir una imagen de europeidad que una imagen claramente diferenciada de la odiada Madrid” y seguía “avanzando en su incorporación al parnaso de la conversión lingüística”.

En resumen, otra incursión en el singular universo literario de Francisco Ferrer Lerín, un escritor heterodoxo y diferente, con una literatura propia, personal y absolutamente intransferible.

Carlos Bravo Suárez

se desvía
número cuarenta y cuatro

(La auténtica primera generación de la Patrulla X dibujada por López Espi, el maravilloso portadista de aquellos tebeos de raro formato que publicaba Vértice cuando uno era niño y que osaban cambiar la estructura de las viñetas de los originales Marvel sin ningún pudor)

SATORI EN PARIS


Las historias inventadas y las novelas rosas sobre lo que pasaría SI... son para niños y adultos cretinos que temen reconocerse en un libro igual que temen mirarse al espejo cuando están enfermos o heridos o resacados o locos.

Jack Kerouac, de Satori en París (Ediciones Escalera, 2009).

Zaragota: EDS

Zaragota: EDS

Albada 239









QUERER EN EXCESO
(1 de mayo de 2011)

Recuerdo bien la tarde de primavera en que todos llevamos al colegio una cuchara de madera, un pedazo de fieltro (suficiente para la lucida pajarita), hebras de lana de colores (melenas imposibles) y cinco escarpias (siempre una de sobra por si se nos perdía alguna). Atareados fabricando el “BCPCCM” –“Bonito Colgador de Paños de Cocina con Cuchara de Madera”– para regalar a mamá, se nos pasó volando la clase de manualidades. Cómo olvidar tampoco el sumo cuidado con que guardamos en el fondo de la cartera el “decorado artefacto” (¡las yemas de los dedos aún con el pertinaz Imedio!”) y lo escondimos en casa hasta la mañana en la que, tras el ¡Feliz día de la madre, mamá!, habíamos de llevarlo hasta el abrazo de la “sorprendida” progenitora. Y así un año y otro, un primer domingo de mayo tras otro, regalo a cambio de sonrisa y beso.




Supongo yo que lo de celebrar el Día de la Madre debe de venir de largo si ya hasta los de nuestra generación, que aún pensábamos más en terminar el álbum de cromos que en lo que nos mandaban hacer los anuncios de la tele (regala a mamá, regala a papá, pide que te regalen a ti…), nos lo tomábamos tan en serio. Supongo también que será porque la cosa va del amor, del tan traído y llevado “AMOR DE MADRE” (así, con mayúsculas, mejor), y en cuestión de “sentimiento tal” no hay tiempo que valga, aunque las formas lo envuelvan diferente e incluso en algunas culturas apenas permitan exteriorizarlo.




Sin embargo, aprovechando la fecha, me gustaría mencionar aquí un hecho preocupante que cada vez más aflige a las “queridas mamás” de nuestros días. Me refiero a esa anulación de sí mismas como persona, con que muchas de ellas entienden que debe ser el amor a sus hijos. Ya dicen los expertos que “las mamás que aman demasiado crían pollitos feroces”, hijos, desde muy pequeños (no digamos ya adolescentes), siempre exigentes, irritados, intolerables, a menudo totalmente insufribles; y algo de eso debe haber si el querer demasiado da como resultado hijos que no saben hacerlo.




Cada vez hay más madres –curiosamente numerosas en hogares donde no falta de nada y se vive con holgura– que se deshacen en excusas ante los “reyes de la casa” por no poder atender todas las reclamaciones y pretensiones que éstos, como “centro del universo”, exigen; madres que un día, cuando no aguantan más, se preguntan angustiadas qué será lo que han hecho tan mal para terminar sufriendo así… si sólo han rodeado de solicitud y cariño al hijo… si sólo han estado noche y día pendientes del menor de sus gestos, de sus más mínimos caprichos… siempre disponibles, siempre sin límites por ellos y para ellos con su mejor sonrisa. Quizás han sido demasiado “buenas”, demasiado utilizables, se dicen mientras asoman por fin las lágrimas de la incomprensión y la ofuscación de sentirse consumidas en la tarea que mejor querían cumplir, la que más les importaba: criar a sus hijos lo mejor posible.
Madres concesivas, bienintencionadas que disculpan los improperios, las malas contestaciones, madres generosas hasta la extenuación para evitar cualquier herida o la experiencia descarnada de la vida, aunque sea ésta al final ineludible para todos, madres agotadas en la tarea de servir de parachoques entre los hijos y el padre, entre los hijos y la escuela, entre los hijos y la vida, madres explotadas, madres desesperadas. Un amor excesivo, que desconoce la firmeza y la fuerza del NO necesario, que no “ve” cómo es realmente su hijo en el hijo idealizado, que confunde “amar de veras” con “amar demasiado”…
Madres rotas y víctimas, madres abnegadas sacadas de quicio, hastiadas, doloridas, madres amargadas que tienen toda una vida por delante de la que han “desaparecido” por los hijos, esa bendita ilusión que se ha convertido en su amargura cotidiana…




Y sí, quizás hoy precisamente porque es su DÍA, pudieran pararse un momento, dejar de correr continuamente detrás de los hijos y quedarse, detenerse en ellas, pensar que el amor conlleva muchas renuncias pero nunca renunciar a sí misma, nunca anularse una misma.




El mejor regalo del “Día de la Madre” tal vez sea el que hoy se haga por fin una madre a sí misma y a sus hijos: desde ya, desde ahora, una madre segura, además de cariñosa, una madre dulce ,valiente, fuerte, libre.

P. S. De los padres, hoy hablar no toca. Otra vez será.



















Beatitud en La Rioja, página completa

¿Dónde se mete Nesquens?

Por aquí...
... y por aquí.

PS: Felicítennos, pues esta es la entrada 101 de este blog. Y no es que se nos olvidara celebrar la entrada número 100, es que el 101 es un número mucho más bonito que su vecino de abajo...

ADIÓS A HÖLDERLIN

Ya no se dice oh rosa, ni
apenas rosa sino con vergüenza; ¿con vergüenza
a qué?, ¿a exagerar
unos pétalos, la
hermosura de unos pétalos?

Serpiente se dice en todas las lenguas, eso
es lo que se dice, serpiente
para traducir mariposa porque también la
frágil está proscrita
del paraíso. Computador
se dice con soltura en las fiestas, computador
por pensamiento.

Lira, ¿qué será
lira?, ¿hubo
alguna vez algo parecido
a una lira?, ¿una muchacha
de cinco cuerdas por ejemplo rubia, alta, ebria, levísima,
posesa de la hermosura cuya
transparencia bailaba?

Qué canto ni canto, ahora se exige otra
belleza: menos alucinación
y más droga, mucha más droga. ¿Qué es eso de
acentuar la E de Érato, o Perséfone? Aquí se trata
de otro cuarzo más coherente sin
farsa fáustica, ni
Coro de las Madres, se acabó
el coro, el ditirambo, el célebre
éxtasis, lo Otro, con
Maldoror y todo, lo sedoso y
voluptuoso del pulpo, no hay más
epifanía que el orgasmo.

Tampoco es más posible nombrar a las estrellas, vaciadas
como han sido de su fulgor, muertas,
errantes, ya sin enigma,
descifradas hasta las vísceras por los
instrumentos que vuelan de galaxia en
galaxia.

Ni es tan fácil leer en el humo lo
Desconocido; no hay Desconocido. Abrieron la
tapa del prodigio del
seso, no hay nada sino un poco
de pestilencia en el coágulo del
Génesis alojado ahí. Voló el esperma
del asombro.


Gonzalo Rojas en Concierto, la antología que preparó Nicanor Vélez en 2004 para Galaxia Gutenberg, páginas 48-49.

Hoy me he enterado de que el magnífico poeta Gonzalo Rojas falleció antes de ayer con noventa y cuatro años y rápidamente he ido a mi biblioteca a leer alguno de sus poemas, los que tenía señalados como mis favoritos, entre otros este "Adiós a Hölderlin" que también es un adiós a Rojas, ambos poetas para siempre a la intemperie.

"Poeta a la intemperie -se definió el propio Rojas- y desinstalado en el mejor sentido, siempre fui un movedizo y hasta un errante, y sólo amé la libertad con todos sus riesgos. Más que geómetra equidistante fui un anarca conforme al término esclarecedor del viejo Ernst Jünger. Disidente y nunca obsecuente, mi pasión fue la búsqueda; la búsqueda del absoluto. Por eso no fui hombre de la adhesión total y estuve lejos del sectario. No me instalé con negocio alguno en cuanto a ortodoxia. Así y todo luché contra la injusticia y creo haber sido un testigo de mi pueblo y de mi tiempo".

El detalle del sostén


            Para felicitarle por el Año Nuevo de 1880, Turgueniev regaló a Flaubert un edición en tres volúmenes de Guerra y paz. A vuelta de correo, más o menos, Flaubert escribe: “Gracias por haberme hecho leer la novela de Tolstoi. Es de primer orden. ¡Qué pintor y qué psicólogo! Los dos primeros volúmenes son sublimes, pero el tercero decae horriblemente. Se repite y filosofa. En fin, se ve al señor, al autor, al ruso, mientras que hasta ahí sólo habíamos visto la naturaleza y la humanidad. Me parece que tiene a veces cosas a lo Shakespeare. He lanzado gritos de admiración durante su lectura... ¡y es larga! Sí, es extraordinaria, ¡muy fuerte!”
            Estas palabras son famosas por muchas razones. Entre los muchos que las han citado, si no recuerdo mal, se encuentra Javier Marías, a cuya novela Los enamoramientos cabría aplicarle las que más fortuna tuvieron, quizá por ser las más precisas, las más concentradas y las más reveladoras: “Se repite y filosofa”. En el caso de Tolstoi, al comentario de Flaubert habría que reprocharle puntillosidad y, sobre todo, el hecho de que Tolstoi, el ruso, sólo aparece cuando la novela se detiene, como invitándolo a que no lo escuchemos si no queremos, pero no se entromete en “la naturaleza y la humanidad”, en la pura novela. En el caso de Marías, habría que decir que la novela es una pura repetición, y que, en efecto, filosofa, es decir, hace frases abstractas para explicarlo casi todo, y que todo lo que no es filosofada y repetición, es decir, todo lo que es novela, no creo que alcance, pese a las 400 páginas del volumen, la extensión de la nouvelle de Balzac que se cita una y otra vez y que ha sido editada por Reino de Redonda al mismo tiempo que Los enamoramientos, y traducida por una de las destinatarias de la dedicatoria, Mercedes López-Ballesteros, desde mi punto de vista la que le contó lo del sostén.
            Es decir, Marías ha escrito una nouvelle sobre el tópico del dueño del secreto, y la ha inflado de Javier Marías. Ambas cosas pueden juzgarse por separado, porque la prosa de Marías no sirve de engrudo suficiente como para que la narración y la filosofada sean toda una. Es más, en este caso se ha dejado llevar por algunos vicios del apresuramiento como es el abuso de la anáfora, al estilo de la basta Almudena Grandes, cuando parece no haberse encontrado a la primera la frase definitiva. O de la corrección superficial, como es el uso abusivo del ‘a buen seguro’ o el de frases bimembres, o en general de un aspecto que fumiga cualquier sombra de naturaleza y humanidad como es que Marías, el autor, el señor, aparezca por todas partes y lo inunde todo hasta unos extremos casi ridículos.
            Marías no es muy de trabajarse al personaje, pero en sus anteriores novelas, en general, cuando los personajes hablan parecen ellos, no Marías. Bien es verdad que en todas sus novelas el protagonista y narrador es él, su voz, su prosa sinusoide, reticular, pero Cromer-Blake suena a Cromer-Blake, y Peter Russel e incluso Tupra, el espía sin escrúpulos de Tu rostro mañana, e incluso fantoches como Custardoy o el tontaina ese de la redecilla en el pelo que aparecía en su gran trilogía, al que Tupra amenazaba en el lavabo con un espadón. Incluso Clare Bayes o las muchas Luisas suenan a ellas, quizá porque el narrador es cuando ellas hablan un hombre que escucha, no que se escucha.
            Pero aquí Marías ha decidido incorporar un narrador femenino, nunca mejor dicho, porque jamás es una narradora. Por momentos me hacía gracia fabular sobre cuál de las dos destinatarias del libro, Carme López Mercader o Mercedes López-Ballesteros, es la que le ha contado esos detalles propios de mujer, como el asunto del sostén, que, dicho en boca de la narradora, parece como si esa misma mañana se lo hubieran contado al narrador.
            Tomar la voz de una mujer no es cualquier cosa. No consiste en saber de mujeres, porque entonces los psicoanalistas y los donjuanes las imitarían a la perfección, y ambos suelen demostrar que no las entienden en absoluto. Consiste más bien, supongo, en haberlas escuchado lo suficiente como para ponerse a pensar con ese mismo flujo verbal, que no es el resultado de su pensamiento sino el que lo determina. Al narrador entonces le da lo mismo qué hacen las mujeres con el sostén para estar más atractivas, porque dependerá de la mujer, de su voz, de su manera de contar, el que eso tenga o no tenga importancia. Es inútil buscar detalles femeninos en las heroínas de Pombo o en la de Ángel Vázquez. Son mujeres, y esa condición previa de su voz es la que va desgranando detalles mucho más femeninos en los que el narrador quizá nunca haya reparado. Cuando escuchamos a la Marcela del Quijote estamos escuchando a una mujer, no a Cervantes. Y lo mismo nos ocurre con Isidora Rufete. La escuchamos como la escuchaba Galdós, solo que él anotó lo que decía.
            Marías, definitivamente, no demuestra ser capaz de abandonar su voz para escribir con la voz de otro, con sostén o sin sostén. Es un recurso tan lícito como cualquier otro, pero hay que andarse con cuidado, porque más de una vez uno se imagina a Marías con la falda y el sostén de María, del mismo modo, por otra parte, que se lo imagina disfrazado de Ruibérriz o del propio Javier, que es quien más propio resulta cuando habla. Están muy bien esos giros del punto de vista (la narradora imagina lo que se imagina que habla un personaje con otro que no está, y cosas así), y es ahí donde la total uniformidad del estilo hace que en ocasiones no sólo el lector pierda de vista al que está hablando (o pensando, o conjeturando) sino que venga a dar lo mismo porque todos hablan igual y piensan de la misma manera y con las mismas frases.
            Todo esto, muy Marías, sería soportable si nos compensase con algún capítulo brillante. El clímax de la narración (lo que viene después es apaño, cierre forzado, hilatura), la escena del sostén, también es un ejemplo del gusto de Marías por lo inverosímil (aquel marido que se encontraba en Mañana en la batalla piensa en mí con su mujer en un coche sin que ella lo reconociera), por los personajes tiesos, abstractos, blanquecinos, pero nunca como en esta novela había echado tanto de menos una mínima ambientación que no se desprende de las machaconas conjeturas. Hay una escena al principio que vale por toda la novela. La narradora ve cómo Luisa da de comer a su hijo los últimos restos de helado que quedan en el vaso. Están en los veladores de un kiosko frente al Museo de Ciencias Naturales. Es la única vez en que he tenido la sensación de estar en un sitio y de escuchar una historia en boca de alguien que sabe mirar y describir, y también comprender y transmitir. La emoción contenida de ese principio es verdaderamente admirable, pero luego se esfuma, el ringorrango hipotáctico lo devora todo como si Marías hubiera dispuesto de una partitura mínima sobre la que dejaba llevar sus dedos sin el menor esfuerzo.
            Ni siquiera las, digamos, escenas graciosas, generalmente muy graciosas, tienen aquí ninguna gracia. Lo del Profesor Rico es patético, una sátira colegial, de compañones, no hay escena propiamente dicha, ni acción, ni momento, ni nada: solo peroraciones, soliloquios compartidos y frases poco naturales. Pero tampoco sus célebres ritornellos shakespearianos, esas rimas que van tejiendo a lo lejos la narración, eran en otras novelas tan repetitivos –tan gratuitos- como o son en esta, a excepción, quizá, del recurso a la nouvelle de Balzac, una obrita que tiene la extensión que debería haber tenido esta novela, y que apetece leer cuando se acabe el rollo. 
            Porque eso es lo peor, no el tratamiento sino las proporciones. El argumento no se va desgranando en la historia sino que, cada veinte o treinta páginas, avanza un pasito para dormirse otra vez en la suerte de la sintaxis y del manierismo marianista. La novela no nace de sí misma. Es un argumento previo de serie de televisión, sin verdadera grandeza dramática, quizá porque sólo está planteado y resuelto, pero no desarrollado. Y si hablamos de argumento es por no hacerlo de historia, porque la historia, lo que tenía que aportar la voz de la narradora, en realidad no es tal, se pierde en la artificiosidad deliberada de un escritor que lo ha fiado todo a su estilo, como si él mismo hubiera sido víctima de un enamoramiento (quizá con la que le contó lo del sostén) que le ha alterado el instinto autocrítico y el sentido del exceso y del pudor. 

Por una torrija

Para Marta,

jajaja.

Desde que estás prohibida
más se arrima tu nombre a mi boca.
Tu nombre de leche,
clandestino y oleoso,
dulce y punzante en los conductos,
arrastrando el pulimento
de la lija de tus letras.
Desde que estás prohibida
del eco se alimentan mis deseos.
Y deseo.
Bien sabes que deseo.

CUENTOS NIHILISTAS

Tanta pasión para nada. Julio Llamazares. Alfaguara. 2011. 157 páginas.

Aunque Julio Llamazares es conocido sobre todo como novelista, su obra literaria contiene también poesía, ensayos, libros de viajes y algunos cuentos. El último libro publicado por el escritor leonés corresponde a este último género y reúne, con el poco optimista título de Tanta pasión para nada, doce relatos breves y una fábula brevísima de apenas siete líneas.

Se trata de unos cuentos escritos a lo largo de los años, que en unos pocos casos ya habían sido publicados en la prensa o en alguna antología colectiva y en otros habían permanecido inéditos hasta la fecha. El denominador común de todos ellos, perfectamente definido en el acertado título del libro, es un cierto nihilismo existencial que, por otro lado, impregna el conjunto de la obra del autor de La lluvia amarilla.

En estos trece relatos está casi todo el universo literario de Llamazares: el mundo rural, los pueblos abandonados, la guerra civil, el maquis, la soledad, la búsqueda de la evasión. Los personajes de estos cuentos son casi siempre unos tristes perdedores, individuos cuyos afanes han sido a la postre un estéril esfuerzo en vano. Personajes con unas pasiones inútiles, con ilusiones y esperanzas que con el paso del tiempo se han quedado irremisiblemente en nada. Derrotados por la vida porque la vida tal vez sea ya en sí misma una derrota inevitable, un absurdo viaje sin sentido.

El primer relato del libro es un cuento de fútbol. Su protagonista es Djukic, un jugador que ha quedado en el recuerdo por fallar un penalti decisivo en el último minuto de un partido decisivo. El público del estadio asiste a una tragedia moderna, una metáfora de la tragedia humana, del individuo solo y desvalido ante un terrible destino implacable y cruel. Ese será el tono de todo el libro. Encontraremos a un hombre que llega tarde al reencuentro con el amor de su vida. A un escritor que ha perdido la inspiración y hace de esa pérdida el tema del que tal vez sea su último relato. A personajes que encuentran su perdición cuando creen estar salvándose, que siguen señales engañosas que los llevan a la boca del lobo del que creían haber escapado. Crueles ironías paradójicas de un destino que suele jugar malas pasadas.

Llamazares rinde un homenaje a su paisano el escritor Antonio Pereira en la introducción del libro y, en el último cuento, A Primout no vuelve nadie, aparece un poeta ovetense llamado don Ángel que no puede ser otro que Ángel González. Pereira y González han muerto recientemente y Llamazares ha querido mostrarles también a posteriori su admiración y su tributo. La brevísima fábula que cierra el libro es en realidad un poema abierto al futuro, que se puede prolongar infinitamente en el tiempo.

Tal vez toda pasión acabe resultando siempre inútil, pero el lector agradece la que ha puesto el autor al escribir estos cuentos.

Carlos Bravo Suárez

Beatitud en larioja.com de la mano de Diego Marín

Aunque el ritmo de publicación en La Rioja se ha visto reducido, eso no ha supuesto que los escritores estén parados. Numerosos libros, antologías y libros recopilatorios y colectivos a nivel nacional recogen los textos de jóvenes escritores riojanos. El ejemplo más claro es el de 'Beatitud' (Ediciones Baladí, 2011), un homenaje a la Generación Beat (Keruac, Burroughs, Ginsberg...) en la que participan Sonia San Román, Pepe Pereza, Carmen Beltrán y Lucas Rodríguez. «Esto indica que la literatura en La Rioja goza de una salud excelente», afirma Sonia San Román, que reconoce que «las influencias de la Generación Beat me llegan tamizadas a través del movimiento grunge, que es el que a mí me tocó vivir en los 90. Yo soy de la Generación X, y hemos heredado cierto pesimismo, descreimiento, evasión y rechazo de los valores tradicionales», explica la escritora.
Pepe Pereza, actor que en los últimos meses está inmerso en la literatura (y que ya ha publicado un e-libro), declara que su participación con el relato 'Eligiendo un camino' «habla de un viaje improvisado que hice en mi juventud, motivado por la lectura de libros como 'En el camino' de Jack Kerouac». Los participantes de este tipo de libros colectivos que proliferan en los últimos años se repiten en muchos casos y recuerdan a otros, como es el caso de 'Hank over' o la reciente edición de 'Vinalia Trippers'. El propio Vicente Muñoz Álvarez ha reactivado este popular fanzine de los 90 y, con portada del dibujante Miguel Ángel Martín, le ha procurado una edición de lujo. En ella colaboran los riojanos Pepe Pereza, Lucas Rodríguez, Enrique Cabezón, Adriana Bañares Camacho y Sonia San Román.
Es ésta última, junto a los logroñeses Cabezón y Nuria Ruiz de Viñaspre, la que repite, de nuevo, en otro libro más. Se trata de la antología 'Puta poesía' (Luces de Gálibo, 2010), «una modesta forma de solidaridad con las prostitutas y en particular con Hetaria», colectivo al que la editorial donará la totalidad de los beneficios obtenidos por la venta de este libro. Un total de 81 poetas se incluyen en esta obra, entre ellos, Karmelo C. Iribarren y Roger Wolfe. Pero aún hay más. 'Aldea Poética V. Poesía infantil. Dadaísmo en verso' (Opera Prima, 2011), que reúne a autores como Aute, Ouka Leele y Jesús Munárriz, también cuenta con San Román y Cabezón en sus páginas, y que ya participaron en la entrega anterior, la cuarta, dedicada al sexo.
http://www.larioja.com/v/20110426/cultura/jovenes-golpean-fuerte-literatura-20110426.html

RETORNO... AL TECLADO

Después de estos días de receso de Semana Santa, toca recuperar las rutinas de siempre. Incluidas las verduritas, las carnecitas y los pescaditos a la plancha después de ciertos excesos gastronómicos que mejor no detallo. Habrá que evitar subirse a la báscula durante unos cuantos días.


Lo mejor: el reencuentro con mis personajes. Ya les echaba de menos.



(Fotografía tomada de www.tecnocosas.es)


"Hay un lector con el que no puedo conciliarme: el que quiere lo que han codiciado para su descrédito todos los novelistas, lo que dan éstos a ese lector: la Alucinación. Yo quiero que el lector sepa siempre que está leyendo una novela y no viendo un vivir, no presenciando «vida». En el momento en que el lector caiga en la Alucinación, ignominia del Arte, yo he perdido, no ganado lector. Lo que yo quiero es muy otra cosa, es ganarlo a él de personaje, es decir, que por un instante crea él mismo no vivir".


Macedonio Fernández en Museo de la Novela de la Eterna, en la edición de Letras Hispánicas de Cátedra, página 174.

los haikus para todos ustedes

trece haikus y senryus

Leyes penosas traen proposiciones indecorosas

Me traslado hasta uno de mis queridos antiguos garitos de marcha, por saludar personalmente a un amigo. En la calle, con un hombro apoyado en la jamba de la puerta, fuma una persona a solas. Al acercarme, veo que es Fulanito, viejo conocido, muy buen tío. Amigables, contentos de volver a vernos, cruzamos cuatro palabras y entro.
El local, practicamente está vacío. El ambiente, impoluto. Huele que apesta a algo que recuerda a las colonias para bebé, ¿será por tapar olores anteriormente difíciles de percibir? Me dicen que huele a la ausencia de humo, y pienso que más bien es a las ausencias en general, a todas las ausencias que desde el día 2 de enero han sido.
¿Mantendrán la esperanza de que aún pueda llegar algún no fumador? ¿Quizá otro, o varios fumadores tolerantes con esta ley antiellosmismos, antinosotros?
¿O puede que aquel "amigo" antifumadores recalcitrante, a tomarse su refresquito? ¡Qué bien lo pasábamos! ¡Viva el cachondeo! No se creía que, en cuanto pusiesen la ley, tendría que beber solo y con mono de humo pasivo, seguro que incluso buscar otro lugar. Los garitos de marcha dejan de tenerla si se la cortan. Cuánto nos reíamos. Ahora ya no. No nos vemos. Al entrar en vigor la ley, desechó nuestra saludable relación.

Pido un chupito de trago a mi amigo. Me lo beberé en tres o cuatro: el tiempo justo para cultivar y no perder la amistad del todo, como se ha perdido nuestra buena y dilatada complicidad de barra y algo más. Hablamos. Entra Fulanito. Se nos acerca y me dice: ¡Qué raro eres, Valtueña! No sabes cómo se te echa en falta.
Hablamos. Tras el cuarto trago, con el vaso de chupito vacío y la mano en el bolsillo dispuesta a pagar, me vuelve a decir: ¡Qué raro eres, Valtueña!
¿Me está llamando intolerante por no pisar los garitos en los que no me dejan ser yo... por defender mi libertad...?
Saca un cigarrillo. Lo mantiene en una mano con los codos apoyados en la barra, mirándome, mientras con la otra, provocativo, a punto está de hacer girar la ruleta de su encendedor. Le pregunto: ¿Lo vas a encender? Contesta mirando el cigarro: ¡Qué raro eres, Valtueña!
Mi amigo, su amigo, nos mira preocupado desde el interior de la barra, y le digo: Tranquilo. No tienes antifumadores. Nadie se dará por molestado. Llama a la policía y te quedas como dios. Total... no vendrán... Y si sí, ni se molestarán por ver cómo se consume lo que se ha consumido abiertamente toda la vida y se vende aquí misjmo. Que la policía no es tonta. A no ser que, de casualidad..., que alguno habrá, nos toque algún antifumadores. En todo caso merecería la pena arriesgarse a pagar treinta euros sólo por mancillar este santuario.
Fulanito, tras escuchar: "Venga, Valtueña, no empieces a revolucionar", y ante la mirada fulminante de nuestro amigo, esconde el cigarro en la palma de la mano, mientras me dice: Oye, ¿no te saldrás a echar un cigarro conmigo?
[Una indecorosa proposición. Sin pretenderlo, está ofendiendo mi dignidad como persona. Nunca jamás había oído semejante cosa de alguien en sus cabales. Esto me retrotrae a cuando mi amiguito y yo, con cinco o seis años, nos íbamos a la acequia de atrás de casa para echar un cigarro a escondidas de nuestros padres.
¡Qué pena, tener que verse obligado a quedar con alguien para pasar un momento agradable con lo que nos vende el gran padrastro, escondiéndonos, en la puta calle, de nuestro papá Estado!
¡Qué pena dan los solitarios que fuman solos en la puerta!
¡¿Qué pena de ley es ésta?, que obliga a emborracharse al solitario, para que el amigo no deba abandonar su trabajo si lo despiden por falta de clientela, aunque entre chupito y chupito tenga que seguir en la puerta, sin su amigo!]
Mi contestación, claro, es: Perdona, Fulanito. Cuando cambiemos esta ley nos lo fumaremos aquí dentro tan a gusto como siempre (él se queja como casi todos, pero, como casi todos no ha movido un solo dedo por intentar cambiarla). Ahora ya, necesito otros aires, aires en los que mi espíritu pueda respirar.
Paga mi chupito y salimos a la puerta. Nos despedimos y enciende su cigarro. No me ha vuelto a llamar raro.

Llego a uno de mis nuevos garitos. Es pronto. Todavía no hay marcha. Hay... partido. Sus dieciséis mesas y sus quince metros de barra se ven a rebosar. Chicos, chicas, gente joven sin más, papis, mamis con niños, gente mayor sin más y solitarios acompañados, nos vemos contentos y felices compartiendo un espacio de libertad. Las copas vuelan alborotadas. Las puertas, que permanecen abiertas de par en par, facilitan el trasiego de la gente y el de los aires espirituosos.
Y me pregunto ¿cuántos fumarán realmente de las ciento cincuenta personas que habrá aquí? Porque, salvando a los niños, sólo dos tercios de ellas tienen un cigarro encendido.
Me preocupan esos tres tíos con pinta de secretas que hay en la barra a mi lado. No nos vayan a joder el chiringuito. Pero bah, nada, pura psicosis. El que se acaba de encender ahora el pitillo es que no fumará tanto como yo.
Pasan las horas y los otros dos permanecen sin fumar. Sin embargo, cuando me voy, me alegra que parezcan continuar llevándose bien.

LOS ONCE

Los once. Pierre Michon. Anagrama. 2010. 144 páginas.

Pierre Michon (1945) es uno de los escritores más interesantes y atípicos de la literatura francesa actual. El pasado año se publicaron dos obras suyas en nuestro país: Abades y Los once. La primera había sido publicada en Francia en 2002; la segunda es su último libro, con el que ganó el pasado año el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa.

Los once es un relato extraño y engañoso. Su título es el de un gran cuadro que se encuentra en el Louvre y representa a los once miembros del Comité de Salvación Pública que figuraban al frente del gobierno revolucionario en el año II (1794) de la Revolución Francesa, cuando se instauró en Francia el periodo conocido como el Terror. El autor de ese retrato colectivo es Fançois-Élie Corentin, un pintor de origen humilde, criado, en ausencia del padre, por dos mujeres que lo llenaron de mimos infantiles. Al famoso cuadro de Robespierre, Saint-Just y demás amigos revolucionarios dedicó doce páginas de su Historia de la Revolución Francesa el famoso historiador Jules Michelet.

Sin embargo, todo lo escrito en el párrafo anterior es falso. Ni existe un cuadro titulado “Los once” ni existe un pintor llamado Corentin, ni el historiador Jules Michelet pudo por tanto escribir nada sobre ellos. Todo es un invento, a la manera borgiana, de Pierre Michon. Pero que lo anterior sea falso no significa que nada sea verdad en la novela. Son reales los once personajes que sembraron de terror el país galo tras la revolución de 1789. Once personajes que creyendo encarnar al pueblo no significaron, sin embargo, más que la “vuelta del tirano global que se hace pasar por el pueblo”. No se trata de once apóstoles, sino de once papas.

Hay mucha erudición y muchos conocimientos de historia y de arte en las páginas de este pequeño libro. No se destaca únicamente el terror de los once tiranos del cuadro, también la enorme diferencia de clases en la Francia prerrevolucionaria, la explotación laboral a la que eran sometidos los limusines que construyeron, hundidos en el barro y en la miseria, los canales fluviales del río Loira.

Pierre Michon escribe en una prosa rica y cuidada, de frases muy largas y registro culto, con alusiones directas a un interlocutor que puede ser el propio lector o un destinatario que en ningún momento se explicita.

Un libro que contiene todo un mundo, que recuerda al mejor Borges y que mezcla en un todo indisoluble la realidad y la ficción literaria. Porque Los once es un cuadro que nunca fue pintado, pero el libro puede leerse como si lo hubiera sido y nos halláramos ante el más importante de los lienzos que cuelgan de las paredes parisinas del Louvre.

Carlos Bravo Suárez

ENTREVISTA EN EL SILLÓN VOLTAIRE


In beat we trust.

Claro que sí, creemos en los beat, creemos en la buena literatura y, por supuesto, creemos en la radio de calidad, como la que hace en el Sillón Voltaire su directora y presentadora Sofía Castañón.

Os dejamos aquí el link para que escuchéis el programa en el que fueron entrevistados el antólogo y escritor Vicente Muñoz Álvarez y el editor David Vicente. Se habló de la última publicación de Ediciones Baladí, Beatitud. Antología de la Beat Generation. Pero se habló en general de todo lo que tiene que ver con los beat.

en el invierno de mis treinta y ocho años



Suena afectado decir Cuando era más joven
Aunque hace tiempo que me preguntaba cómo sería
Ser yo en este instante
No me veo tan mayor desde aquí
Tan lejos de mí mismo como siempre

Al despertarme cegado en la niebla y la lluvia
Imagino que los relojes murieron durante la noche
Ahora que nadie me mira podría escoger mi edad
Escogería ser más joven supongo luego soy mayor
Está al alcance de mi mano podría cogerlo
Salvo por las cosas tal vez que haría de otro modo
Siguen estando en medio son lo que soy
Poco me enseñaron que no supiera ya cuando era joven

Seguramente en mi edad no hay nada malo
Más bien se trata de cómo la alcancé
Como algo que fui posponiendo mientras me ocupaba
De mi juventud

Tampoco hay nada malo en las palabras
Porque se presten
A mis necesidades

Ni nada malo hay entre las estrellas por supuesto
Se trata más bien de mi vacío
Mientras se pierden sin rumbo en la mañana invisible


W. S. Merwin en Migración (Antología poética), selección y traducción de Abraham Gragera, Juan de Dios León Gómez y Ruth Miguel Franco, editado por Pre-Textos en su excepcional colección "La cruz del sur" en febrero de 2009, página 77.

RESEÑA EN QUÉ LEER


El escritor y poeta Vicente Muñoz Álvarez y el escritor Ignacio Escuín Borao han reunido en Beatitud 33 relatos en los que autores como Nacho Abad, Sergio Gaspar, Almudena Vidorreta, Inma Luna, Pablo Casares, Eloy Fernández Porta o Sonia San Román aportan referencias, citas, experiencias personales y un generoso testimonio de cómo la cultura beat llegó a sus viddas y cómo influyó en su abordaje a la literatura, el cine, la música, etc. Beatitud representa un homenaje, pues, a la generación legendaria que compredió a los Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Di Prima o Cassady, voces que contribuyeron con sus creaciones a presentar una nueva manera de entender el mundo.

Albada 238








¿PREMONICIONES?


(17 de abril de 2011)




Me manda mi amigo José la copia de la portada de “La Provincia, Diario Independiente” publicado en Teruel allá por un 22 de abril de 1922. La peculiaridad de este recorte de prensa de aquel “otro” abril turolense de hace 89 años radica en que José Torán (fundador del periódico, ingeniero capaz y comprometido, alma inquieta) narra con minuciosidad la visita a Teruel de los “insignes” Ortega y Gasset y Baroja.



Contado pues el encuentro con detalle, y en algunos momentos casi cercano al chascarrillo (no hay más que leer cuando refiriéndose a Ortega nuestro paisano nos confiesa “ me produjo una ligera decepción su manera de vestir. Aquel gabán tan entallado y tan urbano para una excursión en automóvil...!” ), se desliza de pronto –como bien señaló Antonio Pérez en su libro “El modernismo en la ciudad de Teruel”- el poco agrado que los dos visitantes profesaron por la renovación modernista de nuestra ciudad: al pasear por la Plaza del Mercado ( plaza del Torico) protestaron “airados contra alguna fachada que había roto su aspecto tradicional”.




Sin embargo lo que me interesa hoy a mi de esta curiosa página de la historia cotidiana de Teruel no va sobre los gustos estéticos -¿trasnochados?- de nuestros forasteros, sino sobre el pequeño y muy sorprendente dialogo entre el sabio del “abrigo ceñido” y el ingeniero turolense a propósito del futuro de nuestra provincia:


“Yo le hablaba de las posibilidades de esta provincia, de los ferrocarriles que se necesitan, de la unión para conseguirlos; a lo que él replicaba:


-Pero no crea V. que los hombres se unen solamente por conquistar bienes materiales. Los pueblos luchan siempre por un ideal...



-¿Cuál cree V. que puede ser el nuestro?-me atreví a preguntar al maestro.



-Está en su escudo. Vea V. el cuartel del toro y la estrella.



Confieso que me quedé perplejo. ¡coger una estrella! ¿dirigir la vista arriba!...¿Quién sabe?...”



Noticia por noticia pongo al lado del recorte del viejo diario las páginas de nuestra ultimísima prensa de esta semana: el proyecto Galáctica, la construcción del Observatorio Astrofísico del Pico de Buitre... y... y me quedo perpleja claro, casi tanto como el amigo Torán con aquella respuesta un tanto críptica y bastante enigmática del ilustre filosofo. ¿En qué diantre estaba pensando Ortega? ¿Serían premoniciones? Me sonrío yo sola cuando se me ocurre que habría que llamar al director de alguno de esos locos programas de misterios de la tele para qué nos lo aclarará, esos que “hacen” ya a última hora, cuando precisamente en Teruel sólo las estrellas están en la calle... y hablando de horas, es tarde también cuando escribo estas líneas, entre la una y las dos de la madrugada, casi la misma hora de plenilunio en la que se despidieron los tres paseantes a los pies de la Escalinata aquel lejano abril de 1922.



“Ortega y Gasset repetía sin cesar: -Es este un pueblo extraño, muy extraño.


- Y yo celebraba, al separarme de ellos, que nos juzgaran así y que hubieran visto en nosotros un poco de inquietud”


Así termina Torán su escrito y así lo termino yo.

LA GENERACIÓN BEAT AÚLLA DE NUEVO: Reseña en la Revista Leer.



La prestiogiosa revista Leer se hace eco en su número de abril del fenómeno de la Generación Beat y de cómo vuelve a tomar repercusión mediante distintas publicaciones y películas en este año 2011. Y, como no podía ser de otro modo, resaltan nuestro último libro Beatitud. Visiones de la Beat Generation en un extensísimo reportaje de más de ocho páginas. Muy recomendable para todos los amantes de la Generación Beat y para todos aquellos que no la conozcan y quieran hacercarse por primera vez a ella.

(Texto leído en la entrega del premio de las Letras Aragonesas a Ángel Guinda)

Querido Ángel, quisiera que estas palabras fuesen en primera personal del plural, quisiera representar a los escritores y poetas aragoneses más o menos jóvenes que nos hemos aventurado en esto de las letras, con más o menos fortuna, en los últimos veinte años y a los que tu escritura personal e inclasificable ha servido de referente y diálogo. Tus libros están en las bibliotecas de muchos de nosotros. Te hemos leído, hemos disfrutado y hemos pleiteado con tus textos porque siempre llaman la atención y nunca evitan el conflicto. Y acaso sea lo mejor que le puede pasar a un poeta. En esto de escribir, decía Joseph Brodsky, no se acumulan experiencias sino incertidumbres, que son uno de los sinónimos de pericia. Una pericia de la que sabes tanto como el poeta ruso. “La poesía es una pregunta a todas las respuestas” escribiste en uno de tus aforismos.

Uno era poco más que un adolescente con vocación extraña por las letras y el mundo exagerado, la bohemia impostada y el acento irregular, cuando supo de Ángel Guinda. Fue un compañero de instituto, más leído que yo, quien me habló de un poeta aragonés que había sido llevado a juicio por escribir en una pared del café de la Infanta –que por entonces también nosotros visitábamos barbilampiños– un verso procaz sobre la revolución sexual que alguien pacato no quiso tolerar. Aquel gesto, que para ti tuvo notables consecuencias personales alejándote de Zaragoza, te convirtió en uno de nuestros héroes privados, alguien que cumplía los cánones que un recién llegado a los trasvases entre literatura y vida deseaba colmar: rebelde contra la pequeña burguesía y la sociedad biempensante, raigambre de escritor romántico contra la vida, poeta rozando los extremos a favor de la noche y sus misterios, atrevido, ácido, ávido. Un rimbaldiano de nuestra ciudad con el firme propósito de cambiar la vida y transformar el mundo. El mismo propósito que impulsaba nuestra arrogante vitalidad de entonces, y el mismo, sin ninguna duda, que impulsa la de ahora, eso sí, más comedida y atenta al detalle. Cambiar la vida, desafiar las reglas, acumular incertidumbres. Leerte fue cuestión de tiempo, el que tardaste en publicar Claustro, ese libro formidable que reúne tu poesía valida desde 1970 hasta 1990, el libro que quizá sea el que más quiero de los tuyos, el que más he releído. Hasta Claustro tus libros fueron para mí enigmas -La pasión o la duda, Entre el amor y el odio- y un artículo de Ángel Crespo que incidía en el malditismo que uno buscaba como alimento pero subrayando lo que no era. Luego la lectura y el conocerte han desmontado ese repiqueteo de poeta maldito, legendario torrente de nocturnidad, sólo biógrafo de la muerte. Ahora uno sabe que Ángel Guinda es un hombre que escribe poesía y regala transparencia, cariño, curiosidad, anécdotas, sentido del humor, chanzas si hacen falta, chascarrillos literarios, intensidad por vivir. Intensidad, esa es la palabra. Intensidad en la persona y en la poesía, versos que asaltan enseguida.

Un ejemplo intenso de Sazón, escrito a finales de los ochenta: “… La belleza consiste/ en haber esperado ver lo transparente/ a través de alguien o algo,/ ver lo atravesado en la mirada que se mira.” Uno siente y se descoloca después de esto. Intensidad y luego calma. Poner los ojos y los oídos y la atención y estar ahí. Y otro ejemplo de La ciudad interior, “Arquitextura”, un poema que es la poética de Ángel Guinda, de lo que escribía entonces y de lo que escribe ahora: “Escribo contra la realidad,/ no sobre ella. La poesía/ es una rebelión. El poema/ soy yo fuera de mí, el mundo/ que me invade haciéndome/ estallar.” También podría haber recordado algún fragmento de tu último libro, Espectral, libro de fantasmas que convoca los símbolos que han de repetirse: el crepúsculo, el tiempo en fuga, el viaje interior, el espacio discursivo que rige esa muerte tantas veces aludida en tu poesía, lo otro que también somos, máscara y pulsión que recorre la historia de la literatura desvelándola allá donde no está.

Me gustaría terminar estas palabras sin perder el punto de vista de la primera persona del plural. Que el uno con el que escribo sirva como un nosotros.

Hasta hace bien poco guardaba montones de periódicos, suplementos de cultura de los más diversos diarios, artículos sueltos en páginas viradas al amarillo, al crema o al color de los huesos. Hasta que un día uno reconoció, no sin pesar, que la vida moderna de mudanzas e inestabilidad no se acompasaba del todo bien con la logística de materiales pesados y comenzó a llevar al contendor azul bolsas llenas de tesoros particulares que sólo parecían relumbrar ante mis ojos. Cuando supe que hoy tendría que decir algo de cómo nos hemos contagiado de tu pasión por la vida y la escritura, en lo primero que pensé fue en uno de aquellos recortes. Un recorte del Periódico de Aragón, del suplemento La Cultura, año 1994: tu Manifiesto de la Poesía Útil. Uno estaba por entonces en la facultad de Filosofía y Letras enfrascado como no lo ha vuelto a estar en lecturas de poesía española contemporánea de aquí y de allá: la preciosos pliegos de creación Malvís de un lado, la nueva sentimentalidad de otro; las editoriales Olifante o Ave del Paraíso de un lado, la poesía de la experiencia de otro; los Novísimos de un lado, Las voces y los ecos de García Martín de otro; el canon oficial de un lado y todos los extraviados, donde siempre te han incluido, de otro. Leer como si fuera un campo de batalla. Unos frente a otros y la poesía en medio. Un leer bélico y poco hedonista, con el riesgo de perder esa referencia tan radical que es la vida en el trasiego. Luego cualquiera se da cuenta –o debería– de que no es para tanto conflicto. Y esta ciudad, Zaragoza, en cuanto a lo poético, ahora es ejemplo de ese cambio. Aquí escribimos cada vez más y cada vez más distinto y no hace falta odiarse ni destacar la diferencia como falta de sentido. No, cada cual que viva el hecho poético como quiera, como pueda, como deba, como sepa; que lo intente, que se equivoque, que acierte, que disfrute. Y uno piensa que aquel Manifiesto por la poesía útil también ha tenido algo que ver con este cambio. Y aunque Ángel Guinda tampoco escapó del vaivén histórico y literario y en el primer párrafo del manifiesto arrea estopa, en el segundo da en el centro de la diana. Muchos de ustedes conocerán ese manifiesto pero no me resisto a leer de nuevo qué es la poesía útil para Ángel Guinda, y para tantos de los poetas que juntamos letras los últimos años:

“(…) Defendemos una poesía útil que, además de objeto de belleza, sea sujeto de conducta. Que sirva al ser humano: moralmente, para vivir; culturalmente, para ensanchar y afianzar su saber; y estéticamente para gozar. Una poesía que tenga los pies en las nubes pero la cabeza en la tierra, comprometida con el destino de las mujeres y hombres de su tiempo (…)”.

Palabras que son aviso para navegantes. Aquel pedazo de periódico que ahora se rastrea en internet sirve de brújula para el territorio poético de la poesía aragonesa más reciente. Y es a ti a quien debemos dar las gracias, por ser el poeta que eres, por tu generosidad de poeta bueno y no maldito.

CHAPLIN

Hoy me entero por San Google de que hace 122 años del nacimiento de Charles Chaplin, ese genio de bigotillo, bastón y andares pizpiretes. Así que regreso a esta nuestra comunidad tras algún tiempo de ausencia (es que ando muy liada ahora y el día no me da para más) para homenajear a este buen señor. La verdad es que me ha costado decidirme por una sola escena, porque hay tantísimas para incluir… desde la escena en la que se come una bota en La quimera del oro hasta el baile con el globo terráqueo en El gran dictador, o la escena de la fábrica en Tiempos modernos, y muchas más. Al final, he elegido la de la barbería de El gran dictador, con esa Danza Húngara de Brahms. La verdad es que si fuera hombre, no sé si me pondría en manos de un barbero así, por muy buena música que eligiera para su "performance".





Sol
que

al rodar

se hace
sombra

HOMBRE


Ángel Guinda en Claustro, p. 75.


El poeta Ángel Guinda, autor de una obra sólida e inclasificable, ajeno a tendencias y comprometido con una poesía útil que sirva para interrogarse en el vivir y aliente incertidumbres, recibe el premio de las Letras Aragonesas 2010 mañana en el nuevo museo Pablo Serrano de Zaragoza a las 20 h.

El retrato que parece de Nadar lo hizo el fotógrafo Julián Alvárez en 1981, imagen de Ángel Guinda fuera del tiempo que mira con ojo iluminado.

Fotos del estreno del vídeo arte "¿Por qué lloran los árboles en Tudela?"


UNA NOVELA CUENTO


Tan cerca del aire. Gustavo Martín Garzo. Plaza y Janés. 2010. 300 páginas.

Gustavo Martín Garzo (1948) es uno de los valores más sólidos de la literatura española actual. En su último libro, Tan cerca del aire, el escritor vallisoletano pone otra vez de manifiesto sus grandes dotes de fabulador con una novela que, en la línea de otras anteriores como La princesa manca o El valle de las gigantas, retorna a una literatura enraizada en el cuento popular y repleta de imaginación y belleza, de lirismo y sensibilidad.

Con su habitual finura y delicadeza, Martín Garzo inventa una hermosa historia envuelta en la atmósfera mágica de los cuentos infantiles, donde se mezclan la realidad y la fantasía y se derriban las fronteras entre lo material y lo onírico para penetrar en los insondables misterios escondidos detrás de las apariencias y la superficie de las cosas. Un mundo fantástico y oculto en el que sólo los niños y los enamorados, las almas sensibles y los escritores con verdadera intuición poética son capaces de penetrar y, en este último caso, de descifrar y convertir en creación literaria.

Tan cerca del aire cuenta la historia de Jonás, un niño rural que ha heredado de su padre el oficio de cartero. Así conoce a Doña Paula, una mujer que vive sola a las afueras del pueblo y que tiempo atrás estuvo enamorada del padre del muchacho que acaba de morir. Jonás descubre sorprendido la historia de su familia y en especial de su madre, muerta poco después de que él naciera. Gabriela, como la bautizó Doña Paula, fue una mujer misteriosa y delicada que mantenía una especial y extraña relación con las garzas que su hijo parece haber heredado. La novela transita luego por extraños y mágicos vínculos entre Jonás y las garzas que revolotean a su alrededor, maravillosos descubrimientos, sorprendentes metamorfosis y amores imposibles que sólo brevemente se pueden llegar a consumar.

Lo mejor del libro son las magníficas descripciones de la naturaleza y la casi delirante inventiva del autor, adornada con algunas frases y reflexiones de gran hondura y belleza. Lo peor es tal vez el excesivo endulzamiento de la historia, sobre todo en sus momentos finales, que puede llegar a convertirla en almibarada y algo empalagosa a ojos de algunos lectores.

De todas maneras, no hay que olvidar en ningún momento que Tan cerca del aire es una novela que pertenece al maravilloso mundo de los cuentos y los sueños, y que el libro se inscribe perfectamente en esos parámetros narrativos.

Carlos Bravo Suárez

Pieza no tan breve


La exquisita editorial errata naturae publica dos libros del escritor Julián Rodríguez (también editor de Periférica, otro catálogo de tesoros) con los que inicia un ciclo que el autor ha denominado “Piezas breves”. Libros híbridos que conjugan la memoria del escritor con los artificios propios del narrar, libros ajenos al decir cotidiano pero que dicen lo cotidiano –qué pensará tu hermano de lo que has vivido, qué habrá sido de ella, qué habrá sido de nosotros– libros que anotan la pulsación de la vida, de los altibajos y remontes, del estar y desaparecer de los instantes y los sentidos. Libros sobre el querer, el dolor, el ir hacia dentro de uno mismo, el ir hacia fuera, dos formas de narrar el origen de lo que somos, de lo que estamos siendo. Libros que retratan la vida y dan profundidad de campo.

Estas dos “Piezas breves” se titulan Tríptico y Santos que yo te pinté y son primas hermanas –más primas que hermanas– de Unas vacaciones en la miseria de los demás y Cultivos, los dos títulos anteriores que Julián Rodríguez convoca bajo el epígrafe “Piezas de resistencia” y que tuvieron un eco crítico considerable, situando la literatura de este escritor ante el foco que merece. Pero la literatura de Julián Rodríguez ya tenía una voz sólida antes de esos libros. Sus textos, su punto de vista, su narrar con imágenes, con suspensiones y elipsis, su riesgo estilístico, su llamada constante a la atención del lector, un lector que mira mientras lee, estaba en Lo improbable y en las nouvelles de La sombra y la penumbra, incluso en sus dos primeros libros, Nevada y Mujeres, manzana, los dos del año 2000, y que también ha agrupado en 2010 bajo el título Antecedentes, aquellos libros donde los mejores amigos eran mujeres, en los de ahora también, aunque de otra manera. Y es que Tríptico y Santos que yo te pinté son textos que Julián Rodríguez dice que ha escrito y reescrito desde finales de los noventa hasta la actual publicación. Por lo tanto, al menos el inicio cronológico de las palabras, de los silencios y de las ideas es contemporáneo. Además en Tríptico sí que hay un tono común. Pero la cualidad de Santos que yo te pinté, a mi juicio, es radicalmente diferente.

En aquellos textos, los primeros, la escritura era más transparente y con menos riesgo, menos objeto de lo que es ahora. Por decirlo de otra manera: entonces había más estilo directo y ahora predomina el indirecto, tanto en Tríptico como en Santos que yo te pinté. Decía Blanchot que escribir ya no es describir lo real porque la consistencia misma de lo real se ha desvanecido. Y añadía: no porque el sujeto haya perdido su consistencia o sea un cadáver, sino porque ha prestado autonomía a la escritura y ésta es un motor de imprevisibles consecuencias. Esto es lo que se aprecia en la evolución literaria de Julián Rodríguez: de una descripción de lo real a una autonomía de la escritura. Pero no se trata de un cambio de una a otra. Libro tras libro su literatura muestra una tensión entre ambos polos, la descripción de lo real y la escritura de lo real. Acaso donde mejor se aprecie sea en las “Piezas de resistencia”. Y sin ninguna duda en Santos que yo te pinté, un texto extraordinario en el que la escritura se superpone a la imagen de la realidad, creándola y recreándola. Con imprevisibles consecuencias, como decía Blanchot, ésas que permiten un sentido verdadero gracias al despliegue de la imaginación y su aparente desorden.

Eso sientes al leer Santos que yo te pinté. Las imprevisibles consecuencias de la imaginación, de la escritura. Cerrar los ojos y dejar que nos asalten las imágenes –igual que dice la leyenda que ocurre cuando uno muere; lo más importante de la vida pasa ante los ojos como en una desordenada sucesión de filminas– luego escribir, empezar con un “¿Qué te decía?” y que la respuesta sea sólo escritura, imprevisible consecuencia, un solo párrafo desde la página 11 hasta la 57, un monólogo interior en el que se diluye el espacio y el tiempo, en el que una voz se descubre en distintas voces, en la mía, en la tuya, en la de él, en la de ella. La voz de quien propone hacer una lista con los deberes queunonopuededejarenelolvido, la voz que quiere regresar a casa e interpela a su hermano y recuerda a sus padres, la voz de quien está en un barco portacontenedores y habla, se habla, con un portugués que gasta su misma talla, la voz de quien se ducha en un hotel con yonkis en la puerta y en la ducha cierra los ojos y la recuerda a ella, se recuerda con ella y a ella le da la voz y sueña y está en un restaurante, en un cementerio, en un lago, en un sueño, la voz que sueña dentro del sueño y recuerda quién era, quién es, recuerda que hacía frío, que llovía. La voz 1, la voz 2, la voz 3, la voz. “Era como una memoria que iba deshilachándose y de cada hilo yo sacaba una historia, como un recuerdo, como si un schock los hubiera puesto en primera fila”. Sin embargo, otra pregunta que es premisa: “¿tanta voz para qué hombre?”

“Santos que yo te pinté, demonios se tienen que volver” cantan Los Planetas en el estribillo de la canción que Julián Rodríguez toma para titular su libro. “¿Qué te decía?”, así, recordemos, comienza el libro. La respuesta serán los demonios. El hombre y sus demonios. Escribir. “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará” escribió Marguerite Duras, a quien Julian Rodríguez reconoce como influencia, en su inolvidable Escribir. Los demonios, las imprevisibles consecuencias, la escritura salva a ese hombre que cierra los ojos bajo la ducha, que es y no es el autor del libro que leemos.

Las “piezas de resistencia” son abiertamente anotaciones de dietario de un personaje que, más bien poco camuflado, cualquier lector identifica con el propio escritor, al menos con ese personaje que se autorretrata en la escritura; en las “piezas breves” estamos ante un personaje similar pero inscrito y escrito en un discurso distinto. No se trata sólo de una anotación de la vida, de su discurrir, en Santos que yo te pinté la duración es un instante, la brevedad de lo que ocurre y se prolonga en profundidad: la escritura es un cerrar de ojos y hacer recuento de las imágenes. Imágenes, sueños, recuerdos. Recuerdos dentro de imágenes, sueños dentro de recuerdos. Santos que yo te pinté no es una pieza tan breve, acaso en el número de páginas, pero tiene hondo recorrido, el de un hombre que se muestra y hace aparecer demonios. Sinceridad perfecta, contemplación y, lo recuerda Julián Rodríguez al final de su nota, también una forma de oración: “decirte a ti mismo la verdad”.

Santos que yo te pinté, Julián Rodríguez, errata naturae, 2010.

Reseña publicada en la revista Turia 97-98, número con un nutrido cartapacio dedicado a Mario Vargos Llosa coordinado por Fernando Iwasaki y con el tesoro magnífico de once poemas de Marcel Proust traducidos por Mauro Armiño: "En mi cabeza tuve un achacoso pájaro extraño/ Que mejor cantaba que las fuentes, que los bosques/ -Cuyas solemnes voces sin embargo amábamos-,/ Pájaro melancólico y a veces risueño".