No te lo puedes perder





Pon que el rey del narco sevuelve a casar. Y entonces lo balean, lo destrozan todo ante los ojos de su hija, encerrada con la madrastra en el búnker de abajo.
Pero laCenicienta de Jorge Moch no tiene hada madrina, sino un padrino de armas tomar.
Así arranca:


En el día mástriste de su vida, Isabel perdió el miedo a la muerte como un día perdería lavirginidad: de golpe y sin grandes sofisticaciones, como se pierde un zapato enla carrera o un arete al saltar. Se lo perdió a la muerte pero no al dolor,aunque aprendió a cargarlo en silencio.

Llegaron en ochocamionetas pickup. Las contó cuidadosamente varias veces poniendo sobrecada una un dedo tembloroso. Todas grandes. Todas nuevas. Todas negras con unasola letra de color amarillo rotulada en las portezuelas. Todas llenas desicarios. Eran como cincuenta cabrones y su papacito uno solo. Bueno, y estabaCosme, que era bravo con el machete pero un pendejo con los cuernos o lastizonas, a lo mejor por eso de que era sordomudo. Pero les costó su trabajo ycomo veinte difuntos chingarse a su papacito. Y a Cosme, que alcanzó adescabezar a alguno. La tracatera estuvo sonando lejos y por un rato largo, peroningún uniforme se acercó a tiempo de salvamentos y rescates en aquel terregalsembrado de huizaches flacos y casquillos percutidos que allí quedaron,mintiendo fulgores entre terrones salados. Nomás tuvo de compañero un miedo compartidoy algunas certezas: ya nada volvería a ser igual en su pequeño reino y lafelicidad era tan confiable como un pinche billete de tres dólares. Tambiénaprendió que, a pesar de cuentos, poemas y novelas como los que por años leobsequió su papacito para «hacerla distinta a él», la muerte tiene en verdaduna cara espantosa.