Jóvenes y viejos


Geórgicas, III, 95-122

Cuando también a este caballo, abrumado
por las enfermedades, cansado por los años
le abandonen las fuerzas, déjalo en la cuadra
y respeta su vejez, que en nada es vergonzosa.
El viejo, en los lances de Venus, está frío
y en vano se empeña en la ingrata labor,
y si alguna vez se crece en la batalla,
le entra el furor pero todo es inútil,
fuego de rastrojera, aparatoso y flojo.
Conque habrás de tener en cuenta, sobre todo,
los bríos y la edad, y luego otras virtudes,
la casta de sus padres, qué dolor aflige al vencido,
y en la victoria, qué orgullo. ¿Es que no ves
cuando se precipitan los carros a la pista,
y a rienda suelta corren desde el salidero,
cuando el encendido anhelo de los mozos
y la ansiedad consume su exaltado corazón?
Los mozos los arrean con trallas retorcidas,
echados adelante les dan toda la rienda,
vuelan los ejes y echan chispas de tanta tensión;
y parecen a veces ir por tierra, y a veces,
elevados en el aire, guiados por el vacío,
subir a las alturas. Ni pausa ni sosiego;
se levanta una nube de arenas amarillas,
la espuma y el aliento de los perseguidores
las humedece. Tanto es el afán de gloria,
tanto les preocupa la victoria. Fue Erictonio
el primero que cuatro caballos a un carro
atrevióse a uncir y a mantenerse firme,
encima de las ruedas, veloz y triunfador.
Lapitas peletronios, montados en el lomo,
los frenos han legado, los giros, y enseñaron
a los jinetes bajo el peso de las armas
a galopar gallardos y a saltar. Son iguales
una y otra labor, e igual los criadores
seleccionan al joven de ánimo fogoso
que al veloz en carrera, por más que muchas veces
aquel pusiera en fuga a las huestes enemigas
y afirme que su patria es la fuerte Micenas
y el Epiro y haga descender su estirpe
de los mismos orígenes que el dios Neptuno.