Entrevista para Alquimia Sonora: "Hacer música supone traficar con tus emociones" (I)


"Hace nada os traíamos lo nuevo de Louisiana. Luis y Ana son Louisiana. También lo son el resto de la banda, pero incorporarles en el nombre del grupo habría dado como resultado un trabalenguas. Un Louisiana que nada tiene que ver con ese estado sureño en el que el jazz, la santería y los vampiros inundan las tiendas de souvenirs. Souvenirs, como Louisiana son términos franceses... quizás sea casualidad o solo causalidad... Pero en estos términos navega la nube sonora llamada Louisiana, entre el azar de las palabras, la poética de sus letras y el arraigo emocional (y emocionante) de las melodías. Incluso en aquellos momentos en los que la letra desaparece, su propio silencio se adueña del lirismo escrito; y es en los pasajes cantados cuando la voz de Ana Muñoz se desvincula de la letra y se convierte en instrumento. Hoy compartimos un poco de ese peculiar universo y viajamos a Louisiana acompañados de Ana sin necesidad de facturar... ¿o sí?

Alquimia Sonora: Louisiana sois los culpables de un primer trabajo editado al que muchos hemos mirado dos veces por lo asombroso de su factura. Una producción impecable gracias a Rafa Domínguez en la que las letras y la melodía cobran una dimensión abierta. ¿Cómo fue el proceso de gestación de este trabajo?

Ana Muñoz (Louisiana): Muchas gracias por tus generosas palabras. Rafa Domínguez posee una mente privilegiada, es un auténtico genio. Desde que lo conocí, primero como músico (Guisante es el nombre de su proyecto actual -¡Rafa, saca ese disco ya!-), hubo algo que me cautivó. Cuando nos pusimos en contacto con Virtualbum, Luis y yo teníamos claro quién queríamos que fuera nuestro productor. Y Rafa accedió pero, puesto que se hallaba trabajando en su nuevo estudio de grabación, La Cafetera Atómica II, no pudimos comenzar a grabar hasta pasado un año largo. Creo que nos vino muy bien ese periodo de tiempo porque, de otro modo, el resultado del disco habría sido distinto, por supuesto precipitado. La citada circunstancia nos permitió “instalarnos” en un proceso de pre-producción en el que trabajamos las canciones casi exhaustivamente, prestando especial atención a los detalles y con el horizonte de la grabación siempre en nuestras cabezas. Además, conforme iban pasando los meses, fueron surgiendo nuevas canciones que finalmente incluimos, en detrimento de otras que en un principio iban a formar parte del disco. Para mí supuso prácticamente mi primera vez en un estudio de grabación y resultó una experiencia muy estimulante, intensa y positiva. Me gustó muchísimo. Fue como hacer un paréntesis en nuestras vidas, como si me hubiera ido de vacaciones a la luna. Duró unos dos, casi tres meses. Y también fue “duro”. Recuerdo cuando llegó el momento de grabar voces, por ejemplo: sufrí el famoso (y hasta entonces desconocido para mí) “síndrome REC” y me vi aquejada de una laringitis apocalíptica que me impidió cantar durante varias semanas. Al volver a cantar sentí vértigo, ¡uf! Del mismo modo, recuerdo salir a correr todas las mañanas con las premezclas sonando una vez tras otra en el mp3, atenta a aquellos puntos que hubiera que tratar con Rafa en la producción. En cualquier caso, confiamos en él plenamente. Y valoro lo bien que nos hizo sentir y nos trató. Él, antes que productor, es siempre músico, de modo que empatizó con todos nosotros y nos ayudó a combatir inseguridades y miedos. Además de comprender, en la medida de lo posible, nuestras rarezas. Una vez grabado el disco, pudimos emitir nuestro grito de guerra: “¡A masterizaaaaar!” y dar los pasos siguientes, en relación al diseño gráfico, por ejemplo. La verdad es que cuando pienso en el disco me doy cuenta de que supimos rodearnos de grandes artistas y profesionales (Javier Roldón, Javi Polo, Jorge Fuembuena...) que además eran personas cercanas a nosotros.

Vamos, grandes profesionales pero mejores amigos, ¿no?. Algo que sin duda influye en el resultado final. En este disco homónimo (también “Louisiana”) se incluyen 7 temas en los que podemos descubrir influencias del indie estadounidense de los '90 (el inicio de “No hay valor”), del indie patrio como el de La Buena Vida (en “Que me Desamor”) pero también rastros de un pop progresivo o de un folk en el que las melodías los sobrevuelan sin detenerse en estas etiquetas. Escuchamos “Louisiana” y es evidente que tenéis un estilo propio pero, ¿cómo sobrevivir al margen de estilos manidos o de etiquetas asignadas?

Se sobrevive si se tienen unas buenas tijeras a mano. Supongo que eso es todo. Aquellos que se acerquen a un disco cualquiera deberían actuar como hago yo (y como hace cualquier mujer) cuando me compro una falda: en cuanto llego a casa quito todas las etiquetas. Son incómodas, pican. En cuanto se adquiere la prenda ya no sirven, si las etiquetas cumplen algún tipo de función informativa, su “existencia” es limitada. Además, nadie puede pasearse por la calle con ellas puestas, provocan extrañeza en los demás. Pero te agradezco que opines que tenemos un estilo propio y que recurras a la denominación de “pop progresivo”. Me encanta.

Aunque seguro que a más de uno se ha encontrado en mitad de la calle con la etiqueta de la camiseta pegada a la misma... Ja, ja, ja... Si hay algo que nos llama la atención de vuestro debut es lo compacto de los temas. Algo que es difícil encontrar en grupos con una trayectoria tan corta: o bien la voz no empasta correctamente, o las distorsiones se convierten en recurso usado sin control, o las letras se quedan en la superficie,... Sin embargo desde la primera escucha de “Louisiana” nos damos cuenta de que estamos en otra escala. ¿Hay más trabajo y esfuerzo que corazón e inspiración... o es al revés?

Hay una sucesión lógica de distintas fases: para mí, la composición de lo estrictamente musical supone un proceso muy intuitivo y casi visceral. Sigo una dinámica de trabajo, es decir, que no creo en la inspiración a no ser que las musas me descubran con la guitarra en la mano, pero obviamente me muevo por pulsiones e im-pulsiones. En ese sentido, intento que la música no sea algo tan matemático como nos enseñaba el profesor de solfeo hace años. Dicho esto, no creo que corazón y esfuerzo-trabajo sean incompatibles. Más bien al contrario. De hecho, cuando compongo una “canción” (el proceso concluye al compartirla con Luis y más tarde con la banda), me sumerjo en un estado de absoluta dedicación y casi obsesión, no puedo hacer nada más hasta que más o menos la siento cerrada. El trabajo y el esfuerzo son indispensables. El nivel de renuncia y sacrificio que nos exige este proyecto, no solo a nivel creativo..., el precio que hay que pagar es tan alto que a veces resulta desalentador. Al fin y al cabo, hacer música supone traficar con tus emociones y eso es algo delicado que puede hacerte daño o acabar por quemarte. Por eso hay que disfrutar de todas y cada una de las fases del proceso. Disfrutar del trayecto y dejar de quejarse (“papá, cuánto queda”, “papá, me hago pis”), porque puede ser que nunca lleguemos al destino que más o menos de manera inconsciente todo creador se fija.

Hablas de “tráfico de emociones”, y en vuestras letras el dolor, el amor, los desencuentros o las historias inacabadas lo impregnan todo de ocre, pero también de luz y de distancia. Tú eres la responsable de arañar al alma para crear las letras de este álbum, algo que debemos explicar viene de tiempo atrás, de su trayectoria como poetisa y de la fascinación por la creación literaria. ¿Dónde aparece la necesidad de añadir música a tus poemas?

En realidad, cuando me mudé a Zaragoza llevaba años componiendo y deseando concretar mi proyecto musical, algo que no sucedió hasta que conocí a Luis (precisamente al término de un recital de poesía en el que participaba) y me convenció de que, con las canciones que me callaba, podíamos hacer algo juntos. Yo había realizado alguna prueba para un par de grupos de la ciudad pero, cuando me preguntaban si componía, respondía negativamente. Me daba mucha vergüenza y me costó “emanciparme” de ese pudor. Dicho esto, las canciones son canciones y los poemas son poemas... me refiero a que las canciones no son poemas musicados. Puede suceder que un poema me lleve a componer alguna canción o viceversa, por ejemplo, este verano he estado trabajando (y sigo, aprovechando ratoncicos libres) en una colección de poemas que nacieron a partir de una canción. Dicha canción se llama “A-mares” y se refiere a los prolegómenos de una historia de la que fui co-protagonista y que necesitaba expresar de manera más “ambiciosa”, por así decirlo. Porque ella sola no bastaba para el desahogo. Emocionalmente hablando, hay necesidades que se caracterizan por su insaciabilidad. Volviendo a tu pregunta... ji, ji, ji..., hace poco leí una entrevista a Fon Román en la que afirmaba que “Las melodías no necesitan palabras para ser canción; en cambio, las palabras necesitan melodía para ser cantadas”. La música es lo primero que genero cuando comienzo a componer una canción. Quizá tenga algún verso en mente que me interese incorporar, pero funciono mucho guiada por el famoso método del “guaching guor, guaching güel”.

Se ha dicho que son letras angustiosas, que tu voz, Ana, recorre lugares más lúgubres y que, en definitiva, hay una tendencia a la oscuridad. Sin embargo no creemos que sea así, sino que se trata de un álbum luminoso en conjunto, quizás por la ceremonia de supervivencia que en él se esconde, o quizás por el olor a pesadillas superadas que se destila. “En la oscuridad os perdéis para encontrar otras miradas...” ...

Desde luego, quien opine que Louisiana es un grupo oscuro, está en su derecho de hacerlo, a mí no me molesta... pero no me lo parece. Al menos no en este disco. Si el léxico utilizado en un poema connota oscuridad, éste será oscuro, en cambio, una determinada melodía puede iluminar cualquier letra oscura. A mí, este contraste me resultó muy importante en “Louisiana” y, sobre todo, productivo. Cuando soy feliz, no experimento esa necesidad imperiosa, como suele decirse, de expresarme, de dejar constancia de lo que siento. Sí, es eso, dejar constancia. Compongo desde el dolor y, a medida que voy concretando una canción, también voy lamiéndome las heridas. ¿Exorcismo? Absoluto. Suelo regodearme de que no lloro, pero todos necesitamos llorar. Y, para mí, cantar es una forma de hacerlo. Desde un impulso vitalista, además.

Siempre acabamos expresándonos de alguna u otra forma, ¿no es cierto?. Y junto a las composiciones de Ana, Luís Cebrián como la mitad indivisible de Louisiana. Un encuentro surgido de ese punto en común que podría ser la poesía... ¿Sois como los Zooey Deschanel y M. Ward de Zaragoza?

Efectivamente, Luis es la mitad indivisible de este proyecto, aunque ahora mismo no esté aquí respondiendo a vuestras preguntas para demostrarlo. Puede parecer extraño, pero creo que contamos con lo mejor y lo peor de un matrimonio, sin existir entre ambos ningún tipo de vínculo erótico-festivo. Luis y yo nos conocimos, descubrimos que éramos prácticamente vecinos y pusimos en común algunas de esas pequeñas canciones que yo guardaba. Aquel verano habría sido muy aburrido sin él. Pasados unos meses, después de haber ensayado horas y horas frente al espejo de mi habitación y haber ofrecido un par de conciertos, nos dimos cuenta de que necesitábamos una banda que nos reforzara y fue entonces cuando se incorporaron tres músicos, de los cuales ahora solo prosigue Dani, nuestro batería (espero que por mucho tiempo). Entonces pasamos a ensayar en el salón de casa. Afortunadamente, ahora ensayamos en unos locales destinados a ese fin... y seguimos sin tener problemas con los vecinos. Hemos ido muy pasito a pasito. A finales de este verano, iniciamos una nueva etapa, considero. Ah, puedo asegurarte que, si conocieras a Luis personalmente, no lo habrías comparado con M. Ward, sino con otro músico... y hasta aquí puedo “leer” (se supone que esa excentricidad suya no me hace ni pizca de gracia).

Ja, ja, ja... Pues queda pendiente desvelar ese “secreto” en la próxima entrevista... Musicalmente este trabajo se desliza por aguas en las que lo habitual queda desterrado. La melódica, el clarinete y el metalófono -xilófono, para entendernos- dotan a cada una de las composiciones de una profundidad sonora cristalina. Hay grupos que intentan introducir toques más folk -el xilófono de Russian Red o la melódica de Los Seis Días, por ejemplo- pero, ¿por qué os decidisteis por incluir estos instrumentos?

Supongo que, más allá de la formación canónica de guitarras-bajo-batería, la incorporación de otro tipo de instrumentos contribuye a enriquecer las canciones. Se puede expresar más y mejor. La melódica, el metalófono, el clarinete (si supiéramos tocar la gaita, también)... incluido el silencio: de cara al próximo disco, nos gustaría potenciarlo, investigarlo. Creo que en la música contemporánea los silencios están infravalorados. Y cada vez me gustan menos los grupos cuyos integrantes se empeñan en exhibir su virtuosismo por encima de una canción, en tocar todos a la vez y todo el rato. Lo importante, más allá de los individuos que las componen, son las canciones. Y en ese sentido, hay que mirar siempre por aquello que es mejor para las mismas".

¡Clic!