Una reseña de Javier Úbeda de "Huellas de herradura" la novela de Ramón Mur


Huellas de herradura

Algo que nos llama enseguida la atención de este libro, es la forma en que ha sido editado. Ramón Mur, escritor, nacido en Pamplona, con raíces aragonesas que vive a caballo entre Zaragoza y Belmonte de San José (Teruel), y periodista de gran prestigio, dado que tiene a sus espaldas numerosos artículos de opinión, publicados tanto en prensa digital como escrita ha decidido publicar la que es ya su tercera novela hasta la fecha (la primera fue recordémoslo: Sadurija, anales secretos de la casa Membrado. Centro de Estudios Bajoaragoneses, 1990; y la segunda: Genuino de la Tierra. Centro de Estudios Bajoaragoneses, 2008) en una conocida y novedosa editorial digital denominada Bubok.com, en la que podemos conseguir el libro bien en formato tradicional de papel o bien en formato digital, y que nos permite pagar la opción de compra elegida de varias maneras mediante transferencia, paypal o giro postal, y todo ello de una forma rápida y segura. He aquí la Url exacta donde podemos ver y adquirir este libro para nuestro disfrute como lectores: http://www.bubok.com/libros/6545/Huellas-de-herradura.


Respecto a su segunda novela, Genuino de la Tierra, podemos decir que es el perfil novelado de Juan Pío Membrado, escritor regeneracionista, oriundo de Belmonte de San José (1851-1923). Y que, en realidad, este perfil biográfico fue escrito por Mur para la reedición de la obra más importante de Membrado titulada El porvenir de mi pueblo. Batalla a la centralización (Zaragoza, 1907), de hecho, este estudio formó parte (junto a otro de la también erudita Teresa Thomson acerca de la vida y obra de este autor) de la edición en Facsímil llevada a cabo por el Centro de Estudios Bajoaragoneses en 2008 con motivo del centenario de esta importantísima publicación.


Por qué Huellas de herradura: la respuesta es sencilla, el hilo conductor de todo el libro son los équidos (caballos percherones o burdéganos, yeguas frisonas, asnos garañones…). De ahí la palabra “Herradura”, y, “Huellas”, suponemos que por varios motivos también: uno, porque las herraduras dejan unas huellas claramente visibles en la tierra; dos, porque aparte de estas huellas visibles, están las huellas invisibles que han dejado en nosotros y en nuestra sociedad, ya que con este libro, tal y como es el deseo de su autor, asistimos a una crónica que va desde el año 1936 hasta el año 2008, principios ya o albores del siglo XXI, en la que se nos narra cómo las mulas, los asnos… van pasando de desempeñar un papel crucial sobre todo en el mundo rural como bestias de tiro o de carga, indispensables para realizar los trabajos más duros y pesados de la tierra, a casi desaparecer por completo, debido al imparable progreso que trae consigo el desarrollo de la automoción (automóviles, tractores, camiones…) y conlleva la mecanización del campo. Y, gracias a ello, veremos cómo nos vamos moviendo o desplazando, poco a poco, en nuestra sociedad desde una pobreza casi extrema -como consecuencia también de las circunstancias especiales de ese momento histórico: la guerra civil y los años duros de la posguerra- hacia una mejor calidad de vida. Pero también veremos toques de añoranza por un paisaje que ya nunca volverá a ser el mismo -y que, por supuesto, tenía también sus cosas buenas, como comprobaremos si leemos esta novela- y que ya pertenecerá siempre a nuestro pasado más inmediato y a nuestro recuerdo.


La estructura de esta novela es muy elaborada. Y parece basada en el método de las cajas chinas, con multitud de historias dentro las unas de las otras. De hecho, nada más comenzar el libro se nos dice que Nicolás Valdecantos, discípulo del catedrático de Veterinaria Martín Abad -protagonista indiscutible, junto a los équidos, de toda esta novela- había escrito tres cuadernillos sobre la vida de este catedrático que fuera un día su maestro en la facultad. Pero este material, en realidad, no verá la luz hasta que el hijo de Nicolás lo encuentra y decide utilizarlo junto a otros datos como conferencias del catedrático, notas, cartas… que también halla para escribir la biografía de este veterinario que vivió y ejerció su profesión a lo largo sobre todo del siglo XX.
Por supuesto, todos los personajes son ficticios. Y esta no es si no una ingeniosa licencia que se toma el autor para impregnar de la mayor verosimilitud toda su narración. A este capítulo introductorio, titulado “Tres cuadernos” le siguen otros, que se corresponden con las diferentes etapas vitales de Martín Abad (infancia, madurez, vejez…), aunque no exactamente por este orden, pues la cuidadosa elaboración de la obra se ve reflejada también en este aspecto, ya que la historia no está contada toda de manera lineal que hubiera sido la manera más fácil de contarla. Y, por último, termina el libro con una serie de episodios cortos que son como breves y rápidos apuntes o esbozos a pie del terreno que recogen algunas de las vivencias ocurridas a Martín Abad mientras ejercía su profesión de veterinario y que, en su gran mayoría, son casos clínicos que le llamaron especialmente la atención como “El mal de Platón”, que cuenta la historia de un macho burdegano, o sea un hijo de caballo y burra, o “La burra que fue a morir al Soto” o “La yegua franciscana”.


Hay que reconocer que el autor se ha documentado casi hasta la extenuación, para poder ofrecernos esta sin igual novela, de hecho, aparte de su valor literario como novela, hemos de resaltar también su valor histórico y sociológico. Porque Ramón Mur ha manejado de forma magistral un sinfín de datos especializados referentes, por ejemplo, a las diferentes clases que existen de équidos, a los utillajes del campo y a los enseres o herramientas de los animales, a las enfermedades más comunes que padecen estos y otros animales, a los oficios o actividades más variopintas que se desempeñaban en la época (como fámulo o criadillo de estudiantes ricos, albéitar, torrero, capador o castrador…), hasta tal punto que es como si tuviéramos ante nosotros una radiografía de estos días que nos llega a través de muy detalladas descripciones… Y además lo ha hecho con una sencillez de la que todos nos beneficiamos al poder entender todo pese a no ser expertos en la materia. Nos acompañan en el recorrido para que nos resulte, a la vez que didáctico también ameno, aparte de los animales -algunos verdaderamente enternecedores como la mula Cata o la mula Baya-, muchos personajes, algunos muy desarrollados como el propio Martín o su novia Carmen Santacilia; otros apenas descritos con unas suaves y escasas pinceladas coloristas puestas aquí y allá, pero que no dejan de ser una parte indispensable para la comprensión de todo el paisaje del cuadro. De este repertorio coral destacaríamos al profesor de Martín en las Escuelas Pías don Artemio Valdecantos y, al hijo de este, Nicolás -que fue quien escribió los Tres cuadernos que mencionábamos al principio de esta reseña, ya que todo está bien trabado sin cabos sueltos en esta obra-, a sus hermanas Micaela y Fortunata Abad, a su cuñado el ex seminarista Benito Tortajada, al Tío Rosario (tratante de animales y patriarca del Clan de los Matojos), al Tío Viruta (apodo que recibía el carpintero que vivía en la Calle Nueva)…


En cuanto al estilo, el lenguaje es cuidado y dado que el libro está plagado de anécdotas, esto hace que predomine siempre un tono festivo y alegre que contribuye a amenizar la lectura con sus buenas dosis de humor, aunque también se den cita en el libro al igual que en la vida misma otros sentimientos como son la pena o la añoranza. Por otra parte, tenemos bastantes monólogos y también diálogos, por lo que nos podemos hacer una idea clara de cómo se habla en esas tierras bajoaragonesas -sobre todo en Villamediana de la Sierra pueblo que es su primer destino como veterinario-, lo que nos acerca y hace más creíble también a todos los personajes y hace que nos identifiquemos fácilmente con ellos. Lo cierto es que los personajes han sido muy bien caracterizados no solo en lo que respecta al habla y a la forma que tienen de expresarse, sino también respecto al aspecto físico, modo de comportarse…


Como conclusión podemos decir que esta novela histórica es didáctica y lúdica al mismo tiempo, y que leyendo el libro aprenderemos no pocas cosas sobre cómo se vivía en el mundo rural en aquellos años y sobre el mundo de los équidos, pero sobre todo pasaremos un buen rato inmersos en sus páginas, que es, al fin y al cabo, lo más importante y lo que más cuenta. Por último, solo nos cabe decir que esta novela tiene todos y cada uno de los ingredientes necesarios, y, por supuesto, bien conectados e interrelacionados entre sí, que hacen de una novela una gran novela. Juzguen si no ustedes mismos si al final esta historia repleta de amor y amistad por las personas y por los animales no les deja huella, como les adelantábamos ya en un principio.

Ramón Mur Gimeno. “Huellas de herradura”. Editorial digital: BUBOK.COM, 2009


Texto Javier Úbeda Ibáñez