Fecunda muerte


Fue como vivir dos vidas después de la muerte. Vivir de un solo golpe una pesadilla: el asesinato de un hijo. Y a partir de ese punto ver como el destino en común se bifurca, se parte en dos caminos opuestos e irreconciliables; dos formas de seguir viviendo. Un camino que se hace furtivo, oscuro y tortuoso; y el otro que se hace ruptura, comienzo, horizonte nuevo. Volverse loco buscando una explicación, una respuesta; o decidir ser otra persona, olvidar y volver a nacer. Vivir sin saber quién ni por qué lo asesinó. No tener un culpable para poder descargar en él todo el dolor y así librarse de su peso demoledor. Y llegados a ese punto sin retorno encontrarnos con que hay dos maneras antagónicas de avanzar: una mirando atrás y otra mirando hacia delante. Una rebuscando las respuestas en el pasado, otra encontrándolas fuera. Una perdida la razón y el sentido de la vida obsesionado por la muerte, la otra olvidando el pasado irremediable y decidiendo vivir el presente y el futuro alegrándose de estar vivo.
Carlos Manzano ha escrito una novela psicológica, una novela de monólogos, de introspección. Una novela que nos muestra dos vidas rotas en mil pedazos de un solo golpe. Dos vidas descubriendo quienes eran antes de la tragedia, qué quedo de ellos después. Que la muerte del hijo les mostrará la mentira, el engaño en el que vivían. Derrumbará lo que antes creían perfecto, revelará la contradicción; su verdadero carácter, su fortaleza o debilidad. Que les obligará a mirar dentro y fuera de ellos mismos. De todo lo que la muerte deja al descubierto, desentierra. Su pasado y sus miserias, el presente imperfecto, el futuro previsible. Un vacío existencial. Un lugar al que no querer volver jamás. Romperse el vínculo que los unía y descubrir a dos personas mezquinas, hipócritas y egoístas. Descubrir que antes de que el hijo muriera era todo de cartón piedra, que todo se sostenía sobre la costumbre y el artificio.
Carlos ha escrito una novela reflexiva y ese es su mayor mérito, pero narrativamente me quedó una sensación extraña. Fue como si estuviera viendo una película y sin venir a cuento me quedara dormido. Y entonces tuviera un extraño sueño con la protagonista. Una digresión, un paréntesis en el que la viera detrás de un falso espejo y la descubriera extremadamente bella; primero culpable, inocente después; y capaz de provocar un delirio perverso y enajenante. Y despertar del sueño y quedar diez minutos para el final de la película. Entonces esa desconexión me dejó una sensación de incomodidad, de un hilo roto y empalmado, y tuve que volver al principio a toda prisa, volver a ese punto sin retorno en donde el destino común se bifurcaba en dos caminos opuestos. Un niño muere asesinado y lo fácil hubiera sido encontrar al culpable. Escribir una correcta y trepidante novela de investigación, pero no era eso lo que había hecho Carlos. Porque Carlos nos muestra la muerte como un hecho consumado. Un hecho resuelto en tres líneas y una presencia permanente. A Carlos lo que le importa son las consecuencias que la muerte provoca. El reactivo, el ácido, el óxido que corroe el metal y destruye la cordura. Lo que engendra: la locura, los reproches, el odio, la ruptura con el pasado, la nueva vida que nace de la muerte. Lo que era antes, lo que quedó después.
Y al final todo estalla. Como una botella de vidrio. Y se consuma bajo el filo roto de sus aristas.

Carlos Manzano. “Lo que fue de nosotros”. Ilustraciones de Palmira Morán. Ediciones Nuevos Rumbos. Zaragoza, 2011.


Carlos Manzano
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