Ándeme yo caliente


Geórgicas, II, 475-542

Y a mí que las Musas más dulces me amparen,
cuyo culto profeso, herido de grande amor,
y enseñen los caminos del cielo y las estrellas,
los eclipses del sol y las fases de la luna;
el temblor de la tierra, dónde se origina,
por qué fuerza se encrespan los profundos mares,
rompen los diques y vuelven luego a contenerse,
y los soles de invierno, por qué al océano
corren a bañarse o qué pausa los retiene
cuando tarda la noche. Mas si la sangre fría
que ronda el corazón me impidiese acercarme
a estos territorios de la naturaleza,
que los campos me sirvan de gusto y las aguas
que corren por los valles, y mi amor se dirija
a los ríos sin gloria y a los bosques. ¡Oh campos,
dónde estáis, el Espérgeo, el monte Taigeto,
orgía de las vírgenes laconias! ¡Quién, oh,
me tuviera en los valles helados del Hemo,
con sombra de sus ramas profunda me cubriera!
Dichoso aquel que supo las causas de las cosas
y todos los temores y el hado inexorable
puso bajo sus huellas, y el tremendo estrépito
del Aqueronte avaro. Afortunado aquél
que conoció a los dioses agrestes, al dios Pan
y al viejo Silvano y a las hermanas Ninfas.
A este labrador no lograron doblegarlo
las fasces populares ni la púrpura real
ni las discordias entre hermanos desleales
o el dacio que desciende el Histro sedicioso,
ni asuntos de Roma ni imperios caducos;
ni envidia del rico ni del pobre compasión.
Los frutos que cogió son los que los propios campos
quisieron espontáneamente regalarle,
y ni leyes de hierro ni el foro demente
ni archivos del pueblo llegó a conocer.
Otros golpean mares sombríos con los remos
y corren a las armas, allanan los palacios,
el umbral de los reyes. Uno arrasa la ciudad,
los míseros hogares, para beber en copas
de gemas engastadas y en púrpura de Sarra
tumbarse a dormir; su fortuna oculta otro
y se acuesta junto al oro soterrado;
a este lo aturden tribunas de oradores,
a aquel lo dejó boquiabierto el aplauso
que redoblan las gradas de pueblo y senadores;
otros gozan bañados en sangre de hermanos,
y cambian casa y dulce hogar por el exilio
y buscan otra patria bajo distinto sol.
Ara el labrador la tierra con curva reja:
esta es la labor del año, de aquí mantiene
la patria y los hijos pequeños, de aquí
el pienso de los bueyes, los novillos preciosos.
Y no hay pausa mientras el año no abunde
en frutos del árbol o en crías del ganado
o en haces de espigas a Ceres consagradas,
y abrume los surcos y colme los graneros.
Llega el tiempo frío: la aceituna sicionia
se muele en los lagares, los cerdos ya regresan
cebados de bellotas, los bosques dan madroños,
se despoja el otoño de los variados frutos,
y se cuece en lo alto de peñas soleadas
la uva ya madura. Entonces, abrazados,
los dulces hijos cuelgan en torno a sus besos,
sabe la casta casa guardar la honestidad,
se abajan las ubres repletas de las vacas,
los rollizos cabritos se enzarzan en peleas,
por lozanas praderas chocan sus cornamentas.
Y también él celebra las jornadas de fiesta
y echado en la hierba, cuando los compañeros
en torno a la lumbre la copa engalanan,
te invoca, Leneo, y ofrece libaciones
y a los mayorales propone un certamen
de flecha veloz sobre el olmo, y en la palestra
desnudan los zagales sus cuerpos poderosos.
Esta vida llevaron los antiguos sabinos
en tiempos muy lejanos; ésta Remo y su hermano;
así creció Etruria fuerte, y Roma se hizo
la más esplendorosa de la tierra, la única
que las siete colinas rodeó con un muro.
Antes del rey Dicteo, de que casta impía
se hartase de comer novillos del sacrificio,
esta era la vida que hacía en la tierra
el Saturno dorado, y aún no habían oído
el toque de trompeta, aún no crepitar
puesta sobre el yunque rígido la espada.
Largo trecho anduvimos, el tiempo es llegado
de soltar los caballos, sus cuellos echan humo.


FIN DEL LIBRO SEGUNDO 
DE LAS GEÓRGICAS DE VIRGILIO