Geórgicas, libro tercero

Geórgicas, III, 1-48

También voy a cantarte a ti, Pales magnífica,
y a ti, inolvidable pastor del río Anfriso,
y a vosotros, bosques y ríos del Liceo.
El resto de asuntos que a mentes ociosas
pudieran cautivar con fábulas poéticas
ya son muy conocidos: ¿pues quién no sabe nada
del cruel Euristeo, de los sacros altares
del infame Busiris? ¿A quién no le han hablado
del jovenzano Hylas y de Delos latonia,
de Hipodamia y Pélope, bravo con los caballos,
famoso por su hombro de marfil? Es distinto
el camino que debo emprender si persigo
alzarme desde el suelo y de boca en boca
volar entre los hombres victorioso. Las Musas
seré yo el primero, al volver a la patria,
en traérmelas desde la cima del Aonio,
si me asiste la vida. Seré yo el primero
en traerte, oh Mantua, las palmas idumeas,
y allí cerca del agua, en la pradera verde,
elevaré un templo de mármol donde el Mincio
discurre caudaloso en sosegadas curvas
y adorna las riberas de jóvenes juncales.
En medio estará César, y el templo llenará:
triunfante y admirado con mi púrpura tiria,
en su honor soltaré un centenar de cuadrigas
a la orilla del río. Se medirá ante mí,
dejando el Alfeo y los bosques de Molorco,
en cesto crudo Grecia entera y en carreras.
Yo mismo, coronado con ramón de olivo,
llevaré las ofrendas. Ya gozo acaudillando
solemnes procesiones camino del santuario,
contemplando novillos recién sacrificados,
o cómo al volver el tapiz cambia la escena
y el telón purpúreo en el que están bordados
levantan los británicos. Pintaré en las puertas,
con relieves en oro y macizo marfil
la lucha de los pueblos del Ganges y las armas
del vencedor Quirino, y allá la corriente
del gran Nilo, con olas nacidas de la guerra,
y columnas alzadas en bronce de navío.
Añadiré ciudades del Asia sometidas,
y el golpe al Nifates y el Parto que la huida
a las flechas que lanza hacia detrás confía,
y esos dos trofeos ganados por la mano
a enemigos distintos, y pueblos que han sido
dos veces derrotados, a ambos lados del mar.
Y allí estarán también los mármoles de Paros,
las imágenes llenas de vida, la estirpe
de Asáraco y los nombres que descienden de Júpiter,
el padre Tros y Cintio, el fundador de Troya.
Temerá la Envidia estéril a las Furias
igual que a las corrientes severas del Cocito,
las sierpes que se enroscan amarrando a Ixión
y la enorme rueda y la piedra insuperable.
Sigamos, entretanto, hacia los bosques vírgenes,
las selvas de las Dríades, según tu mandato,
Mecenas, nada fácil de cumplir: pues sin ti
nada profundo ha de emprender mi pensamiento.
Ea, vamos, basta ya de ronceras dilaciones,
nos llama Citerón a gritos, y del Taigeto
los perros y Epidauro, que doma los caballos,
y vuelven a mugir, redobladas por el eco,
las voces de los bosques. Me ceñiré después
a cantar los combates de César ardorosos
y a llevar su nombre en alas de la fama
a lo largo de tantos años como separan
a Titono, el primero de la estirpe, y a César.