Escribir y darte las gracias

Cuaderno azul. Versos azules de Eduardo. Oficio de escribir y vivir en fuera de juego. Escribir y leer, vocación, extraño oficio. Escribir siempre, cuando la orquesta desafine, lejos del mar y de las modas. Escribir los días de insomnio y las noches lúcidas. Escribir de todo y para nada, de la lluvia, de los pájaros, de la tristeza.
Escribir cualquier día, en cualquier lugar, bajo los puentes y los días nublados. Robar versos impronunciados, escribir convencido de la fugacidad de las palabras. Escribir porque estás muerto, inerte, escribir para vivir y oírse palpitar. Escribir cuando el mundo es azul, o negro, o se disfraza de amarillo.
Escribir versos para recordar perfumes. Recuerdo que aparece y desaparece en la memoria y se esconde. Escribir para recordar otros versos, páginas desveladas, papel convertido en hielo y carmín. Escribir y olvidar premeditadamente su nombre. Llave en el fondo del mar, cerradura, abierta pesadilla, país sin mapa, mentira y verdad.
Escribir aunque duela. Escribir del olvido y el recuerdo, del espanto y la llaga. Escribir de la derrota. Escribir y hallar consuelo. Dientes de azúcar, aroma y melodía.
Escribir cartas de amor por encargo. Ser otro, ser verdad ajena y mentira propia. Máscara baldía, desierto. Escribir necrológicas de nuestra propia vida. Oficio miserable, ingrato. Escribir de la muerte y seguir un día más viviendo.
Escribir versos líquidos que caen en la alcantarilla. Versos que se pierden, mensajes en una botella que viajan en un mar de silencio. Escribir y creer en eso. Y no ser cierto. Escribir para ser tú y tu duelo. Escribir, espanto. Exorcismo y seguir viviendo. Mañana un nuevo verso. Martillo, puñal, bocanada de aire fresco.
Escribir versos de un atardecer en el parque. Un atardecer anodino y cansino, con la lluvia demorada, de un mayo raro, susurrante. Escribir versos para hablar solo, espantar la locura, pasear con las manos en los bolsillos, y la mirada abierta, bajo un cielo cerrado.
Escribir para leerte, para imaginarte y oírte hablar en tímidos susurros. Escribir para pedirte que vuelvas a repetirme en qué consiste crecer. Oírte decir que la felicidad es un traje prestado, una sombra alargada. Escribir para saberme menos cuerdo y más loco. Escribir para reconocerme en ti, enfrentado al mundo, herido, robar tus palabras para llenar mi silencio.
Escribir y reconocer la crueldad de la espera, el intervalo previo y todas sus formas: minutos de reloj, líneas discontinuas, lugar sin mapa. Habitar en un páramo lejos de la salida y de la meta. Escribir versos y nombrar la melancolía. Tacto, vista, color y vuelo. Música, flores y girasoles mojados en tus palabras.
Escribir tus versos hablando de ti y el mundo. Esperar una llamada que lo cambie para entenderlo todo, esas cartas que no llegaron, esas sonrisas dirigidas a otro. Escribir versos de lejanía cuando todavía creíamos en crecer, transformar la vida. Aquel tiempo, ávidos de luz y de deseo, allá lejos, tiempo convertido en nostalgia. Tiempo que ha quedado para habitar minutos interiores.
Escribir y darte las gracias.


Eduardo Martínez Carnicer. “Hojas de niebla”. “Pliegos Literarios Altoaragoneses”. Instituto de Estudios Altoaragoneses. Asociación Aveletra. Huesca, 2011.

Eduardo Martínez Carnicer
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Instituto de Estudios Altoaragoneses
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