Albada 246


MEJOR CON DULCES


(19 de junio de 2011)

La cafetera es de las de antes. Hasta la habitación donde están reunidas las cuatro amigas llega el sonido del borboteo del café hirviendo. Maúlla a su son, impaciente, un gato.


Juana, que ya está saliendo… voy a apagar el fuego... Y Luisa se apresura. Juana, que camina con más dificultad, entra detrás de ella en la cocina. El ruido cantarín y burbujeante es ahora un chisporroteo que se apaga de improviso; Luisa levanta con cuidado la tapa de aluminio y el aroma del café se extiende por toda la habitación. Juana abre el primer cajón del gran aparador lacado en color turquesa (demasiado moderno, le había dicho a su hija cuando el año pasado se empeñó en reformarle toda la cocina) y saca el mantel de lino bordado y las cinco servilletas. Entran Marta y Simone: ¿y si merendamos hoy aquí, Juana? ¡Es tan bonita tu cocina que da gusto estar en ella! Cambiaré pues el mantel por el redondo más pequeño… ¿abrimos el balcón de la terraza o entrará aún mucho calor? En medio de la mesa colocan la fuente con los pasteles que ha traído Simone, justo al lado de la tarta de chocolate que ha hecho Luisa.


A Juana le gusta el café con un poco de leche fría y Marta lo prefiere solo. Simone y Luisa apenas unas gotas oscuras sobre la taza humeante de leche. Todas se sirven el azúcar, esperando con una sonrisa su turno para coger la plateada cucharilla del azucarero. En la quinta silla antes vacía se ha subido el gato negro que ahora vuelve a maullar.


Dicen que tus vecinos son muy ruidosos, Juana, pero no se les oye ahora ni con el balcón abierto. La anciana anfitriona sonríe dulcemente a sus amigas mientras se mete delicadamente a la boca un trocito de las torrijas con canela que ha traído Marta. Como a tus vecinos, igual le pasó a mi yerno, dice Simone mientras le hace un guiño a Marta. Brindan después las cuatro y al entrechocar las pequeñas copas de cristal tallado caen sobre la mesa diminutas gotas de anís.


Tras la merienda, Juana enciende el gran televisor de plasma colgado de la pared que su hijo (no iba a ser menos que su hermana) se empeñó en regalarle para la cocina nueva, cambia con el mando canal tras canal y decide finalmente apagarla. Estaremos mejor con la radio, ¿no os parece? Laura hace ganchillo, Simone petit-point y Juana y Marta están casi terminando dos pequeños jerseys para sus nietas (a uno, el de color rosa-perla, sólo le falta el elástico del cuello; al otro, al azul-aguamarina, el final de la última manga).


Junto al balcón abierto al atardecer un domingo de junio, toman la fresca cinco amigas, cuatro se llaman Juana, Luisa, Marta y Simone, la quinta se relame la leche de sus largos bigotes. Cinco escobas aguardan en penumbra detrás de la puerta.