Primavera



Geórgicas, II, 315-345


No hay autor tan ducho que a mover te anime
cuando sopla el Bóreas la tierra endurecida.
El invierno entonces cierra los campos de hielo
y habiendo echado la simiente impide
que las prietas raíces se agarren a la tierra.
Lo mejor es plantar vid cuando a la primavera
le salen los colores, y cándida regresa
el ave que las largas culebras aborrecen,
o bien en el otoño, con los primeros fríos,
cuando impetuoso el Sol con sus caballos
la región no alcanza del invierno aún,
mas ya pasó el verano. Cuánto beneficio
a la fronda del bosque trae la primavera.
Cuando es primavera el terreno se hincha
y demanda semillas productivas, y el Éter,
el Padre Omnipotente, vuelto lluvia fecunda,
penetra en el seno de la feliz esposa,
y uniéndose grandioso con el grandioso cuerpo
nutre los frutos todos. Resuena la espesura
de pájaros cantores, y en días señalados
de Venus el consuelo imploran los rebaños.
La tierra nutritiva está dando a luz,
el campo a los aires calientes del Zéfiro
abre su corazón; todo está rebosante
de tibia humedad y seguras las plantas
se entregan a soles nuevos, y no da miedo
al pámpano el embate de los Austros, la lluvia
que trajeron del cielo violentos Aquilones:
antes abre las yemas y las hojas despliega.
No imagino distintos los días que alumbraron
los primeros albores en la infancia del mundo
ni que curso distinto siguiesen: fue aquello
primavera que el mundo entero disfrutaba,
acallaban los Euros sus vientos invernales,
entonces los cachorros bebieron de la luz
y sacó la cabeza entre los campos duros
la estirpe terrena de los hombres, y fueron
las fieras a la selva y al cielo las estrellas.
No habrían podido tan recientes criaturas
dar fin a este trabajo de no haber tal sosiego
entre el calor y el frío, si la bondad del cielo
no hubiese acogido a la faz de la tierra.