El peso de la memoria

Supongo que lo más evidente de la poesía es su capacidad para alterar la velocidad del tiempo. Alterar su ritmo; hacer que, atrapado en sus palabras, transcurra más lentamente. Metrónomo. Metró-nomo. Me-tró-no-mo.
Leer poesía requiere su lugar y atmósfera adecuados, cumplir con sus ineludibles reglas. La poesía nos desaloja y nos reubica. Transforma y muda. Altera y cambia. La poesía es viaje, símbolo, enigma y apropiación. Y Sergio Gómez lo sabe bien.
Pero la poesía puede tener una capacidad visual muy poderosa. Una posibilidad que Sergio conoce y aplica de forma deslumbrante. La poesía como forma. La vista, la estructura visual del poema. Porque inicio el viaje de sumergirme en sus versos y lo primero que me asalta es la arquitectura de las palabras. Los espacios que marcan el ritmo de la lectura, la detienen, la sostienen en el aire. Los versos como escalones, trapecios, hilos de piel. Y en lugar de leer recorro primero sus poemas como un territorio virgen; táctil, plenamente físico. Fascinante edificio, conjunción de la palabra y el tiempo alterado que comienza con la antítesis de un reloj que se pone en marcha segundo a segundo. Un cronómetro de velocista, la fracción como título de cada poema. Maravillosa arquitectura de capítulos que comienzan en la materia y diseccionan el cuerpo: el peso, el hueso, la sangre, el pulmón, la boca, la garganta, la carne, los ojos, los párpados, las manos, la piel, el cuerpo. “60 gramos”. 60 segundos, el tacto del grito, el tiempo sin detenerse y el metrónomo de las palabras reduciendo en una contradicción la velocidad en un ejercicio maestro.
Y luego, con el sabor del recuerdo vuelvo atrás para iniciar el camino lentamente, haciendo de cada segundo un tiempo indeterminado, el tiempo de cada poema y su forma, atrapado en su propia y necesaria cadencia. Mi peso/ es/ gramo a gramo/ mi memoria./ Mi memoria/ es/ gramo a gramo/ el cadáver de un animal en la carretera.
Releo por tercera vez y escribo entre interrogantes. Busco el sentido empeñado en encontrarlo. ¿No se trata de eso? Busco la lógica, quiero renunciar al misterio, no quiero perderme, no quiero la voz secreta del poeta, la palabra suelta, el mensaje oculto que sólo él entiende. Vuelvo a empezar y renuncio. Me sumerjo en la forma, la corriente y la ceniza. La victoria consiste en no tener miedo al dolor físico y a la letra pequeña del contrato. Memoria herida en la ruinas del hombre, saliendo en el paladar, diluida en la sangre, sintiendo su peso en cada parte del cuerpo. Saltan náufragos/ de las fotografías/ al océano servido./ Buscan salvaolvidos en las baldosas./ Nadan hacia las preguntas/que engullo.
La poesía es intuición y presentimiento. Es instante y conjuro, certeza, melodía; imágenes de inexplicable belleza que nos obligan a repetir una y otra vez los versos. Es préstamo, idioma ajeno que se hace propio. La sangre es un océano/ que se derrama./ La herida/ repite sus olas./ Escribo/ para detener la hemorragia.
La poesía es símbolo, huella, memoria, peso, enigma y apropiación. Es inútil y necesaria belleza. Y Sergio lo sabe bien.

Sergio Gómez García. “60 gramos” Editorial Aqua. Zaragoza, 2011. Primer premio de la VII Edición del Premio de Poesía Delegación del Gobierno en Aragón-Cajalón.

Sergio Gómez García