Albada 259


A. Durero, 1505

SEMBRAR

(25 de septiembre de 2011)

No todo van a ser nuevas preocupantes. De acuerdo que obtener contento últimamente leyendo el periódico empieza a ser difícil, sin embargo esta semana me he descubierto sonriendo feliz al leer una de las páginas de nuestro Diario. Me estoy refiriendo a la noticia sobre el reconocimiento en el Premio Educared 2011 que han recibido cuatro alumnos del IES de Calamocha. Veo en la foto al estupendo equipo, Laura, Chabier y los dos Jorges, atentos a las explicaciones de sus profesores, Chabier de Jaime y Rodrigo Pérez, y adivino en las jóvenes caras todo un mundo por abarcar, un futuro lleno de ilusión, de sueños, de proyectos. Me consta que como ellos, muchos otros alumnos se interesan, se implican, se comprometen con las variadas e interesantes iniciativas en las que el equipo de profesores de este instituto turolense viene ya desde hace tiempo trabajando con esfuerzo, gran preparación en las más innovadoras y eficientes líneas educativas y sobre todo con inagotable ilusión y constancia.

La suerte de tener buenos profesores quizás no la sabemos valorar hasta bastante más adelante, cuando al echar la vista atrás, evocamos una memoria agradecida a aquel maestro que supo “hacernos ver”, que nos ayudó a descubrir las inagotables posibilidades que la vida y la naturaleza ofrecen si se las sabe observar, mirar con mimo, con espíritu crítico, sin ofuscaciones. Hablo de la generosidad de esos profesores que supieron además de compartir sus conocimientos, motivar, activar como si fuera un resorte nuestro espíritu científico y nuestra creatividad. Se trata, en definitiva, de saber sembrar buena semilla y apostar por la buena mies.

El estudio premiado sobre el ciervo volante, un gran escarabajo que ha encontrado en las riberas del Jiloca su abrigo más meridional, ha llevado a los alumnos más de dos años de trabajo de campo voluntario. Los resultados pasarán a formar parte del acervo del saber científico. Es muy loable que la voluntad de llevar acabo esta iniciativa por parte de un grupo de alumnos de un instituto de una pequeña localidad, transcienda y vaya a aportar a la ciencia valiosos datos. Se reconoce así, una vez más, la importancia de la labor educativa rural y su contribución a la mejora social de todos, habitantes de ciudades o de pueblos, de cualquier país, de cualquier lugar.

Un pequeño susurro se escucha en el soto. El escarabajo de charol recorre como si se tratara de un fantástico helicóptero el humedal. Muestra orgulloso sus grandes mandíbulas semejantes a dos cuernos de ciervo y vuela tranquilo. Inconsciente de su destino, apura ya sus últimos días en este estío y es, como decía Borges, más que ninguno inmortal. Afortunadamente la supervivencia de su especie como la de muchas otras maravillosas criaturas tienen excelentes aliados. Ellos, y todos nosotros, tenemos la suerte de contar con el trabajo y la ilusión de estos cuatro jóvenes investigadores que, como muchos otros en todo el mundo, son la garantía de que aún es posible la esperanza. Cuando la primavera y los estudiantes vuelvan, cuando volvamos todos a las hermosas riberas del Jiloca, hallaremos criaturas mágicas volando. Una buena siembra es lo que tiene: siempre da excelentes frutos.