Enrique Vila-Matas, "Barthes contra Nabokov"


"El nacimiento del lector se paga con la muerte del autor", sentenció Roland Barthes en 1967. La frase hizo fortuna y algunos ineptos para la creación hasta aprovecharon para que ciertos genios del momento se amordazaran a sí mismos y se hundieran en un lodazal. Después -gran misterio-, nadie se excusó por todo aquello ni se ha excusado jamás. En la memoria, al menos, quedan los disidentes. Vladimir Nabokov, por ejemplo, que decía creer en la figura poderosa del autor. De la larga sombra de aquel curioso choque de muerte contra vida, de aquel choque de miradas sobre la autoría, se ocupa Zadie Smith en uno de sus ensayos de Cambiar de idea (Salamandra). Leerlo me ha hecho recordar que para Barthes un texto no desprendía un único sentido -a fin de cuentas teológico- y más bien era un espacio de múltiples dimensiones, un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura. Que el "autor" moderno fuera en realidad una reunión de diversas y viejas escrituras facilitaba al lector activo creativas nuevas lecturas del mundo.

Nabokov parecía no aceptar para sus libros ningún lector que no fuera él mismo o alguien que conociera el arte de la relectura. Para Barthes, vinculado a la crítica posmarxista, un mal lector era un consumidor, mientras que el lector ideal era un productor. Allí donde Nabokov veía en la figura del "creador" el principio mismo de la libertad occidental individualizada, Barthes veía precisamente lo mismo, pero no le gustaba, ya que veía a los "autores" como eternos copistas (a lo Bouvard y Pecuchet), gente sublime y cómica a la vez, cuya profunda ridiculez designaba para él precisamente la verdad de la escritura contemporánea, una verdad tan simple como la de que los autores actuales se limitan a imitar "un gesto siempre anterior, nunca original".

Cuenta Zadie Smith que cada vez que relee Pnin de Nabokov siente que el autor de la novela controla por completo todas sus reacciones de lectora. Lo logra ese autor soberano mediante un dominio obsesivo de unos detalles que solo se llega a apreciar que son tan mínimos como inmensamente fascinantes cuando son releídos. Como si el autor le dijera: vivirás en mi casa a mi manera y tal como yo te diga y, en lugar de darte un cómodo paseo por ella, te enfrentarás a una red de pistas y enigmas interconectadas y, más que leer, tendrás que releer si quieres llegar a lo que te propongo: la seria satisfacción de participar íntimamente en "la emoción de la creación".

Porque de eso se trata con Nabokov, de participar en esa emoción, y de ahí que sea como escritor tan inmenso. Pero ¿no hay puntos de encuentro entre él y Barthes? Para Zadie Smith, posiblemente ninguno: "La lectura es creativa, insiste Barthes. Sí, pero la escritura crea, responde Nabokov sin alterarse, y vuelve a concentrarse en sus fichas".

A la vista de todo esto, ¿qué ha de hacer un lector? ¿Decantarse por Barthes o adentrarse a tientas en la casa de Nabokov? Si es un lector pasivo, no es necesario que se pregunte nada, basta que siga leyendo a los tontos del momento. Pero si desea ser un lector activo, se sentirá muy libre con Barthes, mientras que con Nabokov tendrá un reto más alto porque, siguiendo lo que este sugería, tendrá que adentrarse en el arte de la relectura: "Un buen lector, un gran lector, un lector activo y creativo, es un relector".

Y por cierto, a la vista de todo esto, ¿qué posición puede tomar un autor? Quizás los autores necesiten conservar la fe en Nabokov, y todos los lectores en Barthes. Porque ¿cómo puede uno escribir si cree en Barthes?

Bueno, pensándolo bien, sí es posible hacerlo. Conozco a más de uno -soy tenaz relector- que primero creyó en la muerte del autor y fue copista flaubertiano pero con el tiempo acabó creando un mundo tan radical como propio, fundado paradójicamente sobre las raíces de sus fecundos días de humilde imitador.

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