Todos los lectores habituales de esta columna saben que me corroe la angustia de un apocalipsis zombie. Los muertos vivientes abriéndose paso a través de los nichos de Torrero en busca de carne fresca. Durante años he ido preparándome para ese momento, acumulando provisiones y filtros para potabilizar el agua. Incluso indago diariamente la prensa mundial en busca de posibles avisos del brote inicial en alguna ex-república soviética perdida -nunca sabremos bien qué se esconde en esos laboratorios abandonados. Cuando uno lee la expresión "Punto de no retorno" referida a la situación económica uno empieza a pensar en la opción de ocultarse en un bunker, la verdad. Términos que parecen salidos de la chuleta de un estudiante de Macroeconomía I están en boca de todos, como si las dos tardes que necesitó nuestro presidente saliente -no utilizo el nefasto, que ya estamos cansados de tanto epíteto- no fueran realmente suficientes -y esto, por si no queda claro, está escrito en modo ironía. Pongamos las cartas sobre la mesa, la temporada de las bromas ha terminado, el Gobierno socialista ha dejado al país en una situación de quiebra técnica, en lo moral y en lo material, han arrasado con las precarias estructuras empresariales, han promovido la escalada del despilfarro, sosteniendo sus desvaríos a base de hipotecar la nación mientras aliviaban las calderas financieras con la alegría del que se siente impune. El señor Alfonso Guerra, previsible y cíclico en su papel de Pepito Grillo que acaba encarnando a Fofito, es la gota que colma el vaso. El descalabro se acerca y yo, como ciudadano, tengo que exigir a los políticos que me han gobernado estos últimos ocho años su responsabilidad. Háganlo ustedes también. Sigo con la idea del búnker. Por cierto, me quedan sitios libres, pero cada vez están más solicitados.
Crónica aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 17 de noviembre de 2011