POR SI UN ANGEL LA VE
(25 de noviembre de 2011)
Aún sentada en el coche y con las ventanillas cerradas comienza a sentir ya el frío. El espectáculo colorista de las nubes y el sol ocultándose en Poniente casi está por terminar. Debe darse prisa, no quiere que nadie la eche de menos, y sobre todo, no quiere que se sepa que ha vuelto a buscarse en la soledad. Se inquietarían, los suyos no lo entenderían, se preocuparían. Antes que nada, ninguna pesadumbre para quien la quiere. Todo debe ser como siempre, idéntica sonrisa para la cena en la alegre mesa compartida, la misma placidez de cada noche en el salón: el sueño tentando los párpados, el lenitivo sofá y el destello de la luz del televisor sobre los rostros flasheados. Gira la llave de contacto y tras dos maniobras enfila la carretera de vuelta a casa.
Visto el vehículo desde lo alto parece un pequeño juguete haciendo eses por la carretera que baja de la Sierra. A ambos lados lo envuelven los pinares. Los árboles, densos, arracimados, se vuelven cada vez más azul oscuro. Un arrendajo se sumerge entre sus copas en busca del refugio para el sueño. Dos grajillas cruzan rápidas al fondo, también ellas vuelven a sus dormideros.
Si hay una cosa que realmente le molesta de sí misma es ser una descreída. Claro que sabe que en eso ella tiene poco que ver: no existen boletos que comprar para semejante lotería. Desde los 13 supo que definitivamente ese don, regalo para el que nada se puede hacer por merecer, no era para ella. Hace mucho tiempo, en un instante parecido a éste, en una soledad buscada semejante a la de este atardecer de otoño, se rindió definitivamente y encontró algo parecido a la paz. Sonríe recordando con ternura a aquella adolescente fustigada de dudas. Enciende la radio del coche y es ahora la música su nueva compañía.
A medida que desciende hacia el valle el sol ya sólo es un hilo gris a sus espaldas. Mientras comienza a caer una fina lluvia, el paisaje se vuelve cada vez más secreto, más enigmática la llamada del fondo del precipicio. Puestos a creer, piensa, le gustaría que existieran las hadas buenas, los duendecillos, las sirenas… y también, claro, los milagros… Puestos a creer, sobre todo echa de menos poder tener un ángel. Un ángel de la guarda grande y hermoso, vestido de blanco y con las alas extendidas, como aquel del cuadro que su madre colocó sobre su cama infantil. Las manos extendidas detrás del niño cruzando el puente, los árboles y la noche ciñéndolo todo… y ese ángel librándola de la mirada de odio, avisándola a tiempo de la mala jugada, salvándola de la trampa… Demasiado fácil, demasiada suerte quizás tener un ángel…
Se escuchan en la radio los últimos violines del Love remenbered de Kilar, se oyen también la lluvia y la oscura sima... se intuyen apenas los ecos de las primeras estrellas sobre el puente… Visto el vehículo desde lo alto parecía un pequeño juguete que hubiera estado haciendo eses por la carretera que baja de la Sierra.
Audio Love Remenbered