NO PINTAMOS NADA by Trifón Abad.


Frank era como el momento de incertidumbre en el que llegamos tarde a algún sitio y no sabemos si correr o no para coger el metro. Quizá acelerando el paso lo alcanzamos justo cuando cierra las puertas, y logramos ingresar en él de perfil sobre el pitido agónico. Pero quizá correr nos sirve sólo para verle escapar por el túnel, y, para eso, mejor ahorrarnos el esfuerzo. Esa duda era Frank.
Cuando le fotografié llevaba barba de una semana, gafas de pasta con el puente pegado con celo, su bata roída y salpicada de los mil colores que le faltaban cada día. El cuadro exacto, verídico, compuesto únicamente de una bombilla perfecta y centrada que irradia un círculo de luz a su alrededor, tan real que dan ganas de poner la palma debajo para buscar la sombra de la mano. Él: un maremoto siempre a punto de arrasar, buscando permanentemente el epicentro entre los raíles de sienes por donde circulaba su sensatez, a trompicones, descarrilándose y volviendo a su sitio otra vez. La obra: quieta, paciente, circunspecta, fiel como una fotografía, llena de trazos minúsculos en los que los nervios de Frank se iban plasmando en una ósmosis de ánimo y antidepresivos.
No hubo funeral para Frank. Ningún periódico ni revista literaria rescató su recuerdo necrológico. Aquel miércoles sólo un haz de luz entró a buscarle por la ventana, como cada día. Y no le hallamos muy cambiado.



Trifón Abad