Albada 234


SAKURA-AWARE

(20 de marzo de 2011) Sakura, flor del cerezo. En la habitación vacía una flor solitaria. En medio del desastre una única flor que inunda de sentido a todo lo que la rodea porque al fin es ella, su esencia delicada, frágil, fugaz, la que envuelve al todo, la que lo abraza todo. Bajo el cielo, bajo la nube, bajo la casa abandonada, una flor aislada, sola, exquisita quietud que ilumina la devastadora realidad. Impermanencia y serenidad del tiempo detenido en el centro de la desgracia, de la lucha dramática que roba segundo al segundo…y “en el silencio /el roce apenas / de unos pétalos de cerezo” agotando el horror.

Hanami, gran fiesta de los cerezos en flor. A finales de marzo y principios de abril comienzan a florecer los cerezos en Japón. Es el momento en el que todos aguardan expectantes, observan el mínimo detalle… no se quieren perder nada del instante. El espectáculo dura apenas diez días, tiempo que apura el pueblo japonés con deleite porque nadie ama más que él la belleza delicada de esas rosas blancas. Deseoso por pasear, por sentarse bajo su sombra volátil y fragante, sigue paso a paso su llegada incluso en las noticias de la televisión, que dedica diariamente en esas fechas espacios que van desvelando sobre mapa y trazado caligráfico los pronósticos de la anhelada floración. Es la espera alegre de cada primavera, el comienzo auténtico del año japonés en el que la tierra se irá iluminando paulatinamente del color perfumado: primero en el sur, luego en el norte… en un principio las islas más meridionales y poco a poco, ascendiendo, hasta el atolón más boreal… bordeando bosques y cortados, sorteando montañas y cascadas, llegando hasta el mismísimo corazón de Tokio. Los parques, las populosas avenidas, las colinas más suaves desde Kyushu, Shikoku y Honshu hasta Hokkaido, las sendas de los pequeños poblados de los cientos de islas habitadas que componen el Archipiélago… auroras, madrugadas y también las noches, iluminadas con farolillos de papel de arroz, se tapizarán de Sakura… “al atardecer / tañidos de campanas / entre las flores”.

Aman los japoneses en la floración del cerezo la belleza que saben tan fugaz como hermosa; se apasionan y emocionan al contemplar en una flor la esencia misma de la existencia en toda su hondura y el imparable final. Su modo de ver la vida está impregnado de amor y de nostalgia dulce, de esa saudade que ellos llaman Aware. Es esa misma aceptación serena de lo efímero, - la “conmoción compasiva”, ese “hondo sentimiento en el corazón”- que asombrados hemos contemplado en sus rostros estos días aciagos… Y nos parecen hechos de otro espíritu esos mismos que el año pasado vimos, en estas fechas, con la mirada empapada del suave colorido de los árboles, y que hoy, vueltos sus ojos sobre los reactores humeantes de Fukushima, todavía palpitan con los latidos del Aware, espejo de dignidad, paradigma de sabiduría.

Por el arroyo / corre tras su reflejo / una libélula”. Ahora que a Japón se le desangra el día como al alma de un samurai, nos queda al menos la esperanza de volver a ver pronto juntos florecer los cerezos.