El Auto del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en la que se instaba a los centros a hacer del español una lengua vehicular ha provocado una ola de respuestas que incluyen desde la llamada a la insurrección hasta el efecto "buffet-libre", aquel que muchos políticos sufren cuando las decisiones de la Justicia no les agradan: si lo que dicen los jueces me gusta, sagrado, si no, revuelta. El efecto péndulo en el uso y aprendizaje de las distintas lenguas españolas está tan contaminado por la política que uno termina dándose cuenta de que hace mucho tiempo que lo que realmente importa -el futuro de los alumnos- ha quedado relegado al último pupitre en la discusión. La manipulación política de la situación en la educación española no termina aquí. Esperanza Aguirre elige un chivo expiatorio equivocado para purgar algunos de los pecados congénitos de la administración pública. Me gustaban sus propuestas para convertir al profesor en una figura de autoridad pública y su Bachillerato de la Excelencia nunca me pareció excluyente ni en el fondo ni en la forma, pero utilizar lugares comunes para desprestigiar la profesión de maestro me parece propia de un sectario. Aunque también me sorprende la presencia de Rubalcaba en la acera de enfrente, buscando acomodo entre indignados y abajofirmantes, precisamente él, que estuvo en las cocinas de algunos de los peores planes de estudio de la historia de España y colaboró especiando las leyes de educación que minaron la enseñanza pública. Yo, desde mi humilde experiencia, contaré lo que veo: profesores que se involucran no solamente en la formación académica sino también en la personal y que muchas veces ven lastrada su actividad diaria por el exceso de burocracia. Menos programas orientados a la obtención de galones estadísticos y más respeto hacia los que se manchan de tiza todos los días.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón de jueves 15 de septiembre de 2011