A veces uno se equivoca. Bueno, mejor dicho, uno, en concreto yo, se equivoca muchas veces, pero trata de evitar mostrarlo en público. Uno de esos errores ha sido la defensa ciega de la integridad constitucional como garante de la unidad de España y bla, bla, bla... Total, que después de un toque más serio que el de una madre cuando tienes la habitación desordenada, nuestro Gobierno se ha montado una reforma con el guiño cómplice del PP mientras agachamos las orejas frente a la mano duro de los alemanes. En un país en el que cada vez estamos más cerca de ser comprados por la Coca-Cola, la Carta Magna se ha convertido en la última barca heroica del españolismo de mentirijillas. Los nacidos en el 78 recibimos de vez en cuando ejemplares repetidos de un documento que nació corrupto, con aquel desliz pesebrero de las nacionalidades históricas (por favor, sin querer apretarme el cachirulo, dónde hay más historia y vertebración española que en Aragón). Un documento que ha sido ninguneado de forma sistemática por toda la clase política durante años. ¿Qué se puede esperar con un tribunal que se apellida constitucional y bendice estatutos anticonstitucionales? Rasgarse las vestiduras y ser un resquicio almibarado para la indignación de la penúltima casta de twiteros. ¿Es necesario un control del déficit público? ¿la fijación de un techo en el gasto va a impedir que otro gobierno como el actual vuelva a despilfarrar en aras de conveniencias electorales? Me temo que no. Saldamos el país y damos una excusa a los zombificados sindicatos para jugar a las pancartas..Hay muchos recovecos y salvaguardas, arquitectura política en la nación que ha convertido la separación de poderes en una broma de mal gusto. Puede que no nos guste, pero el sistema, mientras no se cambien, lo permite. Acuerdénse ustedes en las urnas. Y vayan a votar, que si no, pasa lo que pasa.
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 8 de septiembre de 2011
Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del jueves 8 de septiembre de 2011