Se hace inevitable caer en el tópico. Lo siento. Pero es que nunca algo resultó más apropiado. Me refiero a esa maldita pregunta que le hacen siempre a todos los escritores de relatos: ¿Y para cuándo una novela? Como si escribir relatos fuera hacer guiones para episodios piloto, experimentos de quimicefa, correr la banda para calentar antes de jugar el partido de verdad. Pues bueno, para todos esos que no conceden el título de escritor serio sin haber pasado ese examen de reválida Óscar Sipán ha escrito su primera novela, y ya no tendrá que escuchar la odiosa pregunta que ponga en duda todo lo mucho, y muy bueno, que ha publicado hasta ahora.
Óscar ha aceptado el reto y ha elegido el arma que le daba ventaja en ese desafío. Ha saltado al ring disfrazado de su hermano gemelo y ha utilizado su sombra y un espejo para romper la maldición. Igual que un mago recurre a su mejor truco para hacer saltar la banca. Porque Óscar no ha escrito una novela sino seis cuentos entrelazados. Ha utilizado un bloque de viviendas para relacionar seis historias y siete personajes unidos por los elementos comunes y la ley de propiedad horizontal, la soledad y la mentira, la ambición y la muerte, la derrota y la nostalgia, el rencor y la decadencia, la envidia y la lucha, el odio y la atracción. Una ecosfera, un acuario, un mundo a escala real concentrado en seis relatos magistrales. Seis relatos que hacen una novela
Algunos dirán que eso es hacer trampa. Que Óscar no ha hecho nada nuevo, que ha ido sobre seguro. Que no ha evolucionado, que se repite, que es más de lo mismo. Y tal vez con el escándalo me hagan dudar un momento, pero si esos reproches no son más que una discusión pseudo-académica sobre los aspectos formales de la novela no entraré al trapo. Y si tuviera que ponerme de parte de alguien; elegir bando en ese debate, me pondría del lado de Óscar. Porque yo nunca firmo manifiestos ni elaboro listas, pero si tuviera que hacer una con los cinco mejores narradores vivos de Aragón, Sipán estaría entre ellos.
Óscar es capaz de resumir una vida en un relato. Microuniverso, cosmorama que contiene el mundo. Un novelista cuenta una noche en trescientas páginas. Óscar va directo, sin concesiones ni rodeos; como ese artilugio de las ferias: un mazo, un golpe seco y el peso sube como un cohete hasta el máximo y hace sonar el timbre. El novelista prefiere los caballitos o la noria; por el mismo precio diez vueltas y un globo con forma de margarita. Óscar prefiere el salto del trapecista y la retórica del cirujano y el radiólogo. El novelista un largo paseo por el campo y las curas de balneario. Óscar escribe como si el día que lo hiciera fuera el último. Como si padeciera una enfermedad mortal. El novelista siempre deja algo para mañana.
Óscar ha escrito una novela de seis relatos y nueve epílogos -algunos más logrados que otros- sobre unos personajes cruzados como un dios voyeur espía a sus inquilinos. Siete personajes de los que hace su currículum vitae, su retrato, su árbol genealógico como trabajan los grandes publicistas: a frase ganadora. Siete personajes unidos y separados, protagonistas, hormigas de esta ópera bufa en la que entre el pasado y el presente se espera la resurrección; se vive deprisa para morir joven y tener un bonito cadáver; se echa de menos la vida; se miente para espantar la soledad; se busca el aire entre tanto tedio y tanta calma; se escriben anónimos para mitigar el resentimiento, se busca oro en las bolsas de basura y en los buzones; se queman diarios y se oyen ruidos al otro lado del tabique.
Óscar es ladrón de secretos y pensamientos; inserta relatos dentro de los relatos como una transfusión de sangre y lágrimas, como un electroshock. La narrativa de Óscar es guerra de guerrillas; es estimulante, anfetamina legal. No hay nada más desolador que levantarse en mitad de la madrugada y no tener una misión, ese es el verdadero santo y seña de la decadencia. Su narrativa es humana entomología, mirada y olor, fogonazo, rabia, vida y herida, sabor y dolor. En sus relatos encontramos el veneno de los buenos libros. Y en estas “Concesiones al demonio” ha vuelto a hacerlo.
Óscar Sipán. “Concesiones al demonio”. Ediciones Nalvay. Almudévar (Huesca), 2011.
Ilustración de portada de Óscar Sanmartín.
Óscar ha aceptado el reto y ha elegido el arma que le daba ventaja en ese desafío. Ha saltado al ring disfrazado de su hermano gemelo y ha utilizado su sombra y un espejo para romper la maldición. Igual que un mago recurre a su mejor truco para hacer saltar la banca. Porque Óscar no ha escrito una novela sino seis cuentos entrelazados. Ha utilizado un bloque de viviendas para relacionar seis historias y siete personajes unidos por los elementos comunes y la ley de propiedad horizontal, la soledad y la mentira, la ambición y la muerte, la derrota y la nostalgia, el rencor y la decadencia, la envidia y la lucha, el odio y la atracción. Una ecosfera, un acuario, un mundo a escala real concentrado en seis relatos magistrales. Seis relatos que hacen una novela
Algunos dirán que eso es hacer trampa. Que Óscar no ha hecho nada nuevo, que ha ido sobre seguro. Que no ha evolucionado, que se repite, que es más de lo mismo. Y tal vez con el escándalo me hagan dudar un momento, pero si esos reproches no son más que una discusión pseudo-académica sobre los aspectos formales de la novela no entraré al trapo. Y si tuviera que ponerme de parte de alguien; elegir bando en ese debate, me pondría del lado de Óscar. Porque yo nunca firmo manifiestos ni elaboro listas, pero si tuviera que hacer una con los cinco mejores narradores vivos de Aragón, Sipán estaría entre ellos.
Óscar es capaz de resumir una vida en un relato. Microuniverso, cosmorama que contiene el mundo. Un novelista cuenta una noche en trescientas páginas. Óscar va directo, sin concesiones ni rodeos; como ese artilugio de las ferias: un mazo, un golpe seco y el peso sube como un cohete hasta el máximo y hace sonar el timbre. El novelista prefiere los caballitos o la noria; por el mismo precio diez vueltas y un globo con forma de margarita. Óscar prefiere el salto del trapecista y la retórica del cirujano y el radiólogo. El novelista un largo paseo por el campo y las curas de balneario. Óscar escribe como si el día que lo hiciera fuera el último. Como si padeciera una enfermedad mortal. El novelista siempre deja algo para mañana.
Óscar ha escrito una novela de seis relatos y nueve epílogos -algunos más logrados que otros- sobre unos personajes cruzados como un dios voyeur espía a sus inquilinos. Siete personajes de los que hace su currículum vitae, su retrato, su árbol genealógico como trabajan los grandes publicistas: a frase ganadora. Siete personajes unidos y separados, protagonistas, hormigas de esta ópera bufa en la que entre el pasado y el presente se espera la resurrección; se vive deprisa para morir joven y tener un bonito cadáver; se echa de menos la vida; se miente para espantar la soledad; se busca el aire entre tanto tedio y tanta calma; se escriben anónimos para mitigar el resentimiento, se busca oro en las bolsas de basura y en los buzones; se queman diarios y se oyen ruidos al otro lado del tabique.
Óscar es ladrón de secretos y pensamientos; inserta relatos dentro de los relatos como una transfusión de sangre y lágrimas, como un electroshock. La narrativa de Óscar es guerra de guerrillas; es estimulante, anfetamina legal. No hay nada más desolador que levantarse en mitad de la madrugada y no tener una misión, ese es el verdadero santo y seña de la decadencia. Su narrativa es humana entomología, mirada y olor, fogonazo, rabia, vida y herida, sabor y dolor. En sus relatos encontramos el veneno de los buenos libros. Y en estas “Concesiones al demonio” ha vuelto a hacerlo.
Óscar Sipán. “Concesiones al demonio”. Ediciones Nalvay. Almudévar (Huesca), 2011.
Ilustración de portada de Óscar Sanmartín.