Prólogo de CARACOLES Y MANZANAS

Hoy en día es habitual meter unos caracoles enormes y no por eso menos atractivos, dentro de nuestros queridos acuarios domésticos.
Caracoles como manzanas o cojones como puños, dependiendo del estado de ánimo.
Dada la importancia de la situación a lo que nos exponemos sirvo de explicar el sentido de la vida una vez más. De distinta forma y una distinta manera, con cierto toque de originalidad, incluso con una canción para cantar y bailar, pero el resultado es asombrosamente el mismo.
Los racimos de huevos que estos animalitos depositan en el techo del acuario, por la parte de dentro, claro, ganan por si solos vida propia y expectación desde el primer día. Allí donde fuera del agua los peces no son un problema si no una burla del destino.
Despacio pasan las jornadas, hasta que vienen a nacer los bebes caracoles, con el infortunio de la gravedad y la consiguiente caída al vacío. Que digo vacío, al agua. Al maldito agua, allí donde los peces se relamen de tan jugoso y tierno botín.
Y así, en esta sopa de caracol (canten y bailen la canción, coño) mueren la inmensa mayoría de nuestros pequeños amiguitos. Y los que sobreviven luchan y luchan por que la malla o la red no les coja desprevenidos entre otros graves peligros.
En la humanidad ocurre lo mismo. En Zaragoza, en Aragón, en España, en Europa, en el mundo…
Militares, religiones, políticos, banqueros… y un sin fin de pirañas, que no dejan de nosotros ni los huesos…


Dioni Blasco, Mayo 2011