Hace unas semanas, la Asamblea Local de la Cruz Roja de Graus me propuso realizar una actividad dentro de la semana cultural para las personas mayores que esta entidad organiza anualmente. Al conmemorarse este año el centenario de la muerte de Joaquín Costa, se trataba de preparar un pequeño recorrido por el casco urbano de Graus visitando algunos lugares vinculados al ilustre personaje.
Iniciamos nuestro itinerario en el monumento a Joaquín Costa que se encuentra en el centro neurálgico de la villa grausina. El monumento fue levantado en 1929, durante la dictadura del general Primo de Rivera, quien asistió a su inauguración. Lo diseñó el arquitecto Fernando García Mercadal y fue realizado por el escultor José Bueno. Se sufragó por suscripción popular y costó cuarenta mil pesetas de la época, de las cuales el rey Alfonso XIII aportó las primeras cinco mil. Representa a Costa en posición sedente, aguantando con su mano izquierda un gran libro que se apoya en su costado. En su parte frontal figuran las fechas de su nacimiento y muerte, 1846 y 1911, y sus dos lemas más conocidos: “escuela y despensa” y “política hidráulica”. En la parte posterior se muestra en relieve la villa de Graus con su basílica de la Peña como lugar más destacado. Muy recientemente el monumento ha sido remodelado, ampliando su perímetro circundante y dando mayor presencia en él al agua y al espacio público.
A pocos pasos del monumento, en el nº 25 de la calle Salamero, se encuentra la casa donde vivió y murió, en 2007 a los 94 años de edad, José María Auset Viñas, en cuyo recuerdo se ha colocado recientemente una placa en su fachada. Auset Viñas fue sobrino nieto de Costa y estudioso y guardián de su legado. Era nieto de Martina, una de las hermanas de Costa. Joaquín Costa Larrégola, originario de la pequeña localidad de Benavente, y María Martínez Gil, natural de Graus, tuvieron once hijos, de los que sólo sobrevivieron cuatro: Joaquín, Martina, Vicenta y Tomás.
Siguiendo por la calle Salamero, tomando luego la Fermín Mur y Mur o de Benasque y pasando por la plaza y la calle Mayor, llegamos a la placeta Coreche. Allí, en la casa nº 6 que hace esquina con la calle del Prior, está el edificio en el que Costa vivió con su familia entre 1852 y 1863, desde los seis hasta los diecisiete años. Actualmente sigue habitada y se conoce como casa Fernandito. En ella se instaló, al parecer de alquiler, la familia Costa cuando regresó de Monzón a Graus en 1852. Los padres de Costa eran campesinos pobres que fueron a Monzón en busca de una vida mejor. Allí nació su primer hijo, Joaquín, en 1846. Las cosas tampoco fueron demasiado bien en la ciudad montisonense y la familia regresó a la capital ribagorzana que doña María no había dejado de añorar.
El joven Costa pasó en Graus parte de su infancia y su adolescencia sin ser demasiado feliz. A la pobreza de su familia se unía su afición a los libros y al estudio que no siempre era bien vista en aquel rudo ambiente rural. Algunos llamaban despectivamente fraile y afanoso al joven lector. En la escuela, con el maestro don Julián, comenzó a destacar por su capacidad e inteligencia. Ayudó a su padre en las tareas del campo y parecía destinado a sucederle en ellas. Pronto empezarían a manifestarse los primeros síntomas de la enfermedad muscular que lo martirizó toda su vida. Soñó con ingresar en el ejército, pero sus problemas físicos le impidieron siquiera realizar el servicio militar. En 1863, y tras algunas reticencias paternas, el joven Joaquín fue enviado a Huesca a trabajar como criado en casa de don Hilarión Rubio, un pariente lejano, maestro de obras o aparejador, bien acomodado en la capital oscense. Costa siempre se sintió humillado por el desdén con que, debido a su origen humilde, fue tratado en casa de su pariente. Sin embargo, en Huesca pudo cursar estudios superiores y empezó a desarrollar su brillante trayectoria intelectual.
Nuestra siguiente parada es la casa en la que Costa pasó el último tramo de su vida, en el nº 5 de la hoy denominada calle Joaquín Costa. Aquí vivió el ilustre polígrafo durante siete años, desde 1904 hasta su muerte en febrero de 1911. En un artículo incluido en la reciente publicación “Joaquín Costa, el sueño de un país imposible”, editada por Heraldo de Aragón, José María Auset Brunet, hijo del citado José María Auset Viñas y por tanto sobrino biznieto de Costa, escribe un magnífico artículo sobre los últimos años en Graus de su ilustre antepasado. De esta colaboración, titulada “El ambiente familiar y el carácter de Costa”, reproduzco íntegramente sus primeras líneas:
“A partir de septiembre de 1904, agravada su enfermedad, desengañado de la política y sobre todo de los políticos y con el convencimiento de la imposibilidad de reformas políticas que hicieran progresar el país, Joaquín Costa se retiró definitivamente en Graus. Fijó su domicilio en la casa de la calle Nueva o Camino del Molino –después llamada El Porvenir y hoy de Joaquín Costa-, donde vivían su hermana Martina, casada con Antonio Viñas -joven y emprendedor maestro de obras y contratista- que habían edificado recientemente, y de cuyo matrimonio nacieron tres hijas: Balbina, Carmen y Pilar. En dicha casa, salvo un viaje a Zaragoza, dos a Madrid, una estancia inferior a un año en la segunda planta de la casa de Ramón Auset -casado con Carmen- en la que hoy es calle Salamero nº 25 y un verano que pasó en la fonda de la estación de Selgua por motivos de salud, Costa permaneció hasta su muerte. Instaló su estudio en un cuarto de unos 20 metros cuadrados de la planta tercera que no se encontraba habilitada como vivienda y, mientras su estado físico se lo permitió, vivía –más bien dormía, pues pasaba la mayor parte del día y de la noche en su estudio del tercer piso- en el piso segundo, en una sala con alcoba.”
El estudio o despacho de Costa, que se conserva tal como él lo dejó, sorprende por su absoluta austeridad. Una mesa, una silla, una mecedora y unos estantes con libros es todo su mobiliario. Debido a la enfermedad que dificultaba cada vez más sus movimientos, Costa necesitaba de la ayuda de su hermana y su sobrina para subir y bajar los diecisiete escalones que separan las plantas segunda y tercera del edificio. En verano, sus amigos Carrera, Rosell y Gambón le acompañaban con frecuencia a dar algún pequeño paseo. Iban provistos de un botijo de agua fresca y de la mecedora de su estudio, en la que Costa se sentaba a la sombra de unos árboles, en el lugar donde hoy se encuentra la glorieta que lleva su nombre.
Desde la ventana de su estudio, Costa veía unas montañas próximas conocidas como Las Forcas, situadas al otro lado de la confluencia de los ríos Ésera e Isábena. En ellas manifestó en alguna ocasión su deseo de ser enterrado. Sin embargo, a su muerte, y tras diversas incidencias, sus restos acabaron reposando en el cementerio zaragozano de Torrero.
Este recorrido por los lugares costistas de Graus puede completarse con la visita al monumento a José Salamero, ilustre sacerdote grausino y tío de Costa, cuyo busto, esculpido también por José Bueno, se encuentra a la entrada del recinto de la basílica de la Peña. Tío y sobrino mantuvieron una relación familiar con más desencuentros que afinidades.
Joaquín Costa es el más ilustre de los personajes que Graus ha dado a la historia y la cultura españolas. Conocer su vida y su obra es conocer lo mejor de nuestro pasado.
Carlos Bravo Suárez
Artículo publicado en Diario del Alto Aragón
Imágenes: Casa donde vivió Costa entre los seis y los diecisiete años -la blanca que hace esquina-, casa donde Costa vivió los últimos siete años de su vida y donde murió en 1911, estudio de Costa en dicha casa y monumento a Costa en Graus.