"El reclamo de lo desconocido, la libertad, el hambre desaforada, los expulsa del recinto. Rodean la muralla en sentido este, siguen hacia el sur, se detienen ante la gran lámina de agua del primer meandro, y la cruzan a nado. He de utilizar, a partir de ahora, los prismáticos, de infrarrojos. A buen paso, uno tras otro, se dirigen al cementerio, saltan, sobre la marcha, la tapia, y dejo de verlos. Una hora, aproximadamente, y reaparecen; encaramados al tejadillo que cubre la pequeña zona de nichos –la mayoría de enterramientos lo son en el suelo– se ponen a descansar tumbados. De pronto se levantan y, a dúo, comienzan a aullar. Unos diez minutos. Luego copulan, y de súbito, como dándose cuenta de que es muy tarde, suspenden el acto, dejan el camposanto y, resueltos, desandan el camino. Entran en casa a la una y media (las puertas quedaron abiertas en previsión de que pudiera sucediera algo así). Cenados y contentos beben agua en la alberca y se retiran a dormir a su actual cubil: la femera de Can Guitarra." (Familias como la mía. Págs 229-230)