Pedro Moscatel tiene veintiún años. Y eso es lo primero que debe saberse. Como límite y condición a la hora de escribir una novela sí, pero sobre todo como mérito. Y es que lo primero que sentí fue envidia de su juventud y de su precocidad, pero sobre todo de su madurez, su voluntad y determinación. Escribir una novela y una colección de relatos añadidos y saber, estoy seguro, de que no será la última, que lo mejor está por venir.
Porque lo primero que hay que advertir es que este “Rebaño del lobo” podría parecer a simple vista una historia inspirada por esa escenografía apocalíptica de video-juego tan propia de esta generación, pero que no se trata de eso porque Pedro ha superado esa realidad virtual y ha ido más allá, ha creado una ficción literaria que se centra en los personajes y en sus sentimientos y no se queda en el superficial holograma tridimensional generado por un ordenador. El lugar destruido es el decorado del teatro, pero lo realmente importante está en lo que sucede en el escenario. Pedro ha sustituido la falacia y la acción del video-juego por la soledad, la angustia, la incertidumbre, las preguntas, la indefensión y el temor humanos.
Nuestra pequeña ciudad arrasada en un segundo por una guerra invisible, convertida en escombros, desierta, fantasmal. Centros comerciales vacíos, tiendas repletas de las que poder coger lo que nos apetezca y que sin embargo no nos servirá para nada porque al final, cuando se trata de sobrevivir, sólo necesitamos bebida y alimento, y todo lo demás sobra; es accesorio. Y la debilidad del desamparo; la condena alienante de vivir en un mundo vacío, sin muertos ni supervivientes, sin respuestas, sin zombis de videoclip ni vampiros y lobos de película que hagan suspirar a las adolescentes. Un mundo en el que se pierde la noción del tiempo; en el que la muerte, hambrienta y salvaje, acecha agazapada en la oscuridad esperando su oportunidad. La necesidad de la compañía, la fuerza del grupo; la amistad por encima de todo; la posmoderna condición humana reducida a lo básico, a lo primitivo: el instinto y la autodefensa; el valor, la envidia y la traición, la debilidad; las heridas abiertas y el dolor por los que murieron; descubrir que fuera no está la salvación, que es un engaño, que han jugado con nosotros, que somos marionetas en manos ajenas.
Y también la ingenuidad de su edad, esos tópicos que nos sitúan fuera de occidente y dentro del sur y su Corán, esos viejos y manidos calificativos que suenan fuera de lugar en una novela de moderna ficción y ese idealismo, esa visión idílica de un mundo en el este de Europa que quedó en evidencia con la Perestroika y la caída del muro de Berlín.
Pero al final esta novela confirma que hay algo inmaterial que nos salva de cualquier hecatombe y nunca se destruye. El amor, la fuerza que nos hará mantenernos con vida. Y ahí reside uno de los mayores méritos de Pedro. No en ese amor desgarrado de poemas y canciones ñoñas sino en ese amor tímido y firme, fidelidad que resiste más de cien días de silencio, que es nuestra única esperanza, que se hace invencible en la adversidad.
Pedro A. Moscatel. “El rebaño del lobo”. Editorial Setelee. Calatayud, 2011.
Pedro A. Moscatel
http://loboletras.blogspot.com/
Editorial Setelee
http://www.setelee.com/
Porque lo primero que hay que advertir es que este “Rebaño del lobo” podría parecer a simple vista una historia inspirada por esa escenografía apocalíptica de video-juego tan propia de esta generación, pero que no se trata de eso porque Pedro ha superado esa realidad virtual y ha ido más allá, ha creado una ficción literaria que se centra en los personajes y en sus sentimientos y no se queda en el superficial holograma tridimensional generado por un ordenador. El lugar destruido es el decorado del teatro, pero lo realmente importante está en lo que sucede en el escenario. Pedro ha sustituido la falacia y la acción del video-juego por la soledad, la angustia, la incertidumbre, las preguntas, la indefensión y el temor humanos.
Nuestra pequeña ciudad arrasada en un segundo por una guerra invisible, convertida en escombros, desierta, fantasmal. Centros comerciales vacíos, tiendas repletas de las que poder coger lo que nos apetezca y que sin embargo no nos servirá para nada porque al final, cuando se trata de sobrevivir, sólo necesitamos bebida y alimento, y todo lo demás sobra; es accesorio. Y la debilidad del desamparo; la condena alienante de vivir en un mundo vacío, sin muertos ni supervivientes, sin respuestas, sin zombis de videoclip ni vampiros y lobos de película que hagan suspirar a las adolescentes. Un mundo en el que se pierde la noción del tiempo; en el que la muerte, hambrienta y salvaje, acecha agazapada en la oscuridad esperando su oportunidad. La necesidad de la compañía, la fuerza del grupo; la amistad por encima de todo; la posmoderna condición humana reducida a lo básico, a lo primitivo: el instinto y la autodefensa; el valor, la envidia y la traición, la debilidad; las heridas abiertas y el dolor por los que murieron; descubrir que fuera no está la salvación, que es un engaño, que han jugado con nosotros, que somos marionetas en manos ajenas.
Y también la ingenuidad de su edad, esos tópicos que nos sitúan fuera de occidente y dentro del sur y su Corán, esos viejos y manidos calificativos que suenan fuera de lugar en una novela de moderna ficción y ese idealismo, esa visión idílica de un mundo en el este de Europa que quedó en evidencia con la Perestroika y la caída del muro de Berlín.
Pero al final esta novela confirma que hay algo inmaterial que nos salva de cualquier hecatombe y nunca se destruye. El amor, la fuerza que nos hará mantenernos con vida. Y ahí reside uno de los mayores méritos de Pedro. No en ese amor desgarrado de poemas y canciones ñoñas sino en ese amor tímido y firme, fidelidad que resiste más de cien días de silencio, que es nuestra única esperanza, que se hace invencible en la adversidad.
Pedro A. Moscatel. “El rebaño del lobo”. Editorial Setelee. Calatayud, 2011.
Pedro A. Moscatel
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Editorial Setelee
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