Sin meditarlo demasiado, atravesé la línea.
Una vez fue suficiente para abandonar mi casa
y abrazar aquella doctrina ajena.
Yo soltaba tu melena y te acercaba a los ojos
todas las luces mentirosas de la noche
mientras vaciabas otro vaso
y caía al suelo un ladrillo más de mi vieja casa.
No escuchaba los coros de la canción
ni me importaba la sonrisa de la camarera.
Quizá ya estaba amaneciendo.
Sólo revolvía tu melena y husmeaba en tus ojos
buscando tablas de náufrago para el remordimiento
amontonado a los pies de mi vieja casa.
Fue credo pasajero,
religión de madrugada para amantes confusos
que se la juegan al trago de un extraño.
Está perdida desde el principio, pero ¿y si alguien
prendiera otra vez la chispa
y apareciera en el espejo aquella adolescente?
No pude retenerlo más.
Basta un ligero temblor para devastar cimientos.
Comencé a perder la partida cuando
soltaba tu melena y te acercaba a los ojos
todas las luces mentirosas de la noche
mientras vaciabas otro vaso
y caía al suelo un ladrillo más de mi vieja casa.
(c)Elisa Berna Martínez