La vida de un lector también es la vida de otro. La vida de quien entra y sale de tu vida. La vida como una puerta. Y si uno es lector de poesía en una ciudad como Zaragoza, en un territorio poético como el de Aragón, es posible que padezca de multipolaridad, ya que muchas, muchísimas, son las puertas que se han abierto en pocos, poquísimos años, puertas que, seguro, se están abriendo ahora, todavía, durante, mañana, a la vuelta de la esquina, en la esquina, en la vuelta. Muchas con nombres y apellidos, muchas anónimas, menos a cuento de membretes, generaciones, manifiestos, corrientes y correnteras, menos, más bien diría que ninguna. No hay patrón común, causa, colección de características que aúnen, más allá de los vínculos afectivos y las lecturas, improntas indirectas en la mayor parte de los casos, que no saltan a la vista. Cada cual sigue su traza. Pero es que acaso los tiempos no sean de modelo y patio cerrado sino de puertas e ir haciendo. No se trata de la definición perfecta de la idea, de cualquier idea, sino del ensayo constante. No hace falta siquiera alcanzar el anhelado fin de la belleza, sino apenas tantearla, porque llegar al fin es terminarse. Y con la poesía uno nunca termina sino que siempre está empezando.
La última poesía aragonesa (escrita en castellano, hay más tradiciones que uno no conoce con el detalle necesario) es una topografía llena de puertas, unas conducen hacia el país de nunca jamás, otras al insondable misterio de lo que nunca debería haberse escrito, otras al insospechado quiebro de las sorpresas, a las palabras deformantes, al espejo de la risa, al dime con quién andas y te diré quién eres, a la playa bajo los adoquines, a los adoquines de caramelo tan propios de estos pagos y al adoquín y tente tieso, no menos propio, aunque, la verdad y por fortuna, cada vez más escaso y más aburrido. La última poesía aragonesa son varias pilas de libros, y libros que uno no tiene. Siempre hay libros que están por leer. La poesía aragonesa última es la explosión poética de la clase media. Sí, sí, pura y dura sociología. Sana vocación de ilustrados. El convencimiento de que todos podemos escribirla –listos, menos listos, afortunados, adinerados, con estudios de primera, con estudios de primaria, proclives al fracaso, atentos, despistados, profesionales, por cuenta ajena, parados, raros, locos, sensatos, apestados, iniciados, letraheridos, iletrados, pomposos, soberbios, idiotas, mentecatos, cariñosos, generosos, amables, creyentes, pensantes, inocentes, culpables, menores y mayores. De todo esto hay en la poesía aragonesa última. Poetas y poetastros y poetillas, siempre aspirantes a ensanchar los límites del mundo a base de letras, con o sin sentido. Lo escribo en masculino porque uno construye su género en ese ascendente, pero difieran sin problema y pónganlo en femenino. Mujeres y hombres poetas. Mejor poetas en sustantivo. Se trata de que todos y todas podemos escribir poesía, género popular, y no sólo que la escriban, o que la digan, o que la aparenten, o que la imposten, esas dos tipologías clásicas que son profesores de un lado y bohemios de otro, con el cartel de poeta por la vida. Todos podemos ser otro, otro escritor, otro lector, yo otro, yo otra. Luego está lo de hacerlo bien o mal, claro u oscuro, acertado o sin certeza, en el sitio o fuera de sitio. Tampoco faltan críticos, acaso cada poeta sea uno con bandera propia, dispuesto a señalar faltas y comuniones.
Pero vayamos a las puertas. Uno podría abrirlas de una en una o destacar las referencias señeras, que las hay, como en todo. Manuel Vilas es el poeta aragonés más en el top fuera de las lindes aragonesas. Ahí está Amor, su poesía casi reunida editada por Visor, en todas las listas de éxitos. No sólo eso, es una obviedad que Vilas es una manera de escribir poesía que sólo se parece a sí misma y que son tropel los que buscan las claves del decir poético contemporáneo en el método Vilas, tan singular como mal imitado. Y ya puestos a romper con la clase media, uno podría marcar el impertinente territorio de lo subjetivo con los escritores amigos. Mi maestro, éste, ése y aquél y subrayarlo. O podría centrarse en la calidad de textos que uno considera sus favoritos. Juan Marqués, quien con dos libros, Un tiempo libre en La Veleta y Abierto en Pre-textos, nos ha sorprendido con una poesía de temple, acodada en la exactitud de las pequeñas cosas y sus huecos. Dolan Mor, poeta extensivo, muchos en uno, prestidigitador de las palabras, de las potencias, de los sentidos, que ha publicado nueve libros en seis años, el último La dispersión en ediciones Amargord. Dolan Mor es poeta nacido en Cuba pero uno piensa que se es de donde se está y Mor está aquí, bajo la cierzada como el primero. Jesús Jiménez Domínguez, de quien siempre esperamos el siguiente libro, talento y más talento, capaz de darle la vuelta al mundo en un poema, como bien demostró en Fundido en negro, DVD 2007. Ángel Gracia y su Arar, editado por Prames, poeta de la contemplación y el escribir simbólico. Francisco M. López Serrano, escritor todoterreno con una mundo propio denso y afilado, que con su El último hombre sobre la tierra, Devenir 2010, vuelve a descolocarnos la lectura, poniéndonos en lugar distinto. O Guillermo Molina y su Epilírica, publicado por Hiperión en 2009, un bofetón poético de contundencia expresionista que desde hace un par de años todavía me dura.
Uno también podría repasar la lista de los premios aragoneses, que es forma del historiar oficial, historiografía con bastante uso y éxito escolar. Podría elegir el Santa Isabel de Portugal o el Universidad de Zaragoza o el Miguel Labordeta. O centrarse en el premio Delegación de Gobierno publicado por Aqua, porque es todo un panorama intergeneracional de tendencias poéticas. Un buen aficionado se hará una idea bastante precisa de lo que ocurre en Aragón leyendo los libros premiados y los accésits de este premio nacido en 2005. La nómina de los autores es la siguiente, puertas de sobrado interés: Ángel Gracia, Miguel Ángel Ortiz Albero, Sergio Algora, Ignacio Escuín, José Manuel Soriano, Dolan Mor, Juan Antonio Tello, Miguel Serrano, Jesús Soria, Alberto Acerete, Nacho Tajahuerce, Francisco Sanz Becerrill, Fernando Sarría, Almudena Vidorreta, Miguel Ángel Yusta, Manuel Peláez, Sergio Gómez y Pilar Peris.
O uno puede elegir las editoriales o colecciones de poesía, ya que las editoriales aragonesas de poesía son filón. Poesía de todo mineral, doméstica pero también de alto copete. Y si abre las puertas de las editoriales, sería pertinente partir de quienes las comandan, pues es el editor quien hace público un criterio, una lectura, un gusto, y va perfilando el paisaje literario con la construcción de su catálogo. Además los principales editores de poesía en Aragón también son poetas. Cuando digo principales simplemente indico que en los últimos dos, tres años, han editado de forma continuada y no sólo episódicamente. En este sentido habría que destacar a Trinidad Ruiz Marcellán al frente de la ya histórica Olifante, a quien uno ha descubierto como poeta en la antología Yin al cuidado de Ángel Guinda e Ignacio Escuín; a Fernando Sanmartín, editor de la no menos histórica colección de Prensas Universitarias de Zaragoza, “La gruta de las palabras”; a Raúl Herrero y sus Libros del Innombrable, donde también publica su propia poesía, Los trenes salvajes es la última entrega; al ya citado Ignacio Escuín y su editorial Eclipsados; a Octavio Gómez Milián y la colección “Resurrección” de Comuniter; y a David Giménez y sus dos proyectos hermanos, Los libros del Imperdible y la Cartoneritaniñabonita.
Todos poetas además de editores. Fernando Sanmartín ha publicado su último libro de poesía, Infiel a los disfraces, en el Centro Cultural Generación del 27 de Málaga; Ignacio Escuín, Habrá una vez un hombre libre, en Huacánamo de Barcelona; Octavio Gómez Milián, Perico Fernández que estás en los cielos, un despliegue de memoria sentimental escrito junto a Juan Luis Saldaña, posiblemente el escritor con mejor sentido del humor que haya en estas tierras. Perico Fernández… lo ha publicado Los libros del Imperdible, editorial con sede en el multicultural pueblo de Remolinos y cuyo timón lleva David Giménez. Como poeta, David Giménez firma David Liquen y su última entrega es Todo a cien, aparecida en Cartoneritaniñabonita, su proyecto de libros únicos, plaquettes hechas con reciclaje de cartón y pintadas a mano.
Repasemos el perfil aragonés de las editoriales mencionadas. Olifante, el cuerno de Roldán de nuevo papel ahuesado, sigue publicando con constancia a poetas aragoneses. Desde 2008 hasta el día de hoy –por acotar fechas–, la colección principal ha cobijado a Manuel M. Forega y su Ademenos, la Roma de Ángel Sobreviela, dos libros de Octavio Gómez Milián, Lugares comunes y Nada mejor para esta noche –acaso su mejor libro–, El anillo y la llaga de José Antonio Conde, Troupe de Miguel Ángel Ortiz Albero, El idiota entre las hierbas de Dolan Mor, las canciones de José Antonio Labordeta, sintaxis asfalto de Julio Espinosa y al nuevo poeta Antón Castro con El viaje en bicicleta, su segundo libro de poemas tras Vivir del aire, donde se descubrió en verso y que también publicó Olifante pero en la delicada colección “Papeles de Trasmoz”, que con exquisitez diseñara el pintor y poeta Vicente Pascual. En los Papeles también han aparecido dos libros de Ángel Guinda –premio de las letras aragonesas en 2010–: Poemas para los demás y Espectral. Un libro completaría la nómina Olifante: la ya citada Yin, populosa antología de mujeres poetas que empieza a llenar una ausencia por desgracia explicable, la de la mujer en la historia oficial de la literatura aragonesa. Yin abarca el periodo 1960-2010 con más de sesenta nombres, algunos inéditos, entre los que hay muchas poetas con publicación reciente, por ejemplo Teresa Agustín, Marta Navarro, Olga Bernad, Cristina Járboles o Ana Muñoz. Uno, modestamente, añadiría a alguna poeta que completara el centón, que podrían haber estado y no están: Carmen Orduña, cuyo último libro, Acariciando el sur, publicó Huerga y Fierro; María Pérez Collados y su Diario de invierno editado por Nuevos Rumbos; y Ana Lacarta y La noche del armadillo en Cartoneritaniñabonita.
En “La gruta de las palabras” dirigida por Fernando Sanmartín, la presencia aragonesa ha tenido variados registros. Si partimos de 2008, las referencias aragonesas de aquel año son las de Julio José Ordovás y su exquisito Nomeolvides y la del no menos exquisito El pájaro y la piedra de Mariano Castro, un poeta secreto dotado de una hondura que debería ser más destacada. Hasta llegar a los últimos libros publicados, Del haz fúgido de José Luis Mallada y Lengua de mapa de Almudena Vidorreta, encontramos títulos de cuatro autores que se inscribirían en cuatro tradiciones distintas: Ortiz Albero, Javier Delgado, Juan Antonio Tello y José Luis Trisán.
Ignacio Escuín, capo de Eclipsados, representa la denodada y admirable apuesta por hacer de la poesía una forma de vida. Una estética de la existencia. Su editorial es un crisol de voces y ecos, siempre una suma de sentidos, un cúmulo de posibilidades, una tensión entre lo posible y lo imposible. En sus distintas colecciones han publicado poetas aragoneses, y asimilados, de toda altura y condición literaria. Desde el Papur del incuestionable Ferrer Lerín, que con su posterior Fámulo, editado por Tusquets, ha sido premio de la crítica, pasando por poetas claves en el panorama aragonés, sobre todo por su influencia en las nuevas generaciones, como Alfredo Saldaña con Humus o José Luis Rodríguez García con Voces en el desierto, hasta libros primerizos que rebosan entusiasmo. Muchos son los poetas que han publicado en una editorial con apenas cinco años de vida. Podríamos destacar el Cuaderno de sublevaciones de Pablo Lópiz, los Haikus de la casa de Emilio Pedro Gómez, Cinco días en agosto de Carmen Ruiz Fleta o Las esquinas de la luna de Luisa Miñana. Pero también hay que citar a Raúl García, a Sergio Ortas, ese poeta intenso llamado Puritani, a Julio Donoso –quien, como André Belladore, luego ha publicado Zaragoza-San Francisco (vuelo regular) en La herradura oxidada–, a Miguel Ángel Longás, Brenda Ascoz, Mario Hinojosa, Javier Ramón Jarne, Elvira Lozano, Eduardo Fariña, José Gabarre, Daniel Arnal o Fernando Sarría, autor de dos libros en Eclipsados, el último Todas las mentiras que te debo, y caso paradigmático de la pujanza de la poesía en el mundo de los blogs.
Fans irremediables como Escuin de la poesía son los editores y poetas Raúl Herrero y Octavio Gómez Milián, pero desde presupuestos bien distintos. Herrero con una sugestión más de alta cultura, con el paradigma de las vanguardias como punto de anclaje y el padrinazgo de autores tan determinantes como Arrabal y Fernández Molina. Las referencias aragonesas más recientes de Los Libros del Innombrable, la editorial de Raúl Herrero, han sido La cítara y La bahía de los diablos del veteranísimo Mariano Esquillor y La manzana y el vértigo de María Pilar Martínez Barca. Además, el Innombrable cuenta en su alineación titular con un delantero centro de primera división, Francisco J. Uriz y sus traducciones, que también son forma de escribir poesía, de ser en la voz de otro.
Octavio Gómez Milián, por el contrario, no distingue entre alta y baja cultura, raigambre fanzinera que le ha ayudado a acentuar el lado pop de la poesía, subiéndola a un escenario siempre que haga falta. Experimentos in da notte es su proyecto de rock recitado junto al músico Pablo Malatesta, el alzado sonoro de sus poemas, spoken word dicen las etiquetas. Pero además, decíamos, Octavio Gómez Milián es editor de una colección de poesía, “Resurrección”, afianzada con apenas diez títulos y descollando con algún libro que es notable revelación: Ángel París de Clara Santafé, Todos los lunes jazz de David Liquen o Cuando éramos reptil de Christian Peribáñez. Antonio Romero, Luis Antonio Puente, Carmen Ruiz Fleta, Marta Fuembuena y la última entrega de una poeta de consolidada trayectoria, Magdalena Lasala, completan su índice aragonés.
El último de los poetas editores que he mencionado es David Giménez, quien dialoga con América latina desde la periferia zaragozana. De ahí el desarrollo de un proyecto editorial cartonero, Cartoneritaniñabonita, que sigue los pasos de la Eloisa Cartonera bonaerense. Editor y poeta vitalista por encima de todo, entusiasta, arrebatado, amante de la cultura popular, el work in progress y el háztelo tú mismo, David Giménez representa a la perfección el estado plural de la poesía aragonesa, su multitud de puertas, la falta de prejuicios y autoridades, el papeles poéticos para todos. Con estas premisas inició su andadura editorial en Los libros del Imperdible con la publicación de Sí, estamos tristes, ¿y qué? de Cristina Pola e impulsó dos antologías de poetas jóvenes, Parque de atracciones –al cuidado de Octavio Gómez Milián– y Cuatro poetas que no son rusas. Y con estas mismas premisas dirige la Cartoneritaniñabonita donde han aparecido plaquettes de Dron Cadaver, José Domingo Dueñas y Marisa Lanca.
Este singular repaso a la poesía aragonesa más contemporánea se termina y sé que aún no he escrito una línea del patriarca de la poesía aragonesa, Rosendo Tello, ni de Emilio Gastón ni de José Verón Gormaz ni de Mariano Anós, ni del Candy Warhol y los Jueves poesía ni de la Casa de Zitas ni del refugio que es Antígona ni de Poesía para perdidos ni del Festival del Moncayo ni de la Casa del poeta ni de Ángel Pestime ni de José Luis Esteban y sus versiones, ni del rock and roll y la poesía, Gabriel Sopeña, Louisana o El hombre lento, ni de los Violadores del Verso y Xhelazz, ni de poetas nuevos como Enrique Cebrián Zazurca o Ramiro Gairín Muñoz o Héctor Pintado o Rafael Luna, ni de poetas sólidos como Enrique Villagrasa, Ricardo Díez Pellejero o Daniel Rabaneque ni de la poesía visual y pierre d.la y su poisson soluble ni de El Silbo Vulnerado y Luis Felipe Alegre. Ni de ti que seguro que estás leyendo y te echas en falta. Y podría haber recordado a Rolando Mix, a José Antonio Labordeta, a Sergio Algora. Siempre hay puertas que abrir, la vida de un lector.
(Publicado en Letras aragonesas, boletín bibliográfico del Centro del Libro de Aragón, número 12, abril , 2011. Y faltan más poetas, lo sé; perdonad la debilidad de mi memoria y que no haya estado lo suficientemente atento a todo lo que ocurre).