OLVIDOS CONSENTIDOS
(22 de mayo de 2011)
(22 de mayo de 2011)
Si ayer le hubieran preguntado a T. cuántas patas tiene una hormiga, o si tiene o no antenas, hasta pudiera haber dudado. Esta mañana no.
T. se ha pasado toda la noche soñando con hormigas. Ahora, todavía tumbado sobre la cama, puede recordar sin dificultad hasta el más mínimo detalle del insecto (potentes mandíbulas, garras ganchudas, ojos compuestos).
T. se ha pasado toda la noche soñando con hormigas. Ahora, todavía tumbado sobre la cama, puede recordar sin dificultad hasta el más mínimo detalle del insecto (potentes mandíbulas, garras ganchudas, ojos compuestos).
Está perplejo, o incluso puede que aún esté casi dormido. Confusamente piensa T. que su sueño no es el sueño de un adulto; sin duda está fuera de lugar, porque si todo fuera como debiera, un hombre nunca soñaría con hormigas, sólo los artistas y los niños lo hacen. Él hace años que ya las ha olvidado. A T. hace cientos de generaciones de hormigas que ya le han olvidado.
Ellas (las hormigas) y ellos (los niños) comparten universo, pertenecen a una misma realidad diminuta y lejana. Unos y otras habitan una distante y apartada existencia que los mayores, inmersos en su propia crisálida, ignoran. Ellos, los pequeños humanos, se pasan horas mirándolas fascinados. Agachados o en cuclillas, casi al mismo nivel la cara del hormiguero, las ven ir y venir, afanosas, aplicadas. Ellas, himenópteros de negro charol, arrastran de un lado a otro pesos increíbles, se entregan a encarnizadas batallas fraticidas, corren enloquecidas hasta adentrarse en el primer agujero que se topan.
Esos mismos niños, cuando se cansan de observarlas, aburridos las empujan con palitos, las atrapan en vasos de cristal, las inundan, las aplastan a pisotones. Esas mismas hormigas, cuando la noche envuelve con su aire tibio el jardín, avanzan en fila india hasta la ventana abierta, y suben con fiereza a las camas de las pesadillas de los niños, a los que potentes mandíbulas les hacen gritar despavoridos.
T. se despereza, los sueños se han quedado en la cama bajo las sábanas revueltas. Mientras se ducha piensa que es una suerte que a medida que crecemos nos olvidemos de jugar con las hormigas.
Tras la ventana cerrada, en el jardín, los hormigueros están en plena efervescencia. También sus habitantes prefieren que los humanos adultos juguemos a otras cosas.