(Texto leído en la entrega del premio de las Letras Aragonesas a Ángel Guinda)
Querido Ángel, quisiera que estas palabras fuesen en primera personal del plural, quisiera representar a los escritores y poetas aragoneses más o menos jóvenes que nos hemos aventurado en esto de las letras, con más o menos fortuna, en los últimos veinte años y a los que tu escritura personal e inclasificable ha servido de referente y diálogo. Tus libros están en las bibliotecas de muchos de nosotros. Te hemos leído, hemos disfrutado y hemos pleiteado con tus textos porque siempre llaman la atención y nunca evitan el conflicto. Y acaso sea lo mejor que le puede pasar a un poeta. En esto de escribir, decía Joseph Brodsky, no se acumulan experiencias sino incertidumbres, que son uno de los sinónimos de pericia. Una pericia de la que sabes tanto como el poeta ruso. “La poesía es una pregunta a todas las respuestas” escribiste en uno de tus aforismos.
Uno era poco más que un adolescente con vocación extraña por las letras y el mundo exagerado, la bohemia impostada y el acento irregular, cuando supo de Ángel Guinda. Fue un compañero de instituto, más leído que yo, quien me habló de un poeta aragonés que había sido llevado a juicio por escribir en una pared del café de la Infanta –que por entonces también nosotros visitábamos barbilampiños– un verso procaz sobre la revolución sexual que alguien pacato no quiso tolerar. Aquel gesto, que para ti tuvo notables consecuencias personales alejándote de Zaragoza, te convirtió en uno de nuestros héroes privados, alguien que cumplía los cánones que un recién llegado a los trasvases entre literatura y vida deseaba colmar: rebelde contra la pequeña burguesía y la sociedad biempensante, raigambre de escritor romántico contra la vida, poeta rozando los extremos a favor de la noche y sus misterios, atrevido, ácido, ávido. Un rimbaldiano de nuestra ciudad con el firme propósito de cambiar la vida y transformar el mundo. El mismo propósito que impulsaba nuestra arrogante vitalidad de entonces, y el mismo, sin ninguna duda, que impulsa la de ahora, eso sí, más comedida y atenta al detalle. Cambiar la vida, desafiar las reglas, acumular incertidumbres. Leerte fue cuestión de tiempo, el que tardaste en publicar Claustro, ese libro formidable que reúne tu poesía valida desde 1970 hasta 1990, el libro que quizá sea el que más quiero de los tuyos, el que más he releído. Hasta Claustro tus libros fueron para mí enigmas -La pasión o la duda, Entre el amor y el odio- y un artículo de Ángel Crespo que incidía en el malditismo que uno buscaba como alimento pero subrayando lo que no era. Luego la lectura y el conocerte han desmontado ese repiqueteo de poeta maldito, legendario torrente de nocturnidad, sólo biógrafo de la muerte. Ahora uno sabe que Ángel Guinda es un hombre que escribe poesía y regala transparencia, cariño, curiosidad, anécdotas, sentido del humor, chanzas si hacen falta, chascarrillos literarios, intensidad por vivir. Intensidad, esa es la palabra. Intensidad en la persona y en la poesía, versos que asaltan enseguida.
Un ejemplo intenso de Sazón, escrito a finales de los ochenta: “… La belleza consiste/ en haber esperado ver lo transparente/ a través de alguien o algo,/ ver lo atravesado en la mirada que se mira.” Uno siente y se descoloca después de esto. Intensidad y luego calma. Poner los ojos y los oídos y la atención y estar ahí. Y otro ejemplo de La ciudad interior, “Arquitextura”, un poema que es la poética de Ángel Guinda, de lo que escribía entonces y de lo que escribe ahora: “Escribo contra la realidad,/ no sobre ella. La poesía/ es una rebelión. El poema/ soy yo fuera de mí, el mundo/ que me invade haciéndome/ estallar.” También podría haber recordado algún fragmento de tu último libro, Espectral, libro de fantasmas que convoca los símbolos que han de repetirse: el crepúsculo, el tiempo en fuga, el viaje interior, el espacio discursivo que rige esa muerte tantas veces aludida en tu poesía, lo otro que también somos, máscara y pulsión que recorre la historia de la literatura desvelándola allá donde no está.
Me gustaría terminar estas palabras sin perder el punto de vista de la primera persona del plural. Que el uno con el que escribo sirva como un nosotros.
Hasta hace bien poco guardaba montones de periódicos, suplementos de cultura de los más diversos diarios, artículos sueltos en páginas viradas al amarillo, al crema o al color de los huesos. Hasta que un día uno reconoció, no sin pesar, que la vida moderna de mudanzas e inestabilidad no se acompasaba del todo bien con la logística de materiales pesados y comenzó a llevar al contendor azul bolsas llenas de tesoros particulares que sólo parecían relumbrar ante mis ojos. Cuando supe que hoy tendría que decir algo de cómo nos hemos contagiado de tu pasión por la vida y la escritura, en lo primero que pensé fue en uno de aquellos recortes. Un recorte del Periódico de Aragón, del suplemento La Cultura, año 1994: tu Manifiesto de la Poesía Útil. Uno estaba por entonces en la facultad de Filosofía y Letras enfrascado como no lo ha vuelto a estar en lecturas de poesía española contemporánea de aquí y de allá: la preciosos pliegos de creación Malvís de un lado, la nueva sentimentalidad de otro; las editoriales Olifante o Ave del Paraíso de un lado, la poesía de la experiencia de otro; los Novísimos de un lado, Las voces y los ecos de García Martín de otro; el canon oficial de un lado y todos los extraviados, donde siempre te han incluido, de otro. Leer como si fuera un campo de batalla. Unos frente a otros y la poesía en medio. Un leer bélico y poco hedonista, con el riesgo de perder esa referencia tan radical que es la vida en el trasiego. Luego cualquiera se da cuenta –o debería– de que no es para tanto conflicto. Y esta ciudad, Zaragoza, en cuanto a lo poético, ahora es ejemplo de ese cambio. Aquí escribimos cada vez más y cada vez más distinto y no hace falta odiarse ni destacar la diferencia como falta de sentido. No, cada cual que viva el hecho poético como quiera, como pueda, como deba, como sepa; que lo intente, que se equivoque, que acierte, que disfrute. Y uno piensa que aquel Manifiesto por la poesía útil también ha tenido algo que ver con este cambio. Y aunque Ángel Guinda tampoco escapó del vaivén histórico y literario y en el primer párrafo del manifiesto arrea estopa, en el segundo da en el centro de la diana. Muchos de ustedes conocerán ese manifiesto pero no me resisto a leer de nuevo qué es la poesía útil para Ángel Guinda, y para tantos de los poetas que juntamos letras los últimos años:
“(…) Defendemos una poesía útil que, además de objeto de belleza, sea sujeto de conducta. Que sirva al ser humano: moralmente, para vivir; culturalmente, para ensanchar y afianzar su saber; y estéticamente para gozar. Una poesía que tenga los pies en las nubes pero la cabeza en la tierra, comprometida con el destino de las mujeres y hombres de su tiempo (…)”.
Palabras que son aviso para navegantes. Aquel pedazo de periódico que ahora se rastrea en internet sirve de brújula para el territorio poético de la poesía aragonesa más reciente. Y es a ti a quien debemos dar las gracias, por ser el poeta que eres, por tu generosidad de poeta bueno y no maldito.