Pieza no tan breve


La exquisita editorial errata naturae publica dos libros del escritor Julián Rodríguez (también editor de Periférica, otro catálogo de tesoros) con los que inicia un ciclo que el autor ha denominado “Piezas breves”. Libros híbridos que conjugan la memoria del escritor con los artificios propios del narrar, libros ajenos al decir cotidiano pero que dicen lo cotidiano –qué pensará tu hermano de lo que has vivido, qué habrá sido de ella, qué habrá sido de nosotros– libros que anotan la pulsación de la vida, de los altibajos y remontes, del estar y desaparecer de los instantes y los sentidos. Libros sobre el querer, el dolor, el ir hacia dentro de uno mismo, el ir hacia fuera, dos formas de narrar el origen de lo que somos, de lo que estamos siendo. Libros que retratan la vida y dan profundidad de campo.

Estas dos “Piezas breves” se titulan Tríptico y Santos que yo te pinté y son primas hermanas –más primas que hermanas– de Unas vacaciones en la miseria de los demás y Cultivos, los dos títulos anteriores que Julián Rodríguez convoca bajo el epígrafe “Piezas de resistencia” y que tuvieron un eco crítico considerable, situando la literatura de este escritor ante el foco que merece. Pero la literatura de Julián Rodríguez ya tenía una voz sólida antes de esos libros. Sus textos, su punto de vista, su narrar con imágenes, con suspensiones y elipsis, su riesgo estilístico, su llamada constante a la atención del lector, un lector que mira mientras lee, estaba en Lo improbable y en las nouvelles de La sombra y la penumbra, incluso en sus dos primeros libros, Nevada y Mujeres, manzana, los dos del año 2000, y que también ha agrupado en 2010 bajo el título Antecedentes, aquellos libros donde los mejores amigos eran mujeres, en los de ahora también, aunque de otra manera. Y es que Tríptico y Santos que yo te pinté son textos que Julián Rodríguez dice que ha escrito y reescrito desde finales de los noventa hasta la actual publicación. Por lo tanto, al menos el inicio cronológico de las palabras, de los silencios y de las ideas es contemporáneo. Además en Tríptico sí que hay un tono común. Pero la cualidad de Santos que yo te pinté, a mi juicio, es radicalmente diferente.

En aquellos textos, los primeros, la escritura era más transparente y con menos riesgo, menos objeto de lo que es ahora. Por decirlo de otra manera: entonces había más estilo directo y ahora predomina el indirecto, tanto en Tríptico como en Santos que yo te pinté. Decía Blanchot que escribir ya no es describir lo real porque la consistencia misma de lo real se ha desvanecido. Y añadía: no porque el sujeto haya perdido su consistencia o sea un cadáver, sino porque ha prestado autonomía a la escritura y ésta es un motor de imprevisibles consecuencias. Esto es lo que se aprecia en la evolución literaria de Julián Rodríguez: de una descripción de lo real a una autonomía de la escritura. Pero no se trata de un cambio de una a otra. Libro tras libro su literatura muestra una tensión entre ambos polos, la descripción de lo real y la escritura de lo real. Acaso donde mejor se aprecie sea en las “Piezas de resistencia”. Y sin ninguna duda en Santos que yo te pinté, un texto extraordinario en el que la escritura se superpone a la imagen de la realidad, creándola y recreándola. Con imprevisibles consecuencias, como decía Blanchot, ésas que permiten un sentido verdadero gracias al despliegue de la imaginación y su aparente desorden.

Eso sientes al leer Santos que yo te pinté. Las imprevisibles consecuencias de la imaginación, de la escritura. Cerrar los ojos y dejar que nos asalten las imágenes –igual que dice la leyenda que ocurre cuando uno muere; lo más importante de la vida pasa ante los ojos como en una desordenada sucesión de filminas– luego escribir, empezar con un “¿Qué te decía?” y que la respuesta sea sólo escritura, imprevisible consecuencia, un solo párrafo desde la página 11 hasta la 57, un monólogo interior en el que se diluye el espacio y el tiempo, en el que una voz se descubre en distintas voces, en la mía, en la tuya, en la de él, en la de ella. La voz de quien propone hacer una lista con los deberes queunonopuededejarenelolvido, la voz que quiere regresar a casa e interpela a su hermano y recuerda a sus padres, la voz de quien está en un barco portacontenedores y habla, se habla, con un portugués que gasta su misma talla, la voz de quien se ducha en un hotel con yonkis en la puerta y en la ducha cierra los ojos y la recuerda a ella, se recuerda con ella y a ella le da la voz y sueña y está en un restaurante, en un cementerio, en un lago, en un sueño, la voz que sueña dentro del sueño y recuerda quién era, quién es, recuerda que hacía frío, que llovía. La voz 1, la voz 2, la voz 3, la voz. “Era como una memoria que iba deshilachándose y de cada hilo yo sacaba una historia, como un recuerdo, como si un schock los hubiera puesto en primera fila”. Sin embargo, otra pregunta que es premisa: “¿tanta voz para qué hombre?”

“Santos que yo te pinté, demonios se tienen que volver” cantan Los Planetas en el estribillo de la canción que Julián Rodríguez toma para titular su libro. “¿Qué te decía?”, así, recordemos, comienza el libro. La respuesta serán los demonios. El hombre y sus demonios. Escribir. “Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará” escribió Marguerite Duras, a quien Julian Rodríguez reconoce como influencia, en su inolvidable Escribir. Los demonios, las imprevisibles consecuencias, la escritura salva a ese hombre que cierra los ojos bajo la ducha, que es y no es el autor del libro que leemos.

Las “piezas de resistencia” son abiertamente anotaciones de dietario de un personaje que, más bien poco camuflado, cualquier lector identifica con el propio escritor, al menos con ese personaje que se autorretrata en la escritura; en las “piezas breves” estamos ante un personaje similar pero inscrito y escrito en un discurso distinto. No se trata sólo de una anotación de la vida, de su discurrir, en Santos que yo te pinté la duración es un instante, la brevedad de lo que ocurre y se prolonga en profundidad: la escritura es un cerrar de ojos y hacer recuento de las imágenes. Imágenes, sueños, recuerdos. Recuerdos dentro de imágenes, sueños dentro de recuerdos. Santos que yo te pinté no es una pieza tan breve, acaso en el número de páginas, pero tiene hondo recorrido, el de un hombre que se muestra y hace aparecer demonios. Sinceridad perfecta, contemplación y, lo recuerda Julián Rodríguez al final de su nota, también una forma de oración: “decirte a ti mismo la verdad”.

Santos que yo te pinté, Julián Rodríguez, errata naturae, 2010.

Reseña publicada en la revista Turia 97-98, número con un nutrido cartapacio dedicado a Mario Vargos Llosa coordinado por Fernando Iwasaki y con el tesoro magnífico de once poemas de Marcel Proust traducidos por Mauro Armiño: "En mi cabeza tuve un achacoso pájaro extraño/ Que mejor cantaba que las fuentes, que los bosques/ -Cuyas solemnes voces sin embargo amábamos-,/ Pájaro melancólico y a veces risueño".