Me abrazo a él y me acuna, con su pecho retumbando en mis oídos, hasta caer como ruinas muertas. Hasta el amanecer. Entonces me mira y finjo que aún duermo. Ya no me acaricia ni me besa en los labios. Rehuye mi aliento séptico. El hombre que ha dormido a mi lado, se levanta de la cama con la boca pastosa, con el pene fláccido. Abre el grifo de la ducha. Oigo su tos, sus arcadas. Mi cerebro es una esponja que me oprime las paredes del cráneo. Mi estómago una cloaca. Mi sexo un animal disecado. Me aprieto los ojos con las manos. Los hundo en sus cuencas hasta hacerme daño.
No sé cómo se llama el hombre que ha dormido a mi lado. No se lo pregunté y él tampoco me lo dijo. No es guapo, ni sexy, ni tiene un cuerpo de estatua griega, esos son caprichos de gourmet. Me gustó porque bebía solo y fumaba tabaco negro.
¿Me invitas a una copa? - le dije.
Compartimos una botella. Y luego otra. Un beso en un callejón sin luces, una pensión de paredes desconchadas y un catre con olor a peces muertos. No hubo sexo. Sólo caricias torpes y un abrazo a medianoche. El hombre que ha dormido a mi lado, sale de la habitación sin despedirse, arrastrando los pies como un zombi. Vomito sobre la almohada. Crujo como una hoja seca. Cuando huimos de la soledad, lo peor es la resaca.
Andrés Portillo
Ilustración by Miguel Ángel Martín (original de la portada de Resaca/Hankover).