VENECIA EN VIERNES
(13 de marzo de 2011)
Tras el día agotador, Marco sólo piensa en sumergirse en la blandura del sillón y entregarse a la televisión dispuesto a ver cualquier cosa, le da igual, siempre que sea “lo que le echen”.A esas horas del día, de la noche ya, no está por la labor de ponerse a pensar que le gustaría ver. Los Informativos, aunque siempre acaba por costumbre deteniéndose en ellos, últimamente no le han ayudado mucho a quedarse “sondormido”, que es al fin y al cabo lo que más, lo único, que le apetece…
Marco, más intranquilo de lo que en él es habitual se acerca a la ventana. Fuera comienza a llover y es viernes. La ciudad crepita de carnaval; hasta el salón llega amortiguado algún eco de los pasacalles, alguna risa de los enmascarados.
El gato está tumbado sobre el alfeizar y apenas hace un remedo de desperezarse cuando el hombre se aproxima. Cebado, encogido casi como un globo afelpado, le mira. Se miran. Estás ya casi tan feo, tan gastado como yo, amigo, piensa el humano, piensa el felino.
Al lado de la ventana, también asomándose a la calle, cuelga la jaula. Le parece que aquel único periquito –antes eran pareja, azules, gritones, escandalosos los dos- tiene la mirada enredada más allá de la noche, en los cristales fijamente, sorteando apenas los alambres verticales. - Estás ya tan viejo, casi tan desbaratado como yo, amigo, le dice mientras descubre la imagen –la del volátil y la de su propio perfil– reflejada.
Fuera la lluvia fina es ya aguacero; marzo bordeando la primavera hace fluir el agua por las calles. Se oyen gritos, risas sofocadas, pasos rápidos chapoteando sobre el río simulado, corren figuras estrambóticas hasta los porches cercanos, disparatados seres se escabullen por las esquinas protegiéndose apenas con sus manos enguantadas.
Junto a la acera la boca del desagüe engulle un antifaz amarillo, sorbe papel de serpentinas rojas... por momentos se atraganta con un gran sombrero de alas plateadas. Tan fugaz como palpable, en medio del torbellino detenido del agua, mira desde el suelo a su ventana el rostro fantasmal de una mujer –ojos ambarinos, largos cabellos escarlatas–. Estás casi acabado, amigo, ven conmigo, alcanza a oírla antes de que plata, ámbar y granates prendidos desaparezcan engullidos por la alcantarilla. Ríos nocturnos lamen ahora la ciudad.
Ha parado de llover. Marco vuelve al sillón, se sumerge, al fin, en su blandura y duerme tal vez un sueño. La noche es negra y el viento la única voz que llega desde la calle.