La historia es la siguiente: Lucius Priest[1] cuenta, cincuenta y seis años después (esto es, en 1962, año de la publicación de la novela), el viaje que emprendió con Boon Hogganbeck y Ned McCaslin a Memphis en el coche, un último modelo de 1905, del abuelo de Lucius. El abuelo marcha con la familia a un entierro y a Boon se le ocurre tomar prestado el automóvil para irse de putas y volver a tiempo de que nadie se entere de la sustracción. Pero con ellos va, agazapado, el negro Ned, a quien descubren por razones, digamos, escatológicas. Sin embargo, cuando llegan a su destino (las putas, todo ello contado con una mezcla de retranca e inocencia por un Lucius ya viejo), a Ned se le ocurre cambiar el coche por un caballo, con la idea de ganar una carrera, con sus apuestas correspondientes, y liberar el coche a tiempo de que nadie se entere.
Un buen resumen de la trama nos lo da el propio Faulkner en la página 332 de la traducción española. “¿Qué sentido tenían tantas molestias y tanta ansiedad? Camuflar y disfrazar a Lightning (el caballo) a medianoche para atravesar el barrio de peor reputación de Memphis y llevarlo a la estación de ferrocarril; utilizar sin escrúpulos un combinado de encantos femeninos y nepotismo para secuestrar un furgón del sistema ferroviario y trasladarlo a Parsham; y no digamos nada de todo lo demás: tener que vérnoslas con Butch, el diente de Minnie, la invasión y el atropello del hogar del tío Parshham y la falta de sueño y (sí) la morriña y (en mi caso, también) la ausencia de una muda para poder cambiarme de ropa; todo aquel esforzarse y forcejear y trampear para celebrar una carrera con un caballo que no era nuestro, a fin de recuperar un automóvil que no teníamos por qué haber tocado como primera providencia, cuando bastaba con enviar a una de las personas de color de la familia para que lo trajera”.
Los que se guían por los resúmenes y las solapas piensan que The reivers es una novela sobre automóviles (“el inevitable destino mecanizado, motorizado de los Estados Unidos de América”), cuando en realidad se trata de una novela sobre caballos y mulas, sobre todo mulas, de las que Faulkner escribe un par de encendidos elogios, tal y como hiciera en Sartoris (debería ir compilándolos para juntar una especie de Faulkner on mules), y gracias a las que Ned gestiona sus apuestas, puesto que desde el primer momento se dio cuenta de que ese penco inútil, Lightning, tiene el mismo discernimiento que su mula, y también le gustan las sardinas.
A partir de ahí, uno va disfrutando de opiniones citables, chistes, chácharas multitudinarias, un fluido discurrir que con frecuencia, en medio del placer que produce leerlo, genera dudas razonables de a dónde quiere Faulkner ir a parar con semejante comedia tumultuosa. En cierto modo, el putiferio de Memphis es como la venta del Quijote: todos aparecen y desaparecen, se descubren y se encubren. El propio narrador hace de Quijote desde el momento en que trata a las colipoterras con toda consideración, e incluso se enamora de una, Everbe, y provoca los celos del bruto de Boon, que casi mata a Butch por haber llamado puta a la que ya considera su esposa.
También podríamos ver la novela como un relato iniciático. Es el propio Lucius quien habla de pérdida de la inocencia, mientras su versión en negro, el joven Otis, se dedica a robar un diente de oro a la prostituta Minnie. En cierta ocasión, la madama se queja incluso de que hayan traído niños al prostíbulo, uno para robar y armar camorra y otro para guiar a las prostitutas a la redención, como es el caso de la propia Everbe.
Y eso es todo. Lucius lucha contra la No-virtud (“si la gente no se negara, con rapidez y firmeza, a pensar en el lunes siguiente, la Virtud no tendría por delante una tarea tan dura y tan desagradecida”) en medio de un bosque de minuciosidades aparentemente irrelevantes y, en ocasiones, ciertamente irrelevantes. Pero el gran personaje de esta novela es Ned, un criado negro que, después de leer Sartoris, recuerda a Simon en su sagacidad un poco surrealista, su capacidad para salir bien librado de las situaciones más embrolladas y su curiosa forma de dopar caballos, a base de sardinas. Es Ned quien formula la poética de la novela entera: no se trata del dinero que puedas ganar con la carrera sino de ganar la carrera; no se trata del provecho sino del proyecto. El narrador, Lucius, es fiel a esta enseñanza, más que el propio Ned, que acaba apostando contra su propio caballo. Pero incluso es fiel el propio Faulkner, para quien la carrera es la propia novela, según se deduce de fragmentos como este: “Sólo sabía que no lo había hecho por dinero; que el dinero habría sido lo último de todo; que una vez que lo habíamos empezado, yo tenía que seguir adelante, terminarlo, Ned y yo solos aunque todos los demás hubieran abandonado; era como si sólo logrando que Lightning corriera y que llegara el primero pudiéramos justificar (no evitar las consecuencias, tan solo justificar) todo lo sucedido”. Es decir, la propia novela, escrita con la maestría del escritor que va sobrado, pero también con la duda razonable de quien no cree ya en más motor narrativo que el puro placer de narrar.
[1] Para no enredarse con la genealogía de los personajes, lo mejor es consultar una página como esta: http://www.mcsr.olemiss.edu/~egjbp/faulkner/glossary.html