La voz de Javier Lostalé



A Javier Lostalé uno lo conoció en su voz. Durante muchos años fue la voz de “El ojo crítico”, el programa cultural de RNE. Una de esas voces con tanta distinción que consiguen que olvidemos que hay un cuerpo detrás. Luego Javier Lostalé formó tándem con Ignacio Elguero en otro programa de difusión cultural, “La estación azul”, éste dedicado exclusivamente a la poesía. Por entonces, uno, no sólo le había puesto cuerpo a la voz, sino que sabía que Javier Lostalé tenía una obra poética de primer nivel, en la senda del Valente más luminoso, del Gamoneda menos roto o del Brines más sensorial.

Javier Lostalé es uno de esos poetas cuidadosos y serenos, atentos al detalle, que nunca ha caído en premuras y excesos. Seis títulos jalonan una trayectoria poética de treinta y cinco años que sólo se puso en marcha cuando los mimbres estaban bien perfilados. El magisterio de Vicente Aleixandre, un acendrado poso rilkeano, cierto tono de Juan Ramón Jiménez, la lectura de contemporáneos y compañeros en el mismo o parecido viaje. Jimmy Jimmy (1976), Figura en el paseo marítimo (1981), La rosa inclinada (1995), Hondo es el resplandor (1998), La estación azul (1998-2001), todos reunidos en 2001 como La rosa inclinada. Los libros justos, nada sobra. Leerlos descubre una acusada personalidad poética marcada por las ideas más sustanciales y determinantes en la historia de casi todo: verdad, bondad y belleza. Y en su último libro, Tormenta transparente, publicado por la editorial Calambur con su habitual elegancia, no podía cambiar el rumbo. Mantiene esa tensión, con el amor como desencadenante principal. Pero no un amor carnal, sino una idea de amor, siempre inédita, que se prolonga en ese espacio privilegiado que es el poema, entre los sentidos y la emoción, entre la escritura y lo no dicho.

“Todas las noches de tormenta/ se abren las esclusas de tu memoria (…) Sin moverte respiras entonces/ el misterio primero” leemos en “Parálisis”, uno de los poemas de Tormenta transparente. Versos que condensan la poética de un autor que entiende la poesía como temblor lírico, como arranque de un no sé qué, ese misterio primero, entre la contemplación y la memoria. La poesía se desvela. Hay que estar atento a lo que ocurre. Una noche de tormenta que es uno mismo. Un paisaje emocional, transparente para ser visto, transido de esa vida que la escritura constituye. “Escribo porque me salva, porque es lo único que me queda, porque fija un sonido, unas luces, el final de un acto de amor, el escenario de unas horas de deseo”, confesó Javier Lostalé en el conmovedor poema con el que abría La rosa inclinada. La escritura poética como sentido, como umbral, como posibilidad, como deseo, aunque sea engaño, aunque sea ruina, ceniza. “Escribo porque nunca fue más bello el engaño” terminaba su confesión el poeta. Y cierra su magnífico Tormenta transparente con estos versos: “El horizonte de este poema/ es ya, amor, tu misma lumbre sostenida,/ el resplandor de tu ceniza./ Y el escribirlo ha sido, amor, sellar contigo mi único destino”. El resplandor de la ceniza, ahí también; la poesía de una de las voces más notables de la lírica española contemporánea.

(reseña publicada en el suplemento Artes y Letras de Heraldo de Aragón el 24 de marzo de 2011)