Las ruinas de la ermita de San Adrián se hallan a dos mil metros de altura, lo que probablemente convierte a esta ermita en la situada en el punto más elevado de todo nuestro Pirineo. Por encima incluso de los restos de las ermitas románicas de los antiguos hospitales de Santa Cristina, en Canfranc, o de Gorgutes, junto al actual hospital de los Llanos en Benasque.
En los últimos años, con mis amigos del Centro Excursionista de
Hace unos años, la limpieza de sus contornos permitió distinguir con claridad el perímetro y una parte de los muros de esta antigua ermita medieval de estilo románico. Es en su cabecera donde pueden observarse cinco o seis hileras de sillares algo toscos pero bastante bien alineados que configuran la parte mejor conservada de la construcción. Con su ábside preceptivamente orientado al este, se trata de una nave rectangular, de la que se conserva también una pequeña ventana orientada al sur. Junto a la ermita manan las aguas siempre heladas y terrosas de la llamada fuente fosca o fuente de la iglesieta. A medida que ascendemos por la canal de San Adrián, podemos observar con mayor perspectiva la silueta perimetral de la vieja ermita.
Según la documentación medieval recogida por el padre fray Ramón de Huesca en su “Teatro histórico de las iglesias del reyno de Aragón” de 1807, fue Gaufrido, obispo de Roda-Barbastro entre 1135 y 1143, quien en el año 1140 consagró la iglesia de San Adrián en las elevaciones del monte Turbón. El templo habría sido construido por un monje ermitaño llamado Pedro que, en 1138, habría llegado desde el monasterio de San Victorián de Asán para santificar estas elevadas tierras, que probablemente tuvieran ya entonces fama de ser frecuentadas por las brujas. El cronista foncense decimonónico Joaquín Manuel de Moner y de Ciscar cree que el ermitaño Pedro había sido antes abad de San Victorián y considera, estirando algo las fechas de la guerra contra los musulmanes, a este escondido reducto como una Covadonga ribagorzana. El excursionista rotense Pedro (o Pere) Pach señala, en un artículo publicado en Barcelona a principios del siglo XX, que nadie antes se había atrevido a vivir en un sitio tan frío e inhóspito durante todo el invierno y que se contaba que, paradójicamente, los cánticos y las oraciones del anacoreta eran confundidos por quienes los oían con voces y lamentos de brujas y demonios.
Como se ha dicho, una talla gótica de madera, procedente de esta ermita y probablemente originaria de la segunda mitad del siglo XIV, se encuentra hoy en el museo diocesano de Barbastro, tras permanecer largo tiempo y hasta hace unas décadas en la iglesia parroquial de Llert. De factura muy popular, suponemos que representa a San Adrián más por el nombre de la ermita de procedencia que por ningún motivo iconográfico que nos permita asegurarlo. Del catálogo de la exposición Lux Ripacurtiae II, dedicada al arte sacro medieval y celebrada en Graus en 1998, transcribo esta precisa descripción de la talla escrita por don Manuel Iglesias Costa: “La talla en aceptable estado de conservación, pese a algún indicio de haber estado expuesta al fuego, se muestra en posición erguida portando el libro de los evangelios en su mano izquierda. Su mano derecha, hoy desaparecida, pudo estar en actitud de bendecir o sosteniendo algún atributo. La figura cubre su cabeza con un bonete azul enriquecido con elementos dorados, y viste casulla color salmón sobre alba verde que no llega a cubrir los pies calzados con zapatos puntiagudos. Estos hábitos sacerdotales aparecen ornados con una decoración dorada a base de corazones enlazados y grecas realizada mediante plantillas. Todo ello parece fruto de algún repinte posterior que debió transformar su policromía original, de la que se vislumbra algún resto de dorado. A esta escasez de detalles iconográficos, se suma una notable sencillez de recursos plásticos. Los finos labios, el somero tratamiento de ojos y cejas, la barba sin bigote, como único rasgo individualizador, y la media melena de cabello negro confieren a su rostro una expresión severa a tono con su posición hierática y evidente frontalidad. Todo ello, unido a la indumentaria, le imprimen un cierto aire oriental. Tan solo la leve insinuación en su casulla de los pliegues en forma de V aportan un tímido naturalismo.”
A las ruinas de la ermita de San Adrián en el Turbón se puede llegar desde
Carlos Bravo Suárez
Imágenes: Ruinas de la ermita de San Adrián en el Turbón, las ruinas vistas desde lejos -dos fotos-, la canal de San Adrián con los restos de la ermita a la derecha, la cara norte del Turbón y la talla gótica de San Adrián conservada en el museo diocesano de Barbastro.
Artículo publicado en Diario del Alto Aragón.