Mil violines

Comienzo de Agosto en Ateca, piscina y bicicleta, como si uno tuviera veinte años y realmente creyera en el futuro del mundo. Leo “Mil Violines”, el último libro de Kiko Amat y me despojo de prejuicios: creo en el pop como mecanismo de salvación. Kiko Amat es fanzinero, coleccionista de vinilos y presume de llevar la ropa sin demasiadas arrugas. Yo le creo. Más que en el juego de espejos de las bolsas, saturando incómodamente la semana de números y porcentajes. Las canciones como metáfora del recuerdo instantáneo (sería contraproducente incluir aquí a magdalena de Proust), como también lo son las carreras ciclistas, el calor acumulado en el coche cuando vuelves de la piscina o la sensación de pesadez tras una comida excesivamente copiosa. Vuelvo a Kiko Amat, estirpe de los amantes del objeto, de la emoción de lo analógico, que elevan las cintas de cassette paternas a auténticos pilares de la educación emocional. Creo en el tecnopop, en el yeyé y el tropicalismo, no creo en la furia acumulada en los salones, en el fuego saliendo de las vidrieras ni en la portada del Marca. Creo en los botines relucientes, las manoseadas novelas de Orson Scott Card, abandonar la cuenta de Twiter unos días, escuchar la radio solo al punto de la mañana y antes de dormir. Leo a Kiko Amat, catalán de Sant Boi y anglófilo como sólo lo pueden ser los “angrymen” patrios de finales de los ochenta, y habla de Los Negativos y The Jam, del pop en su acepción popular (no chabacana, popular) y entonces, tratando de no mojar con agua clorada el periódico, en las noticias hablan de Brixton y claro, revuelvo entre las cintas y pongo London Calling de los Clash, llego a “Guns of Brixton” y el círculo se cierra. Muertos de hambre robando televisores de lujo y policías de gatillo fácil. Es complicado montar la revolución si no hay un enemigo claro. Todo lo anterior, claro, por no hablar de la visita del Papa.



Columna aparecida en el Heraldo de Aragón del 11 de agosto de 2011