Leo en la nota de la contraportada que la obra literaria de Joaquín Sánchez Vallés “se centra fundamentalmente en la poesía, género del que ha publicado una docena de libros y por el cual ha recibido numerosos premios. Como narrador, es autor de dos novelas: “La ciudad junto al río”, finalista del premio “Azorín” (1990); y “La costa de las perlas”, premio “Francisco Ayala” (1997).”
Motivos suficientes para tener interés en leer los relatos que componen este “El hombre-lobo de Huesca”. Motivos más que suficientes para esperar encontrarme con buena literatura entre sus páginas.
Y tal vez por esa expectativa creada la decepción haya sido mayor. Tal vez porque esperaba, con esos antecedentes, encontrarme con unos relatos escritos en serio y con lo que realmente me he encontrado es con un divertimento, con un poeta y novelista que se toma el relato como un género menor, un pasatiempo, un desahogo, una gracieta.
Una recopilación de ocasión, un libro en donde se han metido esos escritos que el novelista premiado guarda en la carpeta de “varios” y nunca supo qué hacer con ellos, gamberradas de borrachera y resaca, experimentos híbridos de teatro y cuento humorístico, un relato escrito por encargo para una publicación de la Diputación, un relato presentado a un concurso y otro con dedicatoria familiar.
“El hombre-lobo de Huesca” podría comprenderse y tendría sentido si fuera lo que no es, un libro de textos inéditos editado como un homenaje póstumo, un libro de relatos que se entendiera como la literatura menor, dispersa e insólita, de un escritor y que formara parte, en último anexo, de su obra completa.
Pero a pesar de todo eso, y tal vez por tratarse de un escritor experimentado y de larga trayectoria, me encuentro al repasar el libro para escribir esta reseña con algunos párrafos subrayados. Me encuentro con retazos, momentos de cierto interés, relatos escritos en general con corrección, oficio y, sobre todo, buen humor. Pero yo, que esperaba encontrarme con el poeta deambulando entre líneas y sombras y al novelista levantando castillos de piedra arenisca, me he tropezado con un escritor que escribe por compromiso administrativo o de amistad para salir del paso y salvar el nombre, a un escritor con ganas de divertirse y que considera al relato como un juego intrascendente y banal, una zarzuela bufa, un cajón de sastre en el que cabe todo y todo vale sin autocrítica ni orgullo.
Pero entre toda esa decepción me encuentro una historia con nombre de ciudad que me hace sentir la melancolía del desterrado; un relato sobre esa infancia que recuerdo hecha de petardos y cohetes de varilla, casetas de tiro con escopetas de perdigones, palillos y paquetes de tabaco; un despertar al sexo en aquellas viejas cintas de VHS en las que se anticipaba -por comparación -nuestra próxima mediocridad; y, sobre todo, me encuentro con “La tertulia” un relato que se salva entre tanta bagatela y que es un retrato, fiel e irónico, de este universo y sus estrellas, planetas y satélites, que llamamos literatura. Poetas de esa edad que escriben poesía sin más intención que explicar un sentimiento que quema la piel y las entrañas. Poetas ocasionales y aspirantes a poetas que acuden a las tertulias literarias para descubrir lo rápido que caen los mitos; que cambian lo idílico por lo humano y sus impurezas, el arte por el ego, las camarillas, la envidia y la bilis típicas de un plató de televisión; que saben, perdida la inocencia, de libros publicados a cambio de una contraprestación; que alguno/a sabe que para llegar a ser escritor/ra ayuda –y mucho- saber lo que se quiere y el camino para alcanzarlo.
Motivos suficientes para tener interés en leer los relatos que componen este “El hombre-lobo de Huesca”. Motivos más que suficientes para esperar encontrarme con buena literatura entre sus páginas.
Y tal vez por esa expectativa creada la decepción haya sido mayor. Tal vez porque esperaba, con esos antecedentes, encontrarme con unos relatos escritos en serio y con lo que realmente me he encontrado es con un divertimento, con un poeta y novelista que se toma el relato como un género menor, un pasatiempo, un desahogo, una gracieta.
Una recopilación de ocasión, un libro en donde se han metido esos escritos que el novelista premiado guarda en la carpeta de “varios” y nunca supo qué hacer con ellos, gamberradas de borrachera y resaca, experimentos híbridos de teatro y cuento humorístico, un relato escrito por encargo para una publicación de la Diputación, un relato presentado a un concurso y otro con dedicatoria familiar.
“El hombre-lobo de Huesca” podría comprenderse y tendría sentido si fuera lo que no es, un libro de textos inéditos editado como un homenaje póstumo, un libro de relatos que se entendiera como la literatura menor, dispersa e insólita, de un escritor y que formara parte, en último anexo, de su obra completa.
Pero a pesar de todo eso, y tal vez por tratarse de un escritor experimentado y de larga trayectoria, me encuentro al repasar el libro para escribir esta reseña con algunos párrafos subrayados. Me encuentro con retazos, momentos de cierto interés, relatos escritos en general con corrección, oficio y, sobre todo, buen humor. Pero yo, que esperaba encontrarme con el poeta deambulando entre líneas y sombras y al novelista levantando castillos de piedra arenisca, me he tropezado con un escritor que escribe por compromiso administrativo o de amistad para salir del paso y salvar el nombre, a un escritor con ganas de divertirse y que considera al relato como un juego intrascendente y banal, una zarzuela bufa, un cajón de sastre en el que cabe todo y todo vale sin autocrítica ni orgullo.
Pero entre toda esa decepción me encuentro una historia con nombre de ciudad que me hace sentir la melancolía del desterrado; un relato sobre esa infancia que recuerdo hecha de petardos y cohetes de varilla, casetas de tiro con escopetas de perdigones, palillos y paquetes de tabaco; un despertar al sexo en aquellas viejas cintas de VHS en las que se anticipaba -por comparación -nuestra próxima mediocridad; y, sobre todo, me encuentro con “La tertulia” un relato que se salva entre tanta bagatela y que es un retrato, fiel e irónico, de este universo y sus estrellas, planetas y satélites, que llamamos literatura. Poetas de esa edad que escriben poesía sin más intención que explicar un sentimiento que quema la piel y las entrañas. Poetas ocasionales y aspirantes a poetas que acuden a las tertulias literarias para descubrir lo rápido que caen los mitos; que cambian lo idílico por lo humano y sus impurezas, el arte por el ego, las camarillas, la envidia y la bilis típicas de un plató de televisión; que saben, perdida la inocencia, de libros publicados a cambio de una contraprestación; que alguno/a sabe que para llegar a ser escritor/ra ayuda –y mucho- saber lo que se quiere y el camino para alcanzarlo.
Joaquín Sánchez Vallés. “El hombre-lobo de Huesca”. Libros Certeza. Zaragoza, 2008.