Si en “Pintar de azul los días laborables”, el anterior y excelente libro de poemas de Ramiro Gairín, teníamos cuatro poemarios en uno, cuatro poemarios de aliento intenso, ecléctico, desbocado y melódico, en “Que caiga el favorito” la voz se transmuta y concentra, se hace íntima, unívoca y explícita; se hace por ella y para ella, y su nombre pronunciado una vez solamente, antes de que todo comience y sea dicho.
Y fuera de mis propios gustos y de mis más que dudosos conocimientos; de mi predilección por aquella intensa emoción y belleza desbordada en aquellos días azules, ahora las palabras de Ramiro se hacen versos distintos, espacios de silencio y aliento lento; poemas para nombrar el lugar y nombrarla a ella; siempre omnipresente, siempre centro del mundo; destino, final de trayecto; camino y comienzo.
Podría decir que estos versos son ella y tan solo ella. Que todo gira alrededor de su nombre una vez pronunciado y dicho. Ella, comienzo y final; dedicatoria, nudo y epílogo. Ella, pasado; presente y futuro, sonrisa y continuación. Pero estos poemas son versos de amor y mucho más que eso. Son poemas de carne, celebración y suerte; miedo y óxido espantados con un solo gesto. Son poemas de años, ciudades, estaciones y meses juntos. Poemas de días compartidos. Porque todo lo que hagamos cuenta.
Son poemas de un viaje en tren sobre el mar y un avión sostenido en el silencio. De que el sentido del viaje es sobrevivir, que dentro de nosotros nos vayamos quedando los dos solos.
Son poemas que son ella y son también ciudad. País mudéjar en noches de humedad; cierzo que encrespa el río y la espuma. Todo lo que existe y es además ella y compartido. Ciudad y dos almendros que sobreviven; ciudad que se estremece, pequeño temblor de flores y raíces que resisten y nadie advierte.
Y son la distancia y el esperarse. Y también el miedo a las salas y a los pasillos de espera de los hospitales; el juramento a volver sana y salva, precisamente hoy, cuando la ciudad se hace de nuevo primavera. Es ella y otro día; el día siguiente, cuando el mundo parece nuevo, recién lavado y limpio. Es querer que el futuro, compartido y suyo, sea un domingo y una casa sin terminar.
Es él y lo que existe y está además de ella, compartido. Él y toda su frustración y su derrota. Sueños de un mundo mejor que a nadie parece importarle. Soledad, intención, deseo iluso, paisaje roto y desvanecido. Él abatido y ella como única certeza, como refugio y verdad, como aliento, ella y su cuerpo, su sabor, su abrazo inmenso.
Y son los favoritos que ojala cayeran y perdieran todo su millonario poder. Son las noticias y ese horror cotidiano, persistente. Es este mundo y esperar cada mañana que ocurra algo que lo cambie, que se moviera para equilibrarse. Son las malas noticias en el televisor y desviar la mirada y verla a ella, dejar de mirarlas y contemplarla, saber que ella es como encontrar supervivientes varios días después del terremoto.
Ramiro Gairín Muñoz. “Que caiga el favorito”. Prensas Universitarias de Zaragoza. Zaragoza, 2011.
Y fuera de mis propios gustos y de mis más que dudosos conocimientos; de mi predilección por aquella intensa emoción y belleza desbordada en aquellos días azules, ahora las palabras de Ramiro se hacen versos distintos, espacios de silencio y aliento lento; poemas para nombrar el lugar y nombrarla a ella; siempre omnipresente, siempre centro del mundo; destino, final de trayecto; camino y comienzo.
Podría decir que estos versos son ella y tan solo ella. Que todo gira alrededor de su nombre una vez pronunciado y dicho. Ella, comienzo y final; dedicatoria, nudo y epílogo. Ella, pasado; presente y futuro, sonrisa y continuación. Pero estos poemas son versos de amor y mucho más que eso. Son poemas de carne, celebración y suerte; miedo y óxido espantados con un solo gesto. Son poemas de años, ciudades, estaciones y meses juntos. Poemas de días compartidos. Porque todo lo que hagamos cuenta.
Son poemas de un viaje en tren sobre el mar y un avión sostenido en el silencio. De que el sentido del viaje es sobrevivir, que dentro de nosotros nos vayamos quedando los dos solos.
Son poemas que son ella y son también ciudad. País mudéjar en noches de humedad; cierzo que encrespa el río y la espuma. Todo lo que existe y es además ella y compartido. Ciudad y dos almendros que sobreviven; ciudad que se estremece, pequeño temblor de flores y raíces que resisten y nadie advierte.
Y son la distancia y el esperarse. Y también el miedo a las salas y a los pasillos de espera de los hospitales; el juramento a volver sana y salva, precisamente hoy, cuando la ciudad se hace de nuevo primavera. Es ella y otro día; el día siguiente, cuando el mundo parece nuevo, recién lavado y limpio. Es querer que el futuro, compartido y suyo, sea un domingo y una casa sin terminar.
Es él y lo que existe y está además de ella, compartido. Él y toda su frustración y su derrota. Sueños de un mundo mejor que a nadie parece importarle. Soledad, intención, deseo iluso, paisaje roto y desvanecido. Él abatido y ella como única certeza, como refugio y verdad, como aliento, ella y su cuerpo, su sabor, su abrazo inmenso.
Y son los favoritos que ojala cayeran y perdieran todo su millonario poder. Son las noticias y ese horror cotidiano, persistente. Es este mundo y esperar cada mañana que ocurra algo que lo cambie, que se moviera para equilibrarse. Son las malas noticias en el televisor y desviar la mirada y verla a ella, dejar de mirarlas y contemplarla, saber que ella es como encontrar supervivientes varios días después del terremoto.
Ramiro Gairín Muñoz. “Que caiga el favorito”. Prensas Universitarias de Zaragoza. Zaragoza, 2011.