Lo de ayer me hizo recordar algo. Saldar una deuda pendiente. Hablar de este libro con el recuerdo de un carnaval y un disfraz que hacía tiempo que no me ponía. Recordar la última vez que descubrí a un autor y me convertí en un neurótico, un neo-fan enloquecido buscador de tesoros perdidos, cazador de rarezas descatalogadas, bibliófilo temporero y circunstancial
Jugar a ser José Luis Melero y leer para contarlo. Buscar en Internet y acudir, acompañado de mi querido amigo José Antonio Lozano, a una librería de viejo de Zaragoza a cobrar mi presa, el libro deseado; bajar a un sótano y creernos que estábamos en la cripta-cementerio de la que habló Zafón viviendo una experiencia extrasensorial.
Y es que desde que descubrí a Adolfo Ayuso y me quedé deslumbrado por sus “Fugas” me convertí en cazador. Conseguí de manera similar, pero en otra ciudad, su novela “La caja” y más tarde éste “El besugo y la soprano”. Los relatos de “Fugas” me hicieron querer tener y leer todo lo que Ayuso había escrito, pero mentiría si no dijera que tanto como el escritor me intrigó, me sedujo la rareza y excentricidad del personaje. Ese extraño malditismo, esa renuncia voluntaria suya a la escritura.
Ayuso ha escrito tres libros de narrativa: una novela y dos colecciones de relatos. Éste “El besugo y la soprano” publicado en 1987, y esas “Fugas”, -de las que otro día hablaré- publicado en el 2003. Ese es el último, después del 2003, nada. Silencio. Renuncia. Como si ya lo hubiera dicho todo, como si no tuviera nada más que decir, como si se hubiera hartado, cansado, ¿decepcionado? de la literatura ¿Por qué? Pues precisamente no saberlo es lo que le convierte en un personaje extravagante, enigmático, atrayente y singular.
Pero si sólo se tratara de eso, de una pose, el bluff de un bebedor de absenta que hubiera dejado escritos un par de poemas geniales y que murió arrojándose al Ebro enfermo de amor tal vez no se merecería más que un nuevo, provinciano y moderno capítulo de las “Cruces de bohemia” de Javier Barreiro. Pero no, Ayuso, además de estar vivo, se merece un reproche, o más bien una petición. A mí, que me gustaría saber el por qué de su voluntaria renuncia, lo que en realidad me gustaría es pedirle que vuelva a escribir un nuevo libro; otra novela, otra colección de relatos. Que me volviera a dar la oportunidad de disfrutar con su literatura, que pudiera hablar de él en tiempo presente y no en pasado.
Para mí “El besugo y la soprano” no supera a las “Fugas”. “El cuento “El besugo y la soprano” obtuvo el Premio “Isabel de Portugal” en 1986. La Institución Fernando el Católico, de acuerdo con el autor, añadió a dicho cuento otros escritos afines, formándose así el presente volumen”, y, curiosamente, yo considero mejor otro cuento añadido: “El hombre que quiso matar a C.I.”, que el cuento por el que se le concedió el premio. Cuestión de gustos, como siempre.
“El besugo y la soprano” es un relato breve, concentrado, directo y sin embargo repleto de insinuaciones, referencias visuales y recuerdos fragmentados. Cuenta lo esencial, lo poco del pasado de toda una vida que realmente importa. Lo que nos dejó huella y nos situó en el mundo. Es un relato sobre el destino y esos encuentros accidentales e inolvidables entre las personas. Un relato que habla del triunfo y la muerte. De la actitud ante la vida. De la oportunidad de tener a nuestra disposición lo excepcional.
“El cazador de justos”, el tercer relato que cierra el libro, demuestra la capacidad narrativa de Ayuso. La capacidad para inventar, en el año 1986, antes de cualquier moda, una historia críptica, un simulacro aventajado de todas esas narraciones de enigmas religiosos, sectas secretas y misterios escondidos en libros y escritos en sánscrito que vinieron después. Ayuso es capaz de crear una teoría delirante. Una búsqueda enigmática con un viaje a África y Jerusalén. Incluir en su relato a Einstein, Max Brod y Borges. Descubrir inscripciones en hebreo en una cueva de Nigeria y hacerlo cuadrar todo en un final trágico y matemático. Una parodia sobre el conocimiento que esconde una moraleja de nuestras obsesiones y la humana estupidez. Aunque, a pesar de su innegable mérito, me parece el peor de los tres. Me resultó excesivo y rococó, una comida demasiado copiosa, una arquitectura que abruma y empacha.
“El hombre que quiso matar a C.I.” es, para mí, sin lugar a dudas, el mejor. El que muestra al Ayuso narrador que me deslumbró en “Fugas” y por el que volví a caer en mis viejas neurosis, peregrinar y salir de caza. El relato en el que está el narrador que deja latigazos de poesía; el narrador de los personajes de carne, heridas, equilibrios y carácter. El de los supervivientes. El narrador de la tristeza y el humor, el de la ironía y la inteligencia, el tímido y el descarado, el subversivo y el sensato, el loco y el práctico. El narrador absolutamente necesario, al que sigo esperando y le pido que vuelva.
Adolfo Ayuso. “El besugo y la soprano”. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1987.
Con dibujos de Ignacio Fortún.Jugar a ser José Luis Melero y leer para contarlo. Buscar en Internet y acudir, acompañado de mi querido amigo José Antonio Lozano, a una librería de viejo de Zaragoza a cobrar mi presa, el libro deseado; bajar a un sótano y creernos que estábamos en la cripta-cementerio de la que habló Zafón viviendo una experiencia extrasensorial.
Y es que desde que descubrí a Adolfo Ayuso y me quedé deslumbrado por sus “Fugas” me convertí en cazador. Conseguí de manera similar, pero en otra ciudad, su novela “La caja” y más tarde éste “El besugo y la soprano”. Los relatos de “Fugas” me hicieron querer tener y leer todo lo que Ayuso había escrito, pero mentiría si no dijera que tanto como el escritor me intrigó, me sedujo la rareza y excentricidad del personaje. Ese extraño malditismo, esa renuncia voluntaria suya a la escritura.
Ayuso ha escrito tres libros de narrativa: una novela y dos colecciones de relatos. Éste “El besugo y la soprano” publicado en 1987, y esas “Fugas”, -de las que otro día hablaré- publicado en el 2003. Ese es el último, después del 2003, nada. Silencio. Renuncia. Como si ya lo hubiera dicho todo, como si no tuviera nada más que decir, como si se hubiera hartado, cansado, ¿decepcionado? de la literatura ¿Por qué? Pues precisamente no saberlo es lo que le convierte en un personaje extravagante, enigmático, atrayente y singular.
Pero si sólo se tratara de eso, de una pose, el bluff de un bebedor de absenta que hubiera dejado escritos un par de poemas geniales y que murió arrojándose al Ebro enfermo de amor tal vez no se merecería más que un nuevo, provinciano y moderno capítulo de las “Cruces de bohemia” de Javier Barreiro. Pero no, Ayuso, además de estar vivo, se merece un reproche, o más bien una petición. A mí, que me gustaría saber el por qué de su voluntaria renuncia, lo que en realidad me gustaría es pedirle que vuelva a escribir un nuevo libro; otra novela, otra colección de relatos. Que me volviera a dar la oportunidad de disfrutar con su literatura, que pudiera hablar de él en tiempo presente y no en pasado.
Para mí “El besugo y la soprano” no supera a las “Fugas”. “El cuento “El besugo y la soprano” obtuvo el Premio “Isabel de Portugal” en 1986. La Institución Fernando el Católico, de acuerdo con el autor, añadió a dicho cuento otros escritos afines, formándose así el presente volumen”, y, curiosamente, yo considero mejor otro cuento añadido: “El hombre que quiso matar a C.I.”, que el cuento por el que se le concedió el premio. Cuestión de gustos, como siempre.
“El besugo y la soprano” es un relato breve, concentrado, directo y sin embargo repleto de insinuaciones, referencias visuales y recuerdos fragmentados. Cuenta lo esencial, lo poco del pasado de toda una vida que realmente importa. Lo que nos dejó huella y nos situó en el mundo. Es un relato sobre el destino y esos encuentros accidentales e inolvidables entre las personas. Un relato que habla del triunfo y la muerte. De la actitud ante la vida. De la oportunidad de tener a nuestra disposición lo excepcional.
“El cazador de justos”, el tercer relato que cierra el libro, demuestra la capacidad narrativa de Ayuso. La capacidad para inventar, en el año 1986, antes de cualquier moda, una historia críptica, un simulacro aventajado de todas esas narraciones de enigmas religiosos, sectas secretas y misterios escondidos en libros y escritos en sánscrito que vinieron después. Ayuso es capaz de crear una teoría delirante. Una búsqueda enigmática con un viaje a África y Jerusalén. Incluir en su relato a Einstein, Max Brod y Borges. Descubrir inscripciones en hebreo en una cueva de Nigeria y hacerlo cuadrar todo en un final trágico y matemático. Una parodia sobre el conocimiento que esconde una moraleja de nuestras obsesiones y la humana estupidez. Aunque, a pesar de su innegable mérito, me parece el peor de los tres. Me resultó excesivo y rococó, una comida demasiado copiosa, una arquitectura que abruma y empacha.
“El hombre que quiso matar a C.I.” es, para mí, sin lugar a dudas, el mejor. El que muestra al Ayuso narrador que me deslumbró en “Fugas” y por el que volví a caer en mis viejas neurosis, peregrinar y salir de caza. El relato en el que está el narrador que deja latigazos de poesía; el narrador de los personajes de carne, heridas, equilibrios y carácter. El de los supervivientes. El narrador de la tristeza y el humor, el de la ironía y la inteligencia, el tímido y el descarado, el subversivo y el sensato, el loco y el práctico. El narrador absolutamente necesario, al que sigo esperando y le pido que vuelva.
Adolfo Ayuso. “El besugo y la soprano”. Institución Fernando el Católico. Zaragoza, 1987.