Albada 253





NOTAS A UN PASEO

(7 de agosto de 2011)



Domingo. Apura el calor del mediodía. La ciudad se esconde tras la tibieza de las habitaciones. Casi hora de comer y enfilo el coche por la carretera Teruel – Cedrillas. Comienzo a subir. Al llegar al desvío giro a la izquierda y poco a poco me adentro en las estribaciones de la Sierra del Pobo. Aún se le notan las cicatrices del último incendio, pero este paisaje sigue teniendo esa belleza solemne que estremece. Una se vuelve a sentir criatura ante este silencio sereno susurrando a la sien del solitario que, efectivamente, hubo un tiempo, y no hace mucho, en que el hombre no existía. Olor a tomillo y té.

Detengo el coche en el arcén: sobre la carretera he visto el cuerpecillo de lo que parece un zorro. Me acerco y veo que son los restos de un ejemplar joven atropellado no hace mucho, su pelo no tiene todavía los hermosos tonos rojizos de los adultos. Me parece ver entonces la silueta de una rapaz… y sí, está ahí… justo enfrente, oteando sobre las parameras recién cosechadas. A pesar de que me entusiasmo cada vez que las veo, con mis escasos conocimientos pocas veces puedo distinguir con seguridad la especie. Hoy sin embargo estoy de suerte porque la zona, altiplanicie de horizontes abiertos, es inmejorable para observarla con nitidez y el ave me permite hacerlo largo tiempo; así que tras sacar los prismáticos me digo sin dudar: águila culebrera. Dibujo su perfil en mi cuaderno, ya no se me olvidará. La veo dar grandes círculos planeando, ligera, soberana, escudriñando con su vista agudísima el suelo mientras se cierne en el aire. No acaba ahí mi suerte porque más allá, en lo alto del horizonte, descubro al dorado alimoche acercándose; me alegro porque no han sido muchos los que he conseguido ver este año. Escribo: Tarea: informarme sobre su situación actual.
Sigo carretera adelante y paso el recoleto pueblo de El Pobo. Al cruzar Ababuj unas señales me desvían de las calles habituales: el pueblo está reunido en la plaza alrededor en una paella monumental… sonrío, estoy contenta: a mi alrededor se respira algo parecido a la felicidad, sin duda el espíritu de las vacaciones es un bálsamo que suaviza la vida habitualmente sobria y retirada de nuestros pueblos.
Yo también decido pararme y comer, aunque sea en mucha menor compañía: el merendero, junto a una antigua huerta empedrada, tiene grandes mesas y bancos también de piedra; más allá una docena de abejarucos revolotean por el campo, sus cantos como sus brillantes colores son inconfundibles.
Cuando llego a Aguilar del Alfambra el pueblo ya sestea. Relleno en la fuente de la entrada mi botella y bajo hacia la vega. El coche, cómplice y fiel, esperará aparcado mi vuelta.
Llevo en el bolsillo el folleto con la explicación de los Senderos de Aguilar del Alfambra. Son cinco rutas para recorrer a pie y otras dos en bicicleta. Comienzo a seguir las flechas de madera tras decidirme por la que la que me llevará por la zona más fresca, la más húmeda: las orillas del río Alfambra. El calor del mediodía de agosto empieza a ser recuerdo nada más empezar este camino. La luz que a estas horas es cada vez más blanquecina y pujante me llega tamizada atravesando la arboleda. Se está bien aquí, en el frescor de la sombra: los cientos, los miles de chopos cabeceros que me rodean saben guardar bien al río y dar cobijo a sus moradores, de los que yo ahora formo parte.
Cada uno de estos ejemplares vale por sí solo toda la admiración que seamos capaces de dispensar. El sendero es un viaje para privilegiados, y así me siento yo mientras bebo la paz y la armonía de este valiosísimo bosque de ribera.
El Alfambra es un río tozudo y pertinaz que en su deseo de llegar a todo parece no decidirse y marcha primero al norte, y luego al sur; se detiene casi enfangado de rojo en los estíos para luego arrollarlo todo con sus temidos arrebatos. En el Estrecho de la Hoz se vuelve espléndido y se encaja en los enormes anticlinales que ha cortado. Este paraje, antiguo dominio de los grandes saurópodos, visto a ras de suelo, desde el valle, o a vista de pájaro, desde la vecina Ermita de la Virgen de la Peña, es una lección viviente de historia del planeta, un patrimonio geológico indiscutible.
Se me hace tarde, ya empieza a anochecer, pero antes de volver decido subir hasta la ermita y los restos del castillo. Desde allí veo el serpentear de las hoces de la vega, la Muela con el verde azulado de sus pinos, los huertos rodeados de muros de piedra seca, las grandes extensiones del cultivo de cereal… adivino ermitas, molinos, masadas, acequias y manantiales, reconozco a la derecha al alto Ababuj y un poco más a la izquierda y baja a la acogedora Jorcas también asomada amorosamente al río. Vuelvo a escribir en mis tareas pendientes:
informarme sobre cómo está el preocupante asunto de la mina de arcilla a cielo abierto que pretende instalar la WBB.

De regreso a casa, en las cercanías de Teruel me cruzo con varios milanos negros. Es una sorpresa. Al parecer se están reagrupando para volver al sur; para ellos estos días de verano son ya de preparación de su despedida. Yo, un poco más rezagada, apenas aún acabo de comenzar mis vacaciones, mis paseos y este cuaderno de notas.