Cónyuges
Me invitaron a una comida campestre. Odio las comidas campestres. El calor. El sol. Un perro gigantesco olisqueándolo todo. Pero la casa quedaba a pocos metros y, en cuanto podía, me escapaba y, desde la galería, sentado en un sillón de mimbre, contemplaba interesado al grupo de comensales. La luz, tamizada por la sombra de un arce, daba al conjunto un colorido que no le correspondía, mejoraba el aspecto general y, en un momento dado, tuve la impresión de que Linda Fiorentino, con 30 años (“The Moderns”), era mi verdadera mujer y, esta, situada a su lado, una tía o madre de alguno de los presentes. No fue una ilusión óptica, Linda Fiorentino, a sus 30 años, estaba allí (era hija de no sé qué escultora) y era tan normal que fuera mi esposa (nuestro aspecto, nuestro oficio) que resultó chocante que la impresión se desvaneciera.