Qué falta de piedad esgrimes
cuando huyes del cristal,
del marco,
y te plantas ante mí como eras
hace aún tan poco tiempo.
Qué poco reparo.
No hay pudor en tu gesto
cinco inviernos más joven,
cubierto por las hojas verdes del deseo
y ligero de pesos venideros.
Te miro,
brincando vagones,
abrasando estaciones de metro,
convocando en el espejo al futuro
que no es otro que yo,
más enredada en la tela
que la vida extiende a sus hijos.
Inocente primero.
Copada de trampas más tarde,
cuando ya no es capaz el hombre
de revolverse para amarrar sus pasos.
(c)Elisa Berna Martínez