(Eleonora Carrington)
MAL MENOR
13 de febrero de 2011
Pese a que ahora es tan fácil tirar de hemeroteca y encontrar los consabidos donde dije digo, digo diego… da igual, eso al parecer no cambia nada ni es obstáculo para que la desvergüenza campe por sus respetos y además alegremente. Ya no asombra tanto la desfachatez de los que como sistema practican el engaño y el ser un caradura/aprovechado, como otras dos cosas: una, el que lo hagan –mentirnos–conscientes de que los que les escuchamos o leemos sabemos tanto como ellos que lo que dicen no es cierto, y dos, el que les aguantemos impertérritos tanta hipocresía que en el fondo (más bien en la superficie) nos está tratando simple y llanamente, una y otra vez, de imbéciles. Ganas dan de desconectar la radio o cerrar el periódico en medio de “algunas declaraciones” que hacen enrojecer no sé bien si de rabia o de vergüenza (quizás las dos a la vez).
Y sin embargo ahí estamos todos: unos como espectadores y padecedores del embuste y el chanchullo de turno, y los otros intérpretes más o menos aparentes, histriones que al final de la función saludarán guarecidos en la altura de las tablas del escenario y arropados por el aplauso de sus acólitos y asalariados compinches.
Pese a que ahora es tan fácil tirar de hemeroteca y encontrar los consabidos donde dije digo, digo diego… da igual, eso al parecer no cambia nada ni es obstáculo para que la desvergüenza campe por sus respetos y además alegremente. Ya no asombra tanto la desfachatez de los que como sistema practican el engaño y el ser un caradura/aprovechado, como otras dos cosas: una, el que lo hagan –mentirnos–conscientes de que los que les escuchamos o leemos sabemos tanto como ellos que lo que dicen no es cierto, y dos, el que les aguantemos impertérritos tanta hipocresía que en el fondo (más bien en la superficie) nos está tratando simple y llanamente, una y otra vez, de imbéciles. Ganas dan de desconectar la radio o cerrar el periódico en medio de “algunas declaraciones” que hacen enrojecer no sé bien si de rabia o de vergüenza (quizás las dos a la vez).
Y sin embargo ahí estamos todos: unos como espectadores y padecedores del embuste y el chanchullo de turno, y los otros intérpretes más o menos aparentes, histriones que al final de la función saludarán guarecidos en la altura de las tablas del escenario y arropados por el aplauso de sus acólitos y asalariados compinches.
Este comportamiento que venimos padeciendo en la política española en todas las esferas y jerarquías, y en los espabilados de todas las siglas (¿qué fue de aquello, cómo se llamaba ¿ideas/ideales/ ideologías?) se reproduce como en una cascada en el resto de la sociedad; no hace falta ir a la prensa o a la televisión y asomarse a los personajes públicos, basta mirar un poco de reojo alrededor (¿quizás mirar de frente no resultaría prudente?) y comprobar que se han ido quedando por el camino mucha de la dignidad, la integridad y la honestidad que nos ilusionaba a todos.
Qué es el reflejo y qué la realidad, daría para muchas páginas, pero lo cierto es que, sea donde sea, cuando falta la ilusión difícil es que las cosas marchen como debe ser. Conseguir que se nos despegue de una vez este incómodo traje de desencanto resignado tal como está el panorama, quizás sea pedirles mucho a los candidatos que nos “aleccionarán” (ya nos están aleccionando) en la próxima visita a las urnas.
Pidámosles algo más real, más necesario para que dejen de tratarnos como estúpidos que les siguen el juego. Pidámosles por ejemplo que sean sinceros. No queremos de nuevo campañas publicitarias de fuegos fatuos, marketings para bobos que no son más que una vuelta de tuerca más de esa separación (evidente, honda, preocupante) entre política y sociedad. Que nos dejen respirar tranquilos, sin más mentiras que fingir creer, que caminen a nuestro lado, al ras del suelo, con los mismos zapatos de antes de ser elegidos. Si ellos lo hacen así, si algo de eso que llamaban Integridad comienza a ponerse de moda y contagiarse, quizás empecemos todos a dejar de considerarlos como el menor mal inevitable y podamos llevar lo cotidiano más levemente.