Las amapolas tiernas de la infancia
temblaron
como tiemblan nuestros nombres
en los labios flemáticos del tiempo.
Vibraron al paso de tus piernas desnudas,
con las rodillas cuajadas de disparates
y las manos abiertas de espigas,
hasta acabar exhaustas y quietas
en aquel último momento:
cuando volvieron tus años la vista atrás
y desenmascaraste a la tarde.
Y nunca más temblaron aquellas amapolas.
(c) Elisa Berna Martínez