Os paso el artículo que he realizado sobre el Barrio de las Letras, espero que os guste
TEXTO:
¡Me estoy haciendo mayor! Sí, cada vez soy más consciente.
Lo noto en pequeños síntomas, en un leve dolor de músculos que antes no aparecía, en una ligera pérdida de sueño, pero sobre todo, porque al pasear por mi Madrid, la ciudad que me vio nacer, casi no la reconozco.
Los recuerdos de mi niñez los tengo asociados a mi barrio, llegar a casa corriendo con la mochila de cuero a la espalda y abrir la puerta del portal de un empujón, sin tener que marcar un código o esperar que alguien me radiografíe a través de un video-portero automático.
Iba subiendo los escalones de dos en dos y de vez en cuando me paraba intentando averiguar los menús de los vecinos. Alzaba mi nariz al viento y me llegaban aromas de lentejas, cocido o verduras. Me asomaba a todos los pisos saludando a aquellas grandes cocineras. La señora Juana siempre tenía para mí un trozo de chorizo con un pedazo de pan, otras tan sólo me preguntaban por mi día en el cole o me daban un par de pesetas para que después me comprara unas golosinas.
Al llegar a mi casa, y muy a mi pesar, la bolsa de tela estaba ya preparada para que fuera a la tienda de ultramarinos a comprar lo que tocara. Al llegar a la tienda, el señor Paco me preguntaba por toda mi familia y era imposible despistarle intentando incluir en la lista alguna golosina:
-¡Sabes que lo tienes prohibido!
Me reprendía siempre (aunque terminaba regalándome algún dulce) mientras apuntaba el precio de la compra en la lista que todos los meses ponía al día mi madre. Con los años, he llegado a comprender que éramos de lo más ecológico: reciclábamos ya entonces los cascos de vidrio, usábamos bolsas de tela y los productos se servían a granel sin apenas envoltorios, el plástico en nuestras vidas era casi inexistente.
Curiosamente, el otro día, paseando por el barrio de las letras, me rejuvenecí porque encontré parte de aquel Madrid que tenía olvidado. Me crucé con muchas vecinas, tal y como yo las recordaba de pequeño. Pasé por delante de escaparates de tiendas reconocibles: anticuarios, papelerías, tiendas de bolsos... Y comprendí que el Madrid de mi infancia todavía se puede recuperar en pequeños reductos donde aún resiste.
Y espero que no se me malinterprete. No digo que el Madrid de ahora sea peor o mejor que el de antes, o que los olores a especias en vez de a cocido no me gusten, o que no conocer al vecino de la puerta de al lado sea un atraso. ¡Ni mucho menos! Tan sólo quiero decir que es diferente, y que este Madrid, o al menos una parte de nuestra capital, a veces, algunas veces... ¡Me hace sentir mayor!