Acabo de terminar El hotel New Hampshire de John Irving, que narra la historia de la familia Berry, de un viejo oso que atiende por el nombre de Estado de Maine, de su dueño, un judío austriaco llamado Freud, más un montón de personajes pintorescos a cual más estrafalario, teniendo como telón de fondo varios hoteles llamados New Hampshire. Una novela que reúne todas las características de la narrativa de Irving: personajes raros, situaciones a veces poco creíbles, pasajes que se tornan algo densos y, cómo no, un adolescente que es iniciado en el sexo por una mujer mayor que él. Pero… como Irving es un narrador de primera, siempre acabo perdonándole los caminos tortuosos por los que lleva sus historias y leo sus novelas enganchadísima hasta la última línea.
Sin embargo, no pensaba hablar hoy de Irving sino de finales. Concretamente de un final al que Irving hace referencia varias veces en este libro. El de El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, la novela que una estrafalaria radical de izquierdas austriaca lee en alemán a los hijos de la familia Berry en el Hotel New Hampshire de Viena. El final que evoca el personaje de Lilly, la niña que deja de crecer a los once años y se convierte en una escritora torturada por no creerse a la altura de lo que se espera de su literatura.
Porque dar con un buen final para una novela es tan difícil como hallar un comienzo que agarre al lector por el cuello y no lo suelte. Hay finales tristes que nos dejan con un nudo en el estómago, aunque después concluyamos que la historia no podía acabar de otro modo. Hay finales felices que nos reconfortan, porque nos resarcen de las frustraciones de la vida real. Los hay abiertos, que dejan en manos del lector el camino a tomar. Y luego están los que cierran las historias poniéndoles un broche de oro y esmeraldas. Los que resuenan una y otra vez en nuestra memoria con la tenacidad de un eco inextinguible. Los finales que envidiamos todos los que nos empeñamos en inventarnos vidas paralelas. Finales como el de El Gran Gatsby, una de las mejores novelas cortas que he leído jamás.
Sin embargo, no pensaba hablar hoy de Irving sino de finales. Concretamente de un final al que Irving hace referencia varias veces en este libro. El de El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald, la novela que una estrafalaria radical de izquierdas austriaca lee en alemán a los hijos de la familia Berry en el Hotel New Hampshire de Viena. El final que evoca el personaje de Lilly, la niña que deja de crecer a los once años y se convierte en una escritora torturada por no creerse a la altura de lo que se espera de su literatura.
Porque dar con un buen final para una novela es tan difícil como hallar un comienzo que agarre al lector por el cuello y no lo suelte. Hay finales tristes que nos dejan con un nudo en el estómago, aunque después concluyamos que la historia no podía acabar de otro modo. Hay finales felices que nos reconfortan, porque nos resarcen de las frustraciones de la vida real. Los hay abiertos, que dejan en manos del lector el camino a tomar. Y luego están los que cierran las historias poniéndoles un broche de oro y esmeraldas. Los que resuenan una y otra vez en nuestra memoria con la tenacidad de un eco inextinguible. Los finales que envidiamos todos los que nos empeñamos en inventarnos vidas paralelas. Finales como el de El Gran Gatsby, una de las mejores novelas cortas que he leído jamás.
(En la fotografía: Robert Redford y Mia Farrow en a película homónima de 1974, dirigida por Jack Clayton)
Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante nosotros. Nos esquiva, pero no importa; mañana correremos más deprisa, abriremos los brazos, y… un buen día…
Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.
Gatsby believed in the green light, the orgiastic future that year by year recedes before us. It eluded us then, but that’s no matter – tomorrow we will run faster, stretch out our arms further… And one fine morning…
So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past.
Gatsby creía en la luz verde, el orgiástico futuro que, año tras año, aparece ante nosotros. Nos esquiva, pero no importa; mañana correremos más deprisa, abriremos los brazos, y… un buen día…
Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado.
Gatsby believed in the green light, the orgiastic future that year by year recedes before us. It eluded us then, but that’s no matter – tomorrow we will run faster, stretch out our arms further… And one fine morning…
So we beat on, boats against the current, borne back ceaselessly into the past.