Gatos por Eduardo Boix
No se preocupen, yo no sufriré. Ya estaré muerto. Caeré fulminado a causa de un infarto de miocardio. Será una muerta rápida. Como un gran pinchazo. La muerte en el último duelo dirá ¡TOUCHE! Y reirá a carcajadas.
A cada hora que pase, la jauría irá en aumento. Disfrutarán destrozando mi cuerpo con sus diminutas patas. Arañarán mi carne en busca de las preciadas vísceras. Las encontrarán. El preciado estómago con restos de la cena. Un tierno bistec al foie regado con vino burdeos. Los sangrantes y gelatinoso intestinos, un placer para el paladar. El hígado macerado en alcohol durante años, que les embriagará durante horas y les guiará por un meloso sueño.
En horas de vigilia, otros gatos bajarán aprovechando el profundo sueño de los otros, para continuar con los restos. Como fieras carroñeras, lucharán entre ellos para disputarse los mejores restos antes de que los gusanos y las moscas hagan su primer acto de presencia. La cara empezará a desfigurarse dejando una sonrisa permanente y una profunda mirada en mi semblante. El olor a carne podrida empezará a invadir partes de la casa. Los felinos irán cogiendo su parte del ya corrupto manjar y se esparcirán a lo largo de innumerables rincones, para en soledad, poder disfrutar de su alimento.
Al cabo de dos días ya no seré más que huesos. Gatos más jóvenes como soldados en la retaguardia, vendrán a lamerme en busca de poder sacar jugo de los mismos. El hambre y el agudo olfato, les hará ver que sus antecesores han olvidado algo. Una parte tan preciada en el cuerpo, que a veces nos olvidamos de ella sin sentido. La gran masa muscular que es el corazón permanecerá inerte como encerrada en una jaula hecha con costillas. A zarpazos comenzarán a destrozarlo y lo romperán hasta hacerlo jirones. Sangrantes jirones que llevarse a la boca. Un felino más avaricioso llenará su boca con un trozo mayor que el de sus compañeros. El ansia por retenerlo creará una disputa que acabará en una persecución alrededor de toda la casa. Un ejército maullador detrás del cleptómano poseído por la gula y que encontrará su única salida en la misma ventana por la que entró. Un zarpazo le hará resbalar y soltar el trozo de víscera a la calle. Un grito y ruidos de sirena pondrán fin al banquete.
De momento los últimos cinturones...
Aquí están todos juntos, menuda colección.
abrochese@gmail.com
Que esperen todo el tiempo del mundo por Jesús Ágreda
Recuerdo haber muerto. Recuerdo los dolores y la impotencia. Recuerdo la mirada desagradable de las enfermeras y los médicos, la pureza blanquísima de las sábanas y el azul amoniacal de los medicamentos, aquella zona del hospital habilitada para los presos, lo recuerdo todo. Y después la oscuridad y las risas. Sí, las risas de las almas puras camino de su siguiente reencarnación, las risas de los que se deslizaban alborozados hacia su nuevo destino, hacia su nueva existencia: árboles magníficos en un parque danés, truchas doradas en algún río de Alabama, cucarachas lustrosas en la penumbra tibia de alguna cañería abandonada... y yo, de nuevo al vientre de mi madre, otra vez lo mismo, otra vez soportar la misma infancia desgraciada, la misma adolescencia confusa, el mismo despertar violento frente a un mundo destrozado con la espalda llena de cardenales. ¿De verdad creen que las cosas van a cambiar? Que esperen, que esperen el tiempo que quieran, que esperen todo el tiempo del mundo.
- El niño ha nacido sano, quizá lo dejemos un tiempo en la incubadora, ya se sabe que con estos sietemesinos es mejor andarse con cuidado. ¿Quiere que avisemos a su padre?
- No, mejor que no, en realidad no tengo ni idea de por dónde debe andar ese cabrón.
ACÁ
cuajada de recuerdos,
quiero que seas mi príncipe.
Y atrapar tus silencios
en mi cajita oriental de mariposas violetas,
donde residen, como reinas,
las flores secas
que atraparon un momento.
Nuestro momento.
Siento tu aliento
en mis mejillas
y también tus piernas
dobladas junto a las mías.
Dulce columpio que me balancea al país de Siempre Juntos,
donde no eres mi príncipe.
No.
Eres mi rey.
Esta noche
contaremos aniversarios
y reencuentros,
esta noche...
Esta noche
Te contaré cosas que ya sabes,
mentiras y quizás, también,
te contaré un cuento.
Esta noche.
Esta noche,
contaremos hasta el más allá
y si en el más allá te encuentro
te traeré -balanceo dulce- hasta el más acá,
donde siempre serás
mi príncipe.
Mi príncipe
de sueños perdidos.
Cristina Ruberte-París
http://www.publicatuslibros.com/autor/info/cristina-ruberte-paris
El Doble por Ángel Sobreviela
En los primeros días en que comencé a tomar conciencia de todo esto, me sorprendió en un principio que en noticiarios televisivos o en documentales se hablase acerca de hechos del pasado en los que de repente habían desaparecido representativas figuras. No eran sólo personajes secundarios de los acontecimientos, sino a veces auténticos protagonistas y autores de los mismos los que dejaban de existir en la narración de los hechos, en los datos y en la cronología. Luego esto afectó no sólo a caracteres individuales sino a acontecimientos enteros. No se mentía respecto a los sucesos del pasado ni se los tergiversaba: sencillamente desaparecían.
Aquella guerra o esta otra más reciente… ese conflicto en esa parte del mundo… ¿habían existido alguna vez? Luego mi memoria comenzó a fallar. Creía recordar perfectamente aquellos nombres, todos esos episodios que eran pasados por alto, pero al poco tiempo, quizás al día siguiente, ya no los recordaba con claridad.
Pero recientemente ha empezado lo peor de todo: libros enteros desaparecen de mi biblioteca. Entro a buscar un volumen y compruebo con un desagradable escalofrío que el ejemplar ya no está en su lugar. Pero realmente ¿yo tenía algún libro de aquel escritor italiano? ¿O no llegué a encargarlo nunca, a través de internet, a aquella librería anticuaria? ¿Y cómo se llamaba ese fulano? Guido de… ¿Pero llegó a escribir y a publicar algo aquel hombre peculiar? ¿No se trataba a fin de cuentas de un ermitaño aislado entre los montes que rodean Florencia, un erudito en estado salvaje que recibía a pedradas a los que intentaban acercarse a recabar de él alguna enseñanza? Sí, efectivamente creo recordar que así era… Sigamos pues adelante a por otras cosas… Sin embargo ya tanta duda me resulta alarmante, y no comprendo cómo puedo llegar a sentirme tan confuso ante la posible irrealidad de datos tan minuciosos que por ello mismo no parecerían ser productos de mi imaginación, sino corresponder a realidades complejas. Y al buscar otros libros por mi casa me voy tropezando una y otra vez con ausencias y misteriosos huecos. Y siempre, seguidamente, de forma infalible, vengo a encontrarme después con un vacío en mi mente que nunca me responde cuando lo interrogo. Sin embargo, pese a algunos significativos y llamativos huecos, mi biblioteca sigue sin vaciarse del todo. Es como si algunos libros fueran sustituidos por otros, si bien no reconozco volúmenes nuevos en mis estanterías. Por lo visto nadie se está colando en mi domicilio de noche, a fin de cuentas, ni me está sustrayendo los tomos. Sigo viendo abundantes lomos cubriendo los anaqueles, pero es invariablemente aquello que en un momento dado estoy buscando con más interés lo que justamente no encuentro.
Sospechando que todo esto tiene que ver con la desaparición de información y de datos en los medios de comunicación, recurro a los imponentes volúmenes de mi fiel enciclopedia. Compruebo que hay escritores que ya no figuran. Y nadie ha tachado sus nombres, ni arrancado páginas, ni emborronado con "típex" entradas del texto o columnas enteras de letra impresa. Simplemente la ordenación salta de un término a otro sin dejar un sitio a aquel apellido que debiera encontrarse ahí registrado y que yo recuerdo perfectamente haber visto, en una entrada consultada por mí en más de una ocasión.
Lo que más me ha asustado estos últimos días son las alteraciones del globo terráqueo. Me acerqué a la esfera terrestre que tengo en mi dormitorio, lustrosa como una manzana azulada, moteada con sus naciones multicolores, y confirmé que había países enteros borrados por una mano desconocida. No estaban agresivamente raspadas sus irregulares superficies, ni emborronadas con pintura, pero sí que aparecían manchas blancas difuminadas en el lugar que ocuparían esas tierras, como si tales manchas hubieran surgido del interior de la esfera. Naciones enteras de todos los continentes estaban desvaneciéndose en la nada. La terra incognita volvía al mapa mundi, como recorriendo el camino inverso que los descubrimientos geográficos le habían obligado a emprender en el siglo XIX. Acontecimientos históricos, nombres de personajes políticos, de escritores y de territorios: todo estaba esfumándose no sólo de los soportes materiales donde debieran hallarse registrados, sino que también estaban siendo borrados de las mentes. Ya no conseguía recordar qué país asiático, africano o americano se extendía en el mismo lugar ocupado por esas manchas blancas que se multiplicaban en una metástasis del olvido, en la fase terminal de la más mortífera enfermedad del conocimiento.
El mal se extiende como una lepra. Llegué a salir a la calle, desconfiando de mi propia cordura, y me subí a un autobús para ir al encuentro de unos conocidos que podrían sacarme de dudas. Los cristales del vehículo se hallaban marrones y casi opacos de suciedad. La mugre de la urbe entera va creciendo estos días, como si sobre toda la ciudad estuviera abatiéndose una constante lluvia de ceniza. Mi escapada tuvo un desasosegante fin, y mi turbación sólo pudo ir en aumento, al comunicar mis inquietudes a otros: " ¿La guerra de…?" eso nunca había tenido lugar, me decían… tal o cual personaje les eran desconocidos. Novelas famosas hasta ayer mismo, y obras poéticas de renombre habían desparecido del recuerdo de la gente: ni sus títulos pervivían en las memorias. Sí… quizás mis amistades tenían razón: tal vez yo había soñado con el título de ese libro de poesía, inexistente en realidad, que yo les mencionaba. Volví a mi casa, y llegué con mucha rapidez, porque o bien el autobús había variado su itinerario o bien muchas calles que creía recordar ya no existían. En cualquier caso, resultaba difícil hacerse idea del camino tomado por el vehículo visto el estado de opacidad en que se encontraban las sucias ventanas.
Estoy cada vez más convencido de que todo esto tiene su origen en los televisores. Estas malignas cajas emisoras de radiaciones deben de estar emitiendo frecuencias inauditas de ondas que invaden el cerebro, atacando sus funciones y sus reservas de recuerdos. La acción de este veneno sospecho que debe de estar apoyada por la de otros tóxicos cuyas dosis son emitidas a intervalos regulares por medio de la alimentación y el agua corriente. Es posible también que los envenenadores hayan encontrado el medio de propagar su infección por medios fotolumínicos a través de la red eléctrica de todos nuestros hogares. Aunque, obviamente, todo esto no explicaría las desapariciones físicas (por el momento).
En busca de las respuestas que de nadie obtenía, me he dirigido esta misma tarde a última hora a internet. Me he sentado ante mi ordenador para encontrar ahí alguna explicación o contactar con alguien que presienta algo o que aventure sospechas semejantes a las mías. Lo primero que me he encontrado en uno de los portales de información ha sido con una noticia local en la que figuraba mi nombre. Ahí en esa esquina, esas combinadas letras, tan familiares, que reunidas designan mi identidad, me han atraído con la fuerza de un imán haciéndome olvidar todo lo demás. Como en un titular de segundo orden de la página de un diario, se veía una pequeña foto, ampliable con un click al igual que la noticia. Sin pensármelo mucho he situado la flechita del cursor sobre el titular y he presionado el pulsador del ratón. ¿Cómo imaginar que ese simple gesto, esa pulsación tan suave de la yema de un dedo, liviana casi como una caricia, podría desencadenar en mí una desesperación que casi me haría llorar?
Me habían hecho una entrevista, así se anunciaba en ese link. Pero nadie me había entrevistado jamás. Y sin embargo no había duda: la crónica daba noticia de mi nombre completo, mi fecha de nacimiento, mi ciudad, y citaba los títulos de mis libros publicados. Junto al artículo se desplegaban ante mí dos fotografías de buen tamaño en las que podía verse una figura que supuestamente era la mía: un hombre joven vestido con una americana de un color verde pálido que yo no tengo en mi armario y que jamás he vestido. El semblante de este personaje (yo mismo, si creemos lo que aparece escrito) estaba pixelado y resultaba irreconocible. Me he acercado al monitor para escrutar algo a través de esos cuadrados de color carne que distorsionan mi imagen, pero no he podido averiguar nada, ni adivinar siquiera cómo es esa cara.
Me he enfurecido al comprobar que el entrevistado que parece usurpar mi personalidad expresa opiniones estéticas y literarias que no tienen nada que ver con las mías. Muestra admiración por escritores que desconozco por completo o que me disgustan desde siempre; y, en general, dice en esa entrevista cosas que no tienen nada que ver conmigo y que yo nunca diría.
El extraño personaje aparece también en medio de un paisaje totalmente desconocido para mí. Un cielo azul inmenso se extendía detrás de esta figura con mi nombre. En la primera foto se le veía en pie, y en la siguiente aparecía sentado sobre unas rocas, con un codo apoyado en la rodilla y las manos unidas, los dedos ligeramente entrelazados. El difuminado rostro, emborronado informáticamente, miraba a lo lejos. Detrás de él, en ambas fotos, se elevaban unas ruinas de piedra de una tonalidad blanquísima que resaltaba contra el azul profundo del cielo.
Enrique Cebrián Zazurca sobre Al final del pasillo
Pulp. Pulparagón. La pulpa. Una fruta fresca, no mordida. Roja. Quizás una manzana, pero no. Una fruta distinta, desconocida, arrancada del árbol de un extraño planeta, su tronco retorcido y sus brazos de anciano dando, no obstante, la carne fresca y joven, erguido solitario, único en este páramo lunar o de otro sitio más cercano. Rodeado de muerte y dando, sin embargo, esta fruta sin letra y sabor por conquistar.
No te atrevas. No seas tú quien quiera ver su nombre impreso en las enciclopedias, cincelado en los muros de un palacio, desde púlpitos escupido, aprendido por niños uniforme y escuela. No te mate la soberbia. Que no te mate. Cultiva la paciencia, igual que el árbol dio esa fruta. La templanza. Hubo quien arrancó el fruto rojo y lo depositó en brillante bandeja de plata. Y ahora espera encerrado en aquella habitación que había al final del pasillo, ¿recuerdas? En todos tus sueños aparecía como la meta tras los peligros, pero todo era falso. En ese cuarto aguardan los sudores peores, todas tus pesadillas, secretos nunca dichos, el monstruo que llevamos, espejos rebelados, máquinas gobernando la desidia de una vida futura de naves industriales, la muerte y la sorpresa, los amuletos y los cementerios, la pulpa descarnada que es la pura contradicción. La pura nada.
Ángel Gracia
Como poeta, ha sido incluido en las antologías Cinco jovencísimos poetas aragoneses (Lola Editorial, 1993), Los chicos están bien (Olifante, 2007) y Veinte poetas aragoneses expuestos (Olifante, 2008). Es autor de los poemarios Estigma (Universidad de Zaragoza, 1993), Escultura de la nieve (Ayuntamiento de Zaragoza, 1994), Valhondo (Diputación Provincial de Zaragoza, 2003) y Libro de los ibones (Aqua, 2005).
Como narrador, ha sido incluido en la antología El viento dormido. Nuevos prosistas en Aragón (Eclipsados, 2006) y es autor de la novela Pastoral (Prames, 2007). Actualmente prepara una colección de relatos del que “Excedente” forma parte.
Ignacio Escuín
Es autor de las plaquettes Profundidades (Ayuntamiento de Teruel, 2005) y Ejercicios espirituales (Logroño, Ediciones 4 de agosto, 2005), y de la trilogía que componen pop (Zaragoza, Aqua, 2006), Couleur (Zaragoza, PUZ, 2007) y Americana (León, Club Leteo, 2007). Su obra en prosa está recogida en volúmenes colectivos como Hank over (Caballo de Troya, 2008) o Cuentos a patadas (Real Zaragoza, 2008).
Magdalena Lasala
De temprana vocación literaria, es autora indispensable en el panorama español de Novela Histórica que ha logrado una producción de calidad con repercusión internacional. Ha publicado ente otras las novelas La Estirpe de la Mariposa, Abderramán III, Almanzor, Walläda la Omeya, Boabdil, tragedia del último rey de Granada, Maquiavelo: El Complot, Doña Jimena, la gran desconocida en la Historia del Cid, Zaida, y La Cortesana de Taifas, todas ellas premiadas con el reconocimiento del público y el elogio de la crítica. Como poeta ha publicado entre otros los poemarios: Seré leve y parecerá que no te amo, Sinfonía de una Transmutación, La Estación de la Sombra, Todas las copas me conducen a tu boca, Los nombres de los cipreses que custodiaron mi ruta y Y ahora tú pasas la mano osadamente. Sus textos poéticos han sido traducidos a otros idiomas, incluidos en Antologías de Poesía Española y utilizados para la creación de obras musicales y escénicas.
María Frisa
Es licenciada en Psicología Clínica y autora de las novelas, Lo que nunca me dijiste (Gabinete Literario, 2000), El resto de la vida (Simancas ediciones, 2004), Breve lista de mis peores defectos (MR 2006), 15 maneras de decir amor (MR 2008) y del libro de relatos Uno mismo y lo inesperado (DPZ 2007). Su obra narrativa ha sido reconocida con más de setenta galardones nacionales e internacionales: "Universidad de Deusto", "Juan Ortiz del Barco", "Villa de Lodosa", "Barcarola", "Arjona", "Universidad Carlos III" "Santa Isabel de Portugal". Sus cuentos aparecen en antologías como Cuentos para catar, Rojo, Amarillo, Morado: cuentos republicanos o Lo que los hombres no saben. Ha sido traducida al italiano y al francés.
Miguel Serrano
Comenzó la carrera de Ciencias Físicas, que abandonó para dedicarse a la literatura. Ha ejercido oficios diversos: cajero, ilusionista profesional, vendedor de libros, auxiliar administrativo y negro literario. En la actualidad se dedica a la traducción (suyas son, entre otras, las versiones españolas de una biografía de Nick Drake y de un libro que repasa la trayectoria del grupo Belle and Sebastian, ambas publicadas por Metropolitan). Su obra ha aparecido en numerosas publicaciones periódicas (Quimera, Turia, Laberintos, la Mandrágora y Heraldo de Aragón entre otras) y en diversas antologías (Poesía para bacterias, El viento dormido, Buñuel y las miradas del 2000...). Es uno de los coordinadores de Eclipse, la revista de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza. Ha publicado dos libros de poesía, Me aburro (Harakiri, 2006) y La sección rítmica (Aqua, 2007) y una novela, Un breve adelanto de las memorias de Manuel Troyano (Eclipsados, 2008), que causó gran revuelo en los medios literarios zaragozanos.