Materia poco elaborada
Estar en Mi
Volar Bajo
Foto de Lola González
A veces
Los sueño volando,
aunque no adivine sus alas
bajo sus tristes uniformes grises,
aunque no sople el viento
ni con ayuda del ventilador,
aunque eso no ocurra,
aun cuando lo que ocurre es mucho peor,
yo los veo volar.
Y porque en mi pensamiento vuelan
ellos sienten sus alas.
Dicen que no me han visto volar
y yo,
YO ya he volado con ellos.
Saben que nunca,
que nunca lo haría.
que nunca lo haría.
A veces
los barrotes son tan duros
que da miedo tocarlos.
A veces.
A veces
que da miedo tocarlos.
A veces.
A veces
la prisión
se torna tan pequeña
que el tacto de óxido en mis manos
es una invitación para echar a volar.
A veces.
Dicen que nunca me han visto volar.
Yo tampoco a ellos
y sin embargo los sueño.
se torna tan pequeña
que el tacto de óxido en mis manos
es una invitación para echar a volar.
A veces.
Dicen que nunca me han visto volar.
Yo tampoco a ellos
y sin embargo los sueño.
Los sueño volando,
aunque no adivine sus alas
bajo sus tristes uniformes grises,
aunque no sople el viento
ni con ayuda del ventilador,
aunque eso no ocurra,
aun cuando lo que ocurre es mucho peor,
yo los veo volar.
Y porque en mi pensamiento vuelan
ellos sienten sus alas.
Dicen que no me han visto volar
y yo,
YO ya he volado con ellos.
Cristina Ruberte-París
de su poemario "Crucigrama de Amapolas"
Naciste como cae una hoja
Tienes mirada de otoño
pero las hojas de tu calendario caen lentamente.
Cristina Ruberte-París
Reservados todos los derechos
El Hombre del Piano
Sábado Noche
Echarse a un lado, tirar pa´ lante.
Si te quitara la fregona de las manos
Y el mandil de tus pechos
Qué quedaría de ti
y de tus días preñados de idas y venidas, por el pasillo oscuro de la casa?
Si te quitaras los rulos rosas
y el aro de esposa
¿Qué te ataría al día largo
y al tiempo corto?
¿Qué sería de ti
Y de tu nada
acurrucada en la bata acolchada de mustias flores.
Y el mandil de tus pechos
Qué quedaría de ti
y de tus días preñados de idas y venidas, por el pasillo oscuro de la casa?
Si te quitaras los rulos rosas
y el aro de esposa
¿Qué te ataría al día largo
y al tiempo corto?
¿Qué sería de ti
Y de tu nada
acurrucada en la bata acolchada de mustias flores.
Reservados todos los derechos
Rezos
¡Plegarias al unísono!
Tantos rezos:
de mañana,
de tarde,
de domingo
y durante mi jornada extra.
¡Plegarias al unísono!
Rezo
para que te quedes
y tú
para que te deje.
Patosa,
como siempre,
resbalaré con las cuentas de tu rosario...
Con tu cruz me he de quedar.
de su Poemario "Amapolas y Cacerolas"
Reservados todos los derechos
Tantos rezos:
de mañana,
de tarde,
de domingo
y durante mi jornada extra.
¡Plegarias al unísono!
Rezo
para que te quedes
y tú
para que te deje.
Patosa,
como siempre,
resbalaré con las cuentas de tu rosario...
Con tu cruz me he de quedar.
de su Poemario "Amapolas y Cacerolas"
Reservados todos los derechos
Deshójame
Las caducas eran las que caían de los árboles en otoño.
Cuántas tardes, con palmetazo incluido, pasábamos delante de las hojas, de las del libro y de las de la rivera, tratando de comprender los misterios de la vida a través de un árbol.
Hojas eternas y hojas efímeras que se desprendían tras sentir el más ligero viento. Qué difícil, tan tiernos, entender por qué la naturaleza brindaba eternidad a determinadas hojas. Todos aquellos descubrimientos los apretujábamos en nuestra pequeña cabeza deshojada, sin saber lo mucho que todo aquello tenía que ver con la existencia.
Eran días en los que el enojo con frecuencia nos sacudía, y mucho, porque no teníamos opción para elegir la ropa: el humilde colegial no tenía perchas en el ropero y tampoco agallas para protestar. Entre las rayas azules de las enormes batas blancas, nos tenían que durar unos cuatro cursos, sólo destacaba el rubio que hacia raya entre tanto morenito desdentado y el brutote, que siempre reventaba el inmaculado uniforme.
El invierno llegaba cuando, a través de megafonía, en el aula irrumpía la voz carrasposa del hermano Pedro, que fiel a su cita, nos avisaba de la obligación de alargar las alegres mangas cortas. Luego, a vuelta con las estaciones, celebrábamos la puesta del uniforme de verano con el aire renovado de las primeras salidas a la explanada de tierra arenosa y los primeros dibujos de mercromina, en codos y rodillas.
Y ocurría que casi nunca pasábamos de curso con la misma bata, que al primer cambio de estación se había llenado de pelotas y un poco más tarde había cedido protagonismo a las relucientes coderas de skay azul marino, que hacendosamente zurcían nuestras madres.
Ahora nadie, ni siquiera los meteorólogos que nos ilustran por las distintas televisiones, aciertan a cambiarnos el atuendo cada estación. Cada año el invierno está más cerca del verano y las hojas…
Las hojas del calendario caen más rápidas, cada vez más rápidas.
Ayer anduve media hora pisando charcos pero mis sandalias no se mojaron. Ayer fue un día de los de pasar hoja.
"Relatos para leer en tres minutos. Luis del Val"
Ediciones Sallent de Gállego. 2005
Reservados todos lo derechos
Cuántas tardes, con palmetazo incluido, pasábamos delante de las hojas, de las del libro y de las de la rivera, tratando de comprender los misterios de la vida a través de un árbol.
Hojas eternas y hojas efímeras que se desprendían tras sentir el más ligero viento. Qué difícil, tan tiernos, entender por qué la naturaleza brindaba eternidad a determinadas hojas. Todos aquellos descubrimientos los apretujábamos en nuestra pequeña cabeza deshojada, sin saber lo mucho que todo aquello tenía que ver con la existencia.
Eran días en los que el enojo con frecuencia nos sacudía, y mucho, porque no teníamos opción para elegir la ropa: el humilde colegial no tenía perchas en el ropero y tampoco agallas para protestar. Entre las rayas azules de las enormes batas blancas, nos tenían que durar unos cuatro cursos, sólo destacaba el rubio que hacia raya entre tanto morenito desdentado y el brutote, que siempre reventaba el inmaculado uniforme.
El invierno llegaba cuando, a través de megafonía, en el aula irrumpía la voz carrasposa del hermano Pedro, que fiel a su cita, nos avisaba de la obligación de alargar las alegres mangas cortas. Luego, a vuelta con las estaciones, celebrábamos la puesta del uniforme de verano con el aire renovado de las primeras salidas a la explanada de tierra arenosa y los primeros dibujos de mercromina, en codos y rodillas.
Y ocurría que casi nunca pasábamos de curso con la misma bata, que al primer cambio de estación se había llenado de pelotas y un poco más tarde había cedido protagonismo a las relucientes coderas de skay azul marino, que hacendosamente zurcían nuestras madres.
Ahora nadie, ni siquiera los meteorólogos que nos ilustran por las distintas televisiones, aciertan a cambiarnos el atuendo cada estación. Cada año el invierno está más cerca del verano y las hojas…
Las hojas del calendario caen más rápidas, cada vez más rápidas.
Ayer anduve media hora pisando charcos pero mis sandalias no se mojaron. Ayer fue un día de los de pasar hoja.
"Relatos para leer en tres minutos. Luis del Val"
Ediciones Sallent de Gállego. 2005
Reservados todos lo derechos
La madre que espera hijo,
La vecina que lo llama.
El adolescente que busca novia,
La novia que será madre.
La mujer que pierde al hijo,
La madre que lo trae al mundo.
El mundo de las mujeres
Mujeres.
Tejedoras de esperanza,
Moradoras de ilusión.
Entusiasmadas hembras
Con el don divino dentro.
Mujeres.
Reservados todos los derechos
Gato Negro
Editorial Alebrijes. Argentina
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